Salgo a la calle, paseo por el centro de Madrid el 6 de diciembre, conmemoración de la Constitución. Veo a gente portando la bandera de España. Gritan "Viva la Constitución" y dan más vivas al Rey y a España. Es el pueblo. Me animo sin entusiasmarme. Es el pueblo en acto. No obedece consigna de ninguna fuerza política. Este pueblo está "movilizado". No tiene a nadie detrás. No están los partidos políticos ni los sindicatos. Nadie moviliza al pueblo a favor de España. No es política de barra de bar. Es nihilismo político. Es la reacción colérica del español sentado. El Estado de alarma terminará en mayo. Mientras tanto, el objetivo de la entera casta política, judicial, policial y militar, acompañada de la basura "intelectual" y mediática que come del poder, es acobardar, reprimir y perseguir a quienes tiene un instinto de libertad y saben de la importancia de la conservación de la nación española. Nada de manifestaciones, nada de gritos a los ministros cuando salen a la calle, nada de protestas que no estén controladas por los esquiroles de los sindicatos y los profesionales de la revolución…
Pero llegan tarde esos mamarrachos del poder para advertirnos de lo que todos sabemos: habrá represión y será dura. Por eso, sí, la gente se prepara y grita Viva España para ahuyentar a la fiera de La Moncloa. Ya no quieren palabrería sino cambios inmediatos. La gente, sí, quiere ir a La Moncloa y sacar al déspota del palacio. ¡Deseos, deseos y más deseos! Seguramente. Pero eso es la libertad. Más importante que la libertad, que ser más o menos libre, es tener deseo de más libertad. Ahí se juega todo. O libertad o llenar el buche. Quienes gritan Viva la Constitución prefieren antes ser libre que llenar el estomago. En cualquier caso, quizá sean estos paisanos que salen a la calle con la bandera de España nuestra única esperanza. Quizá los ciudadanos armados con palos y piedras puedan parar esto. Quizá los pretorianos que protegen a este gobierno se tomen en serio la defensa de la soberanía nacional. Quizá.
Pero, por favor, seamos realistas. Reconozcamos lo obvio: vivimos ya en un país absolutamente fracturado. Solo hay un proyecto político funcionando. ¿Cómo llamarlo? Se me ocurre la expresión Templando el acero. Era el título genérico dado a las obras de Stalin, el mayor enemigo de España, de la nación española, en nuestra historia contemporánea. Este criminal, uno de los matarifes más sobresalientes de todos los tiempos, diseñó un plan para hacer de España una República Soviética a su imagen y semejanza. Estuvo a punto de conseguirlo, pero fue derrotado en la Guerra Civil. No olvidemos, sí, que los españoles, incluidos los que estaban en el bando republicano, derrotaron al comunismo.
Repúblicas comunistas al estilo de Stalin
Hoy, sin embargo, la creación de repúblicas comunistas al estilo de Stalin, imagino que primero diecisiete y luego ya veremos, es el principal esto que mueve al gobierno de Sánchez-Iglesias. Por eso, no es anecdótico que el Secretario de Estado de la Memoria Democrática sea un fiel seguidor de Stalin o, al menos, no creo que sea menos estalinista ahora que cuando exigía a sus alumnos, en la universidad de Almería, la lectura de la obras del citado comunista para aprobar. Sí, la destrucción de la nación, se dice pronto, desde el propio Gobierno es el único programa político que soportamos los españoles. Esto no es nuevo. Ya lo habíamos experimentado en la época de González y, sobre todo, de Rodríguez Zapatero. Lo nuevo, lo absolutamente nuevo, es la velocidad del proceso. Nunca antes en la historia de España había existido un gobierno que le corriese tanta prisa la destrucción de todas las bases de estabilidad de un país. Esto es lo que da al asunto un carácter revolucionario inaudito en otras partes de Europa. La actual política gubernamental es un asalto sistemático y programado para eliminar el bien fundamental del régimen del 78. La supresión de la unidad e integridad territorial de España, base de la Nación, es el único objetivo del gobierno de España. En realidad, es la argamasa de unión de ex-terroristas, separatistas, independentistas, nacionalistas, comunistas y socialistas.
Pero, ojo, no nos conformemos con decir que la cosa empezó con Rodríguez Zapatero, continuó con las miserias de Rajoy, y hoy alcanza su momento apoteótico con Sánchez-Iglesias. No, no, queridos lectores, la cosa empezó mucho antes de Rodríguez Zapatero. Y es menester mostrar con precisión ese "antes" para que sepamos a qué monstruo se enfrenta el ciudadano español, o mejor dicho, la nación española que es el sustento primero y último de la Constitución española. Esta política estalinista tienen muchas bazas a su favor, porque tiene una amplia tradición de la izquierda española en su combate contra la nación. Tampoco la derecha, dicho sea de paso, puede sentirse muy orgullosa de su defensa de la nación ni en el pasado remoto, algunas derechas regionalistas en la Segunda República son de traca, ni durante la etapa democrática si tenemos en cuenta su política en Galicia y sus pactos con los nacionalismos catalán y vasco, pero reconozcamos que jamás ha ido tan lejos como la izquierda en su afán destructor de España.
Salvo rarísimas excepciones, la izquierda española en la preguerra, durante casi toda la guerra civil, así como después de la guerra, fue siempre antinacional. La "izquierda nacional" siempre ha sido escasa en cantidad. Es más intuitiva que teórica. Han existido hombres honestos en el socialismo y el comunismo español defensores de la idea de la nación española, pero eran antes liberales y demócratas que socialistas. Los libros de la izquierda sobre la nación brillan por su ausencia. No se conoce libro alguno, salvo uno de Joaquín Maurