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Eduardo Goligorsky

Hablemos de sexo

La cópula de un Satisfyer con una muñeca inflable o un maniquí engendrará el ocaso del género humano con más contundencia que el coronavirus.

La cópula de un Satisfyer con una muñeca inflable o un maniquí engendrará el ocaso del género humano con más contundencia que el coronavirus.
Pilar Rahola | Cordon Press

Cuando estoy al filo de los 89 años de edad, poco me queda por hacer en cuestiones de sexo, como no sea hablar de él para distraernos fugazmente del acechante coronavirus.

Hace cinco años perdí a mi compañera, después de 60 años de matrimonio feliz. Feliz según los esquemas de aquella época, con los altibajos inherentes a la naturaleza humana. Sospecho que si nos hubiéramos ceñido a los códigos del comportamiento políticamente correcto que hoy dictan las feministas no habría durado tanto y el balance habría sido otro. Pero ya ninguna inquisidora puede quitarnos lo bailado.

Pasatiempos libertinos

El tema tampoco es nuevo para mí. Uno de los primeros artículos que publiqué en Libertad Digital fue, precisamente, "El doble rasero de la izquierda. Berlusconi no está solo" (11/2/2011), donde comparaba las críticas implacables que la progresía asestaba al magnate italiano de los bunga bunga con jóvenes mercenarias, por un lado, con la mirada tolerante que esos mismos detractores reservaban para los pasatiempos libertinos del presidente Bill Clinton con la becaria Monica Lewinsky en la Sala Oval de la Casa Blanca, por otro.

Sin embargo, echo de menos aquella mirada tolerante cuando asisto a los linchamientos extrajudiciales que practican las huestes del MeToo. El precursor de este movimiento puritano fue el fiscal Kenneth Starr, quien inició el proceso para la destitución de Clinton publicando un informe que describía las relaciones entre el presidente y la becaria con crudeza pornográfica, hasta el extremo de que fue entonces cuando la palabra felación dejó de ser tabú en los medios de comunicación de masas. "La versión de Starr", informó la revista Time, "dejó a los congresistas con el deseo explícito de ducharse después de haberlo leído".

Un manifiesto aleccionador

Lo aleccionador es que la élite de intelectuales y artistas de aquella época reaccionó contra el exabrupto de Starr como muy pocos lo han hecho en defensa de Plácido Domingo, Woody Allen y Roman Polansky en parecidas circunstancias. Decía el manifiesto que publicaron: "La democracia está amenazada por las intrusiones flagrantes en la vida privada, cuyo respeto está considerado en toda sociedad civilizada como un derecho sagrado". Y firmaban, entre otros, Gabriel García Márquez, Gérard Depardieu, Sofía Loren, Jeanne Moreau, Robert Altman, Costa Gavras, Bernardo Bertolucci, Liv Ullman, Alain Delon, Emma Thompson, Paul Auster, Ismael Kadaré, Carlos Fuentes, Art Garfunkel, Juliette Grecco, André Glucksman y Yehudi Menuhin.

Sí, eran otros tiempos.

Placeres solitarios

El cambio que se ha producido desde entonces no se traduce en una mayor cuota de pudor, sino en un desplazamiento del erotismo fuera de la órbita tradicional de las relaciones entre dos (o más) personas, preferentemente de distinto sexo, sin que esto vaya en detrimento de la minoría que opta por las del mismo. Sucede que si a partir de los años 1990 adquirió carta de ciudadanía la palabra felación, ahora los medios de comunicación de masas introducen en los hogares la apología de los placeres solitarios que las mujeres pueden obtener con el Satisfyer.

Confieso que encerrado en mi torre de marfil desconocía la existencia de este juguete sexual que consiste en un succionador del clítoris, hasta que la polivalente Pilar Rahola accedió a una invitación de su correligionario Quim Monzó ("A la orden, Quim", LV, 12/3) y me ilustró, informando eufórica:

El tema estrella, allí donde hubiera más de dos personas, eran las gracias del aparato que eleva la alegría femenina a cotas nunca vistas. Además, la mayor parte de las usuarias llegaban pronto a la velocidad once, la máxima del aparato y, ciertamente, la alegría de todas ellas era tan inconmensurable que solo hablar ya subía la libido. (…) El dedo necesita paciencia; el Satisfyer lo consigue a velocidad cósmica.

Es curioso. Durante milenios, desde que el Antiguo Testamento fulminó a Onán por derramar su simiente en tierra, los sacerdotes recurrieron a los médicos para que reforzaran con argumentos aparentemente científicos la condena de la masturbación masculina, presentándola como la causa de las peores taras y enfermedades. El gerontólogo y sexólogo Alex Comfort abordó con tanto humor como erudición la historia de estas falacias intimidatorias en su libro Los fabricantes de angustia, que traduje y publiqué en la editorial Granica. De la masturbación femenina ni se hablaba.

Lo penoso es que ahora, cuando una y otra están reconocidas como parte integrante de la sexualidad humana normal, la chirigota feminista pone el acento en las técnicas accesorias que ayudan a prescindir del órgano genital complementario –sea masculino o femenino– en la búsqueda del placer sexual. El hombre es, para este colectivo, una rémora, cuando no un enemigo.

La cópula de un Satisfyer con una muñeca inflable o un maniquí (¿recuerdan los sucedáneos de la fémina en las películas No es bueno que el hombre esté solo y Tamaño natural?) engendrará el ocaso del género humano con más contundencia que el coronavirus.

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