Menú
Agapito Maestre

Quinto Manifiesto Liberal. La política

Política, libertad y el filósofo-ciudadano son los tres asuntos principales de este manifiesto.

Versión reducida del Manifiesto liberal, 2019, para la Asociación Estudios de Axiología. El manifiesto se publicará íntegramente en el próximo número de La Ilustración Liberal.

El capital político del liberalismo: la política.1.

"El capital de un pueblo no es numismático ni económico, es el capital político, la energía productora de ideas civiles." (José Ortega y Gasset).

La Asociación Estudios de Axiología, presidida por José María Méndez, me ha encargado la redacción de un manifiesto para las jornadas liberales que esta institución organiza todos los años, durante el mes de octubre, en el Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid, con el ánimo de reivindicar y, sobre todo, aclarar algunas de las ideas que sustenta el liberalismo de nuestra época. Agradezco el honor que se me concede y acepto el encargo con humildad. Trato de seguir la estela de quienes me precedieron en esa noble y comprometida tarea para hacerme merecedor de tan alta encomienda.

Entre todos los manifiestos que esta axiológica asociación ha publicado, recuerdo con envidia intelectual el escrito por Méndez, cuya original lectura sobre la "desigualdad" creada por las leyes de la oferta y la demanda no sólo es justa, sino que también constituye una de las bases de la axiología liberal de todos los tiempos; con absoluto entusiasmo releo el escrito por mi querido Manuel Llamas sobre los logros y retos del liberalismo contemporáneo desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, hasta ahora; imprescindible es la lectura del texto de Natalia K. Denisova acerca de las bases hispánicas del liberalismo de ayer y de hoy; y, en fin, notable es el manifiesto de 2018 cuyo autor, Ricardo Ruíz de la Serna, centró sus preocupaciones intelectuales en mostrarnos que para la mentalidad liberal jamás un fin, por loable que fuera, justificará cualquier medio para alcanzarlo.

Diversos son los valores, estilos e ideas que se han reivindicado, discutido y aclarado en anteriores foros liberales, mas nunca creo que fuera tratado de modo directo el sustento clave del liberalismo. En efecto, si un manifiesto no es otra cosa que un texto breve dirigido a la opinión pública para exponer o defender un programa de acción considerado novedoso con respecto a lo establecido anteriormente, el mío aspira a ser una forma representativa del parecer y sentir de la Asociación Estudios de Axiología sobre la política en el devenir de la ideas liberales. Quisiera ser una destilación axiológica de la política, del significado de la política, para el liberalismo de nuestra época, que comparte, seguramente, con el de tiempos pasados algo más que tradición, capacidad de inventiva, imaginación y creación para que los hombres resuelvan sus problemas antes por la palabra que por la violencia, antes por el acuerdo que por la guerra. Lo novedoso, si es que así pudiera considerarse este texto, es que no puede hablarse de novedad en la concepción política del liberalismo contemporáneo que no esté arraigado en el liberalismo político clásico. Ese novum será defendido a través de la reivindicación de la lectura de la obra de Ortega y Gasset para construir una democracia de calidad. Política, libertad y el filósofo-ciudadano son los tres asuntos principales de este manifiesto.

Política

La pregunta que trata de responder este manifiesto es sencilla de formular: ¿qué es la política para el liberalismo? La respuesta tampoco hay que buscarla en el cielo estrellado de las abstracciones que ponen en cuestión las realidades más elementales de la vida cotidiana, sino en la historia de la civilización, o mejor, en las acciones concretas que los hombres han llevado a cabo para convivir en paz en las democracias liberales. La política es para empezar y para terminar lo contrario de la violencia. De la revolución. ¿A quién podemos clasificar como liberal? A quien defienda que la política es toda acción, pensamiento o institución que nos permite convivir con nuestros adversarios. La democracia liberal ha hecho de ese fin su tesoro más preciado. A lo largo de la historia de la humanidad son pocos los regímenes políticos, por no decir ninguno, que puedan equipararse al sistema liberal a la hora de defender una idea tan exquisita y refinada, tan extraordinariamente frágil, como es la la convivencia con el enemigo.

