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Agapito Maestre

Prueba de amistad

La amitad entre Galdós y Menéndez Pelayo está forjada en la 'lucha', en el combate por el reconocimiento de dos formas diferentes de ser español.

Me envía un lector de esta columna un trabajo sobre la historia de una amistad. Leo con atención el texto y casi al instante recuerdo que, al cambiar de siglo, allá por el año 2000, escribí una larga meditación sobre la cultura literaria y filosófica de Hispano-América, sin otro objetivo mejor que ayudar al lector a saber, comprender y, a veces, razonar sobre la vida, o mejor, el pulso del pensamiento de algunos grandes autores de nuestra historia literaria y filosófica. Creo que este ensayo, titulado Meditaciones de Hispano-América (2000 y 2010), aún contiene algunas plegarias y sugerencias para orientarnos en las tareas del pensamiento. Son actuales, sí, las lecturas que recomendaba para pasar el rato de forma amena y, de paso, aprender a orientarnos en la vida pública española de aquí y ahora. Y también yo allí, aunque solo fuera de paso, traté de la historia de una amistad de dos autores que, entre todos los que allí trataba, sigo leyendo con fruición: Menéndez Pelayo y Pérez Galdós.

Son dos clásicos contemporáneos de la gran cultura de lengua española. Con opiniones políticas diferentes, quizá no tantas como tienden a presentarlos los maniqueos de lo políticamente correcto, fueron muy amigos. Su amistad genuinamente cívica estuvo cimentada sobre las bases del mutuo respeto personal y la valoración crítica de sus respectivas obras. Galdós no retrató con mucho aprecio la figura de Menéndez Pelayo en Doña Perfecta y Gloria, pero tampoco se anduvo por las ramas el santanderino al criticar la novela La familia de León Roch e incluir a Galdós entre los Heterodoxos. Mas ninguno de esos roces quebró una amistad que tuvo su apoteosis o prueba en el discurso de contestación de Menéndez Pelayo en el ingreso de Pérez Galdós como miembro de la Real Academia de la lengua (7 de febrero de 1897). Esta joya de la literatura de todos los tiempos es la máxima expresión del sentido de la amistad. Ahí está reflejado literariamente el reconocimiento de trayectorias intelectuales y artísticas diferentes.

Pero existe algo más que reconocimiento… Su amistad está forjada en la lucha, en el combate por el reconocimiento de dos formas diferentes de ser español. Reconocimiento mutuo, sin duda alguna, en la lucha de uno por la afirmación de Dios y el otro en su negación. Ortodoxia y heterodoxia. Las posiciones, sin duda alguna, enfrentadas de estos dos genios están unidas por un mismo estro. Los dos son capaces de ponerse uno en el sitio del otro. Son liberales. De libro español. Son liberales españoles. Asistió Menéndez Pelayo, en 1901, al estreno de Electra, seguramente la obra más rabiosamente anticlerical de Galdós, y recibió por ello las peores críticas de los periódicos integristas de la época, pero el mayor crítico literario de nuestra época no podía faltar al estreno de una obra del mejor novelista español desde Cervantes y a la altura de Balzac.

Menéndez Pelayo tenía que estar con Pérez Galdos en el estreno de Electra. Ganó la estética sobre la ideología, la moral sobre la politiquería, la amistad cívica sobre el odio de las dos Españas. El discurso de Menéndez Pelayo es, sí, la prueba de la amistad entre dos genios y, por supuesto, la mejor guía para adentrarnos en la lectura de la obra entera de quien en 2020 celebramos el centenario de su muerte.

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