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Pedro de Tena

El bandidaje internacional y la agonía de las democracias

Atónitos se han quedado muchos ante la evidencia de la irrupción del bandidaje internacional en la crisis general del coronavirus.

Atónitos se han quedado muchos ante la evidencia de la irrupción del bandidaje internacional en la crisis general del coronavirus. Otros, menos optimistas desde hace tiempo, intuíamos que bajo la apariencia de civilización laten siempre instintos poderosos y salvajes que esperan un resquicio histórico para manifestarse abiertamente. Lo escribí hace tiempo, en la recreación de la infancia sevillana del emperador Adriano, que se le olvidó a la gala Yourcenar. Me acordé entonces de Voltaire y su poema ante el desastre de Lisboa, el famoso terremoto de 1755 que afectó también a España.

Escribió Voltaire:

Con lamentable voz, gritan ustedes: "Todo está bien",
el universo los desmiente, y también su propio corazón
cien veces ha refutado el error de su espíritu.
Elementos, animales, humanos, todo está en guerra.
Hay que reconocerlo, el mal está en la tierra:
Su principio secreto nos queda desconocido.

A partir de ese momento, el siglo de las Luces se completó con la presencia de las Sombras, a pesar de lo cual el continente europeo y su civilización occidental derivada –cristianismo, ciencia, capitalismo y derecho en sus raíces– fueron capaces de parir un modo de convivir que ha dado la mayor libertad, la mayor igualdad, el mayor bienestar y la mayor tolerancia de toda la historia al menos desde 1945. A pesar de las inseparables, muchas sombras.

Quizá nadie esperaba ver emerger el bandidaje, no sólo entre bandidos cuyas mafias crecen al amparo del Derecho y el poder en todos los países, sino que hay Estados-bandidos que son capaces de robar en plena crisis sanitaria los remedios, medicinas e instrumental comprados por otros países. Uno de ellos, España, sin que el Gobierno de la nación balbucee más que reconocimientos de que la piratería y el pillaje, incluso de Gbiernos supuestamente amigos, son un hecho. La barbarie, un mundo aparentemente civilizado por el Derecho Internacional, reconocido por las naciones y sus organizaciones comunes, salta por los aires en nuestras narices.

Es entonces cuando el observador estupefacto comienza a preguntarse si este mal trance del coronavirus no es más que el principio de una crisis civil mucho más aguda y fatal que tiene a las democracias y sus instituciones viciadas (donde las personas libres importan tan poco como en las dictaduras de todo pelaje) como punto de mira. ¿Para qué una democracia nacional en la que sus partidos son incapaces de superar la división ante una tragedia? ¿Para qué un Gobierno democrático que es incapaz de defender un cargamento de medicinas e instrumentos necesarios para la salud de sus ciudadanos? ¿Para qué una Unión Europea que ha dado el espectáculo más lamentable de división y descomposición que se recuerda? ¿Para qué una ONU donde hay países que vetan la verdad y lo que les conviene?

La irrupción del bandidaje, que suponíamos controlado, en el panorama, hoy global, de nuestras vidas nos van a conducir necesariamente a la pregunta totalitaria leninista de: "Libertad, ¿para qué?". Es posible que a este punto estén deseando llegar los enemigos de la convivencia democrática sana. Pero, parafraseando a Santiago de Galilea, "la libertad sin obras es cosa muerta". Si la libertad es incapaz de defenderse, incapaz de respetarse, incapaz de aplicarse e incapaz de amparar a sus devotos, la libertad está en peligro si sus militantes no hacemos nada.

Pero la libertad es o no es en el seno de una nación, España, y de una civilización occidental concretada históricamente en las naciones de Europa y de América del Norte y del Sur, Australia inclusa. Seguir jugando a ser lo que no somos y a no reconocernos en lo que realmente somos nos puede llevar a un desastre. El bandidaje es su síntoma.

Cerremos con Voltaire y su lamento por aquella otra tragedia:

Pero cuando salgamos de ese horrendo paso
¿quién de nosotros pretenderá merecer la felicidad?
Cualquiera que sea el partido tomado, cada uno debe temblar.

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