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Agapito Maestre

¡Yo digo España!

El filósofo estrena en Libertad Digital la sección 'A vueltas con España'. Un recorrido intelectual e histórico por las distintas concepciones de España, sobre el sentido de una civilización.

El filósofo estrena en Libertad Digital la sección 'A vueltas con España'. Un recorrido intelectual e histórico por las distintas concepciones de España, sobre el sentido de una civilización.
LD

La pluralidad de interpretaciones de la identidad histórica de España y sus distintas concepciones en la cultura española ha sido sustituida por una perspectiva reduccionista, fantasmagórica e ideológica de nuestro pasado, presente y futuro. Su origen se halla en las anacrónicas tesis de corte federalista y catalanista de Pi y Margall y Prat de la Riva, fue desarrollada por Bosch-Gimpera, primero, en plena Guerra Civil, para inaugurar en Valencia el curso académico de 1937, y, después, durante su exilio, en sintonía con las tesis expuestas por el oceanógrafo socialista Anselmo Carretero en su ensayo: Las nacionalidades españolas. Durante la etapa de Rodríguez Zapatero, fue Pascual Maragall y, más tarde, el propio presidente del Gobierno de España, hoy asesor del gobierno venezolano de Maduro, los principales actores socialistas que rehabilitaron, o peor, reivindicaron una única visión de la historia de España, a saber, la "subversiva" y "heterodoxa" de Bosch-Gimpera, que ya se había asentado en los ámbitos académicos, durante los años últimos del Franquismo y la Transición.

Las lumbreras ideológicas del socialismo-separatista, llamemos a las cosas por su nombre, consideran que es necesario resaltar, frente a una supuesta concepción unitaria de España, la "idea" de la diversidad de los pueblos hispánicos. Nótese que no se trataba de hacer compatible la unidad con la diversidad, menos aún de destacar la noción de nación de los partidos mayoritarios del Gobierno republicano durante la guerra, sino de recoger una dicotomía conceptual que se proyectaba sobre el conflicto bélico en curso: mientras que el bando nacional defendería una idea unitarista y metafísica de España, el bando republicano, compuesto por socialistas, comunistas y nacionalistas catalanes y vascos, estaría representado por una concepción vagamente "pluralista". El engendro fue parido, en realidad, mal-parido, poco tiempo después de haberse celebrado el Congreso de Intelectuales contra el fascismo, para dar cobertura ideológica al Gobierno republicano de socialistas, comunistas y separatistas catalanes y vascos. El motivo de la plática era inaugurar el curso académico de la Universidad de Valencia. Asistió al acto el Presidente de la República, Manuel Azaña, cuya obra sobre España, a todas luces jacobina, es absolutamente contraria a lo defendido por Bosch-Gimpera. Azaña tragó de modo parecido a como ahora, otros "izquierdistas de su ralea", tragan con los catalanistas, soberanistas y separatistas.

El reduccionismo ideológico, a todas luces guerracivilista, de Bosch-Gimpera ha conseguido algo más que instalarse en el ámbito de la lucha electoral y política. Triunfa en el ámbito universitario. Pareciera que el poder del conocimiento histórico se pone al servicio del poder ideológico. Nunca una conferencia, concebida para amalgamar ideológicamente a socialistas, comunistas y nacionalistas, durante el curso de la guerra, obtuvo mayor éxito en las esferas, supuestamente, científicas y en el desarrollo de la política actual. En otras palabras, el variado, complejo y rico debate sobre la idea de España que se dio sobre la cuestión nacional tanto en autores como asociaciones de "derecha" e "izquierda", si se me permite utilizar este lenguaje de arena electoral, durante nuestra historia en general, y más específicamente durante la Guerra Civil, queda fragmentado, roto e inservible por una diatriba vulgar de los nacionalistas catalanes y vascos contra la existencia de España. En efecto, nadie debería olvidar, como nos enseñara el maestro Alonso de los Ríos, que nuestra contienda del 36 al 39 fue el segundo gran momento patriótico de los españoles.