La política no es la dialéctica amigo-enemigo, como nos ha hecho creer el decisionismo político, sino la posibilidad de construir espacios de convivencia con nuestros adversarios políticos. Quien sólo dialoga con sus amigos, quien se limita a contrastar sus opiniones con sus allegados y, en fin, quien solo negocia con sus afines no sólo es un demócrata de boquilla, sino que corre el riesgo de caer en todos los vicios del particularismo y el totalitarismo, dos formas de acción ideológica muy extendidas en nuestro tiempo, que niegan la política. El pacto, el contrato y el acuerdo político son antes con el radicalmente diferente que con el semejante. Con el afín, el análogo y el similar jamás se concierta, transige o acuerda, sino que se va con él de la mano…, y, a veces, se discute. Nunca pactamos con el semejante. He ahí la esencia del liberalismo. La política, la esencia de la política liberal, supera por completo el modelo "político" schmitiano de amigo-enemigo que, según los nazis, en general, y el propio Schmitt en particular, llevaron a cabo con especial eficacia los comunistas en la Unión Soviética. Carl Schmitt estudió bien, especialmente en su etapa nacionalsocialista, el comunismo. El nacionalsocialista siempre puso como ejemplo a imitar, un modelo de eficacia, la certera manera que el comunista ejecutó en la Unión Soviética la desaparición del enemigo. Los aniquiló a todos. Nadie que quisiera ser individuo por sí y para sí fue aceptado. Eliminó la posibilidad de ser persona.

Por el contrario, más allá de la dialéctica amigo-enemigo, el liberal no sólo se mueve por un espíritu de comprensión con el enemigo, o sea por quien discrepa moral y políticamente de él, sino que defiende los espacios, los ámbitos políticos, para que el discrepante cuestione al liberal. Ahí reside el alma y la carne del liberalismo. El hombre liberal no sólo tiene un espíritu, una forma de ser y concebir el mundo, sino también un credo, un cuerpo doctrinal, una materia para que sus convicciones puedan mediarse, realizarse, intelectual y políticamente con quienes los niegan. Quien rompe esta unidad esencial del liberalismo y, por supuesto, quien no se atreve a cuestionar esa ruptura, cae inevitablemente en la deriva "política", resolver lo político en otro ámbito que no es el suyo, por ejemplo, en el económico, el social y el religioso. La política es, sí, la convivencia con el enemigo, naturalmente, sin ánimo y, sobre todo, sin medios institucionales e ideológicos, que algún día coadyuvasen a su eliminación; un asunto, dicho sea de paso, nada baladí, pues que de eso, de construir falsos discursos, ideologías y mentiras sobre la aceptación del Estado de Derecho por un lado, y de discutir todo con los adversarios políticos por otro, han hecho escuela los "totalitarismos", así como las diferentes formas de populismo que pueblan el mundo occidental, cuando mantienen que es menester convivir con el enemigo hasta que lo podamos eliminar.

