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Agapito Maestre

¿Dónde está la cultura española?

España no existe como categoría ni en los ámbitos académicos ni en los populares.

El otro día hablaba con una ilustre editora sobre la ausencia de España en la llamada (in)cultura de nuestro tiempo. Coincidíamos plenamente en la queja y algo menos en la solución. Nos lamentábamos con ironía y rabia sobre la desaparición sistemática y, a veces, casi programada de la cultura española de la vida pública. Recordábamos cuándo empezó la cosa, como sin querer, en los tiempos de la Transición. Comentábamos cuándo y cómo hacía su aparición impetuosa la expresión "hechos diferenciales", que cuestionaba con resentida intención la cultura común de todos los españoles. Fijábamos, allá por el comienzo de los años ochenta, con la liquidación de la Editora Nacional a manos de los socialistas, que contaron con el consentimiento y aprobación de muchos intelectuales, el comienzo del fin de la cultura española

Mi amiga editora y yo fuimos llenando de anécdotas nuestra conversación sobre el declive de la cultura española y, finalmente, nos manifestábamos con contundencia: España no existe como categoría ni en los ámbitos académicos ni en los populares. La cultura española tampoco es bien recibida en la industria cultural y en la empresa universitaria. Libros, periódicos, revistas, espectáculos galerías de arte, universidades, casas de cultura y bibliotecas, en fin, todo eso que asociamos al nombre cultura conspira para que las generaciones presentes y futuras se desenvuelvan al margen e independientemente de la realidad española.

Espiritual y moralmente, España nada dice. Es como si España no existiese para nuestros escritores y artistas. Ni el pasado ni el presente de España son materia de atención de nuestras universidades. Los políticos rara vez prestan atención a alguna gesta relevante de nuestra historia. Nuestra geografía, nuestros paisajes, nuestras costumbres, nuestra literatura no están en parte alguna. Nadie quiere saber historia de España. El caos espiritual sobre la nación, España, es absoluto. Los villanos se ríen de la situación y los estultos no entienden de lo que hablamos.

Pero mientras las nuevas generaciones no tengan una mínima noción, una cultura histórica común, de la nación española, España seguirá al margen de Europa, al borde del precipicio político y cultural. O revalorizamos nuestra historia, es decir, incrementamos nuestra común cultura, o el capital humano, los españoles, quedará reducido cada vez más a ser la mano de obra barata de Europa. O damos a la cultura española la importancia que tiene en el conjunto de las culturas universales o esto se parecerá cada vez más a una sociedad de siervos. O ponemos las manos en este caos moral sobre España o las generaciones venideras persistirán en odiar la palabra Patria y, por supuesto, seguirán despreciando nuestra historia, nuestras ciudades y paisajes.

Nadie en este proceso de negación de la cultura española está libre de responsabilidades. Aquí todos tenemos una parte de culpa. Para comenzar a valorar nuestras tradiciones culturales, en mi opinión, bastaría con que cada uno de nosotros reconociese su parte de culpa en la negación de la cultura española. Mi amiga estaba tan de acuerdo conmigo que pidió perdón por no haberse atrevido a publicar en el pasado varios libros sobre este asunto; en especial, mencionó dos que estaban dedicados a dos hombres importantes de la cultura española de la primera mitad del siglo XX, el primero inventó el periodismo moderno y la universidad privada en el siglo XX, y el otro, aún hoy, sigue siendo el filósofo más importante de España. Pero de eso hablamos otro día.

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