"Los paralelismos entre la guerra civil del 36 y la guerra de la Independencia surgieron inmediatamente, en los periódicos, en los discursos, en la propaganda; durante los tres años fueron el leitmotiv de la literatura republicana. Las reservas que habían venido manteniendo los partidarios del autodeterminismo y del federalismo ibérico (…) pasan a un segundo plano o desaparecen en aras de un nuevo patriotismo. La guerra del 36 fue una emulación, trágica, de los dos bandos en el fortalecimiento de la idea nacional. Las dos Españas se enfrentan a muerte por ser exactamente ellas mismas. Por ello, Miguel de Unamuno escribe en sus últimos días que no hay dos Españas, que es una sola como corresponde a un suicidio."

(C. Alonso de los Ríos, La izquierda y la nación, Planeta, Barcelona, 1999, pág. 85).

Bastaría recordar las colaboraciones de Antonio Machado, Fernando de los Ríos, Bergamín, María Zambrano, Corpus Bargas, Rafael Dieste, Julián Marías y otros en la revista Hora de España, creada y gestionada por el PCE durante la guerra, asumiendo el patriotismo español y sin escrúpulos para saber que la defensa de España, del españolismo, no sólo fue una cuestión de la derecha sino también de la izquierda. Machado compite con Indalecio Prieto, durante esos años terribles, a la hora de hacer una exaltación de España, de la patria, como la herramienta más eficaz para salvar la convivencia de los españoles.

Sin embargo, los "progres", que es una manera amable de nombrar a los hijos de familias bien del franquismo, "afiliados" o simpatizantes de la izquierda de los años sesenta, tenderán a olvidar la Hora de España de nuestra guerra civil para echarse en brazo del "hecho diferencial", e incluso del "derecho a decidir" de los separatistas catalanes. Si quieren una prueba de esta última afirmación, repasen el libro de Ramón Tamames: Un proyecto de democracia para el futuro de España (Editorial Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1975) y comprobarán que en su último capítulo defiende el principio de autodeterminación para llegar a la plena independencia de Cataluña… Y ahí, en ese proceso de desnacionalización de España, oscuro y terrible, lleno de muertos y mentiras nacionalistas, en el que tienen tantas responsabilidades las izquierdas como las derechas, hará acto de presencia la famosa conferencia de Bosch-Gimpera, en Valencia, titulada España.

Ese texto se convertirá en canónico para justificar ideológicamente la colaboración entre la izquierda y el separatismo nacionalista. Parte Bosch de una "creencia" catalanista, difícil de comprender en términos racionales, a saber, España no existe porque jamás logró integrar a los pueblos primitivos de la península ibérica. Este "primitivismo", no tengo mejor término para expresar toda la brutalidad conceptual que implican las afirmaciones de Bosch-Gimpera, expresa el mayor drama de nuestra actual agenda cultural y política. Planteado en términos de titulares periodísticos, a veces tan parecidos a las fórmulas filosóficas, se diría que nuestro drama intelectual no es optar entre una pluralidad de ideas de España, una España real, consistente y susceptible de mil interpretaciones, sino tener que "aceptar", aunque solo sea para discutir, la ideológica "idea" de que España sólo existió para reprimir "pueblos" que ya se habían consolidado en nuestro suelo antes de la llegada de los romanos.

España no habría existido nada más que como una "superestructura", naturalmente, "ideológica" incapaz de integrar

"la España primitiva, con toda su complejidad inicial"

(Pere Bosch-Gimpera: España, 1937, en Ruíz Torres, P. (Ed.): Discursos sobre la historia. Lecciones de apertura de curso en la Universidad de Valencia (1870-1937). Universitat de Valéncia. Valencia, 200, pág. 347).

No entraré a calificar el grado de perversidad intelectual que encierra esta imagen de una España represora, entre otros motivos, porque correría el peligro de abandonar aquí la escritura. Pero sí deseo dejar constancia, desde el principio, que es la "idea" dominante no sólo en la política española, sino también en todos los ámbitos académicos y universitarios; más aún, me atrevería a mantener que es la "concepción" hegemónica entre el gremio de los historiadores "oficiales" de España. Esta falacia de una España represora, una entelequia maligna, concebida únicamente para el sometimiento de pueblos "primitivos", es uno de los mayores triunfos del nacionalismo catalán y vasco. Ese "ideologema" ha penetrado los usos y las costumbres, la intrahistoria y la suprahistoria, de la sociedad española. Pareciera que ha infectado al resto de los españoles de primitivismo. España como una vulgar superestructura (en lenguaje de Marx) ha tenido tanto éxito que ha terminado cristalizando, o peor, determinando el debate intelectual.