Por fortuna, la posición política del liberalismo hoy la defienden con peor o mejor fortuna no sólo los partidos liberales propiamente dichos, sino también los partidos democristianos, socialdemócratas, conservadores y "libertarios". No busquemos, pues, fantasmas y "enemigos" dónde no los hay. Las grandes agrupaciones políticas de la naciones democráticas, que conforman voluntaria y decididamente el Estado de Derecho, defienden la vía política frente a los tortuosos andurriales de la violencia y la revolución. No negaremos que las diferencias entre esos grupos políticos son significativas, sobre todo si atendemos a la prioridad que conceden cada uno de sus miembros al hecho de la libertad por un lado, y a los valores morales, éticos y religiosos por otro; más aún, altamente relevantes son esas diferencias, según ha estudiado la Asociación Estudios de Axiología, respecto de cuatro valores éticos (igualdad, suficiencia, trabajo y austeridad) que tienen particular incidencia en la economía en general, y en las llamadas vulgarmente injusticias sociales y políticas de pleno empleo en particular2, por no decir nada de las diferentes medidas fiscales que pudieran derivarse de esas prioridades. Todas esas discrepancias, divergencias y disparidades son, a fin de cuentas, la base para seguir construyendo sociedades que potencien el desarrollo de las personas, de los individuos, desde el punto de vista social, cultural, moral y político. Lejos, pues, de nosotros restarle importancia al estudios de esos contrates, entre otras razones, porque de los diferentes matices que defienden unos y otros surgen a veces las grandes diferencias y conflictos. No olvidemos que las guerras, dicho sea para aviso a navegantes en los procelosos y agitados mares de la historia y la política, han tenido su origen, más veces de lo que creemos, en las pequeñas diferencias y matices a la hora de entender la política. La vida.

Sin embargo, desde el punto de vista intelectual del desarrollo de una sociedad democrática, esos contrastes pudieran relativizarse, a veces hasta la nimiedad, si prestamos atención a los tres grandes ámbitos que comparten esas tendencias liberales: primero, la defensa del mercado y la libre empresa como piezas clave para el cultivo y la creación de riquezas, es decir, la libertad de comercio es esencial para hablar de sociedades libres y democráticas; en segundo lugar, todos esos partidos aceptan la democracia representativa, basada en una Constitución que salvaguarda los inalienables derechos humanos y estipula claramente la separación de poderes; y, tercero, ninguno de esos partidos políticos pone en cuestión la idea de la democracia como un método para cambiar periódicamente a los representantes políticos mediante elecciones libres y plurales. Esos puntos en común son, sin lugar a dudas, las bases o condiciones de las sociedades liberales. Si tuviéramos que sintetizar en términos categóricos qué comparten todas esas tendencias políticas, no dudaría en referirme al punto en común que tienen sobre las "ideas" de Estado y Mercado; hoy por hoy, por diferentes que sean las concepciones que tienen del Estado y el Mercado los partidos políticos, es imposible desligar esas dos categorías políticas, morales y jurídicas; es imposible tratar, ampliar y justificar el Estado y el Mercado prescindiendo de su estrecha vinculación. Esa atadura jurídica, política, moral e intelectual entre el Estado y el Mercado es una base clave de la actual democracia representativa. El enemigo, pues, del liberalismo habrá que buscarlo no entre las corrientes que defienden el Estado de Derecho y la economía libre de mercado, sino entre aquellas ideologías que los cuestionan de formas y maneras muy diferentes, aunque al final podrían clasificarse fácilmente bajo el nombre de populismo, rulo ideológico, de gran éxito entre periodistas y politólogos de toda laya y condición. También podríamos hablar de totalitarismo…

Libertad

Naturalmente, la concepción política del mundo liberal, fundamento espiritual de las democracias desarrolladas, depende de una forma de ser hombre: o se tiene voluntad de ser libre y caminar erguido o, por el contrario, se deja uno llevar por la corriente. Mientras que el primero es un hombre libre, acepta el hecho de la libertad, el segundo es un esclavo, o peor, un hombre-masa. Por este camino resultaría ingenuo no plantearse la cuestión de por qué no todos los seres humanos quieren ser libres. Son muchos los que prefieren antes llenar la andorga que vivir en libertad, antes caminar pegado cabeza con cabeza (como ganado lanar), que vivir en libertad. Peligrosamente. El miedo a la libertad es el principal obstáculo para el desarrollo de las sociedades libres. En todo caso, lo decisivo de una democracia es "que en una sociedad cada individuo pueda llegar a ser lo que es sin verse sometido a presiones o favores." Es la mejor definición del liberalismo español, que preside la entera obra de Ortega. Toda la trayectoria política de Ortega es consecuente y absolutamente coherente con esta concepción, que expuso con transparencia y belleza en su discurso sobre La rectificación de la república. Sin libertad y, sobre todo, sin la voluntad de ser libre la democracia es una quimera. Un engaño.

Porque sin libertad carece de sentido hablar de democracia, es vital volver a preguntarse: ¿cómo es posible no querer ser libre? Nadie en nuestro país ha pensado, en el siglo XX, esa cuestión con el rigor que lo hizo Ortega: tuvo una idea del Estado democrático dentro de una Nación a la par que criticó la deriva totalitaria del Estado y la sociedad. Estudió de modo preciso la génesis de esa deriva, el politicismo integral o democracia morbosa, a partir de su crítica al idealismo kantiano y la revolución. Ortega hizo política toda su vida bajo la sencilla fórmula que él mismo acuñó: "El que no se ocupa de política es un hombre inmoral, pero el que sólo se ocupa de política y todo lo ve políticamente es un majadero." Esta distinción, otra vez, se nos hace necesaria para no confundir el sistema democrático con el "politicismo integral", principal puerta de entrada a los regímenes políticos de carácter totalitario. No todo es político, aunque todo pudiera ser politizado; es decir, toda la vida humana, incluso algunos escorzos de la privacidad, es susceptibles de ser politizada, pero no todos los ámbitos de la vida son políticos; entre lo politizable y lo político hay o, al menos, tiene que haber siempre una distancia, un espacio espiritual inviolable del individuo, que es menester mantener a cualquier coste para que nadie pueda decir jamás: si es público, entonces no es bueno. Ortega se aleja de Nietzsche y nos enseña que la genuina política está cultivada en el respeto a la intimidad y privacidad de los individuos o no es política.

La obra política de Ortega ha mostrado con precisión y belleza que sin una tajante separación, a la par que una correcta relación, entre lo público y lo privado del individuo desaparece la política, la democracia, y queda lesionada la dignidad de la persona. Quien viola esa distancia entre la privacidad y la esfera de la publicidad, está ganándose el epíteto de totalitario. Nadie en Europa ha desmontado con tanta sagacidad como Ortega que el origen de esa confusión está el idealismo alemán. Las perversidades vitales que alberga en su seno el idealismo alemán han dado lugar a una "razón revolucionaria", razón total, que termina negando al individuo al que debería servir. La comprensión de la génesis del totalitarismo es una de las grandes aportaciones de Ortega a la política contemporánea. Ahí reside uno de los frutos más sabrosos de su razón histórica, o mejor, la crítica de Ortega a la razón idealista, revolucionaria, es el capítulo central de La aurora de la razón histórica. Ésta es la gran obra de Ortega que sólo le faltó escribir, o mejor dicho, haberle puesto un prólogo y un epílogo, porque en realidad las Obras Completas de Ortega podrían titularse así: La aurora de la razón histórica. Es lo único que puede salvarnos del totalitarismo en general, y de sus expresiones nacionalistas, o particularistas, en España y en el mundo. En fin, su idea de Estado-nación para España dentro de la Unión Europea, junto a su crítica a la revolución, en general, y las experiencias totalitarias de los nacionalismos, fascismos y comunismos, en particular, son aún actuales. Filosóficas. Asuntos, en fin, relevantes para que las estudie la Asociación Estudios de Axiología.

1 Este manifiesto sintetiza algunas de las ideas y expresiones que el autor ha desarrollado en tres de sus libros: Meditaciones de Hispano-América (1996), La escritura de la política (2000) y Ortega y Gasset. El gran maestro (2019).

2 MÉNDEZ, J. Mª: El socialismo ha muerto. Y el liberalismo está naciendo. Última línea. Madrid, 2019, págs. 18, 48 y ss.

En Cultura

    0
    comentarios