Sí, hoy, es casi imposible comenzar una reflexión sobre España, ya sea como género literario o sobre el sentido de una civilización, tema o cuestión dominante en la filosofía española, desde Quevedo hasta hoy, sin tener que referirse a quienes niegan categórica o parcialmente la "existencia" de España, o sea quien reduce España a una "superestructura". Tener que empezar por justificar la existencia, en verdad, la consistencia de España, con sus claros y sombras, es la mayor tragedia del pensamiento de nuestra época. Quien empiece desmontando la mentira de que España no existe, aparte de desmoralizador sobre las posibilidades de la comunicación humana, debe asumir todos los riesgos que corre un ser humano que discute con un "imbécil", empezando por el peor de todos, tratar de que no nos confundan con nuestro interlocutor nacionalista, federalista y separatista. Es, en efecto, trágico tener que vérselas con aquellos que obtusa o interesadamente persisten en mantener que España, una Nación sin las que no se entenderían el mundo civilizado, es una fantasmagoría, algo inexistente, de la que no quieren ni pronunciar su nombre. No querer decir España es, sin duda alguna, una terrible tragedia.

Múltiples actores intelectuales son los irresponsables de ese transito perverso de una pluralidad de interpretaciones de España a una única y sesgada "idea" de España. Ese reduccionismo, que a falta de mejores expresiones llamaremos "nación de naciones" -pseudoconcepto o aborto conceptual a decir de Gustavo Bueno-, "España plural" y "mosaicos de pueblos", ha sido tan terrorífico, desde el punto de vista ideológico, que hasta la llegada de UpyD al Parlamento de España, más tarde de C´s y , recientemente, de Vox, casi estaba prohibido hablar de España sino era en una clave federal y separatista. El Pacto de Tinell fue un fatal ejemplo de esa España plural, que dejaba al PP fuera de cualquier acuerdo de gobernabilidad, sencillamente, porque defendía una "España una" (antidemocrática, tiránica…). Múltiples son las instituciones culturales y universitarias que han acogido esa sesgada visión para ahorrarse el trabajo del pensamiento. Hay universidades españolas que sólo tienen por misión la ideología de negar la existencia de España. Múltiples agentes de socialización política, especialmente los dos partidos políticos que han gobernado la nación española, desde 1982 hasta hoy, son culpables directos de un burdo y cruel maniqueísmo a la hora de interpretar la realidad de España.

Tiempo habrá de referirse a todos esos protagonistas ideológicos, culturales y políticos en esta sección A vueltas con España, hoy nos basta, por un lado, con mencionar a los dos grandes "inventores" de esta primitiva "doctrina", Pedro Bosch-Gimpera y Anselmo Carretero, que tiene su mejor precipitado en el pseudoconcepto: "Nación de naciones." Y, por otro lado, no puedo dejar de citar un texto que resume la "doctrina" de las lumbreras del izquierdismo-separatista, que será objeto de crítica en próximos capítulos:

"En la unidad geográfica peninsular (…) se formaron desde la prehistoria pueblos de diferentes composición que ya habían cristalizado antes de la romanización. Con unificación cultural romana, no política puesto que se trataba de provincias independientes, a la cual siguió una más efectiva visigótica, aunque no del todo completa, como la musulmana, aquellos pueblos continúan siempre vivos y solamente a través de ellos se puede explicar la España medieval con la Reconquista y los Estados que de ella resultan. Pueblos que no desaparecen con las tendencias unitarias posteriores y renacen en el siglo XIX. Pueblos que son la realidad española, a los que superponen las que yo llamo las ´superestructuras` -romana, visigótica, califal, de las dinastías extranjeras de los Habsburgos y los Borbones-, y que a diferencia de otros en los que las conquistas o la evolución interior llevan a la formación de naciones unitarias y compactas no se funden ni se identifican con la estructura estatal, de lo que provienen graves provienen graves problemas que llegan a nuestros días."

(Cataluña y España, en BOSCH-GIMPERA, P.: La España de todos. Prólogo de Anselmo Carretero. Seminario y Ediciones. Madrid, 1976, pág. 182)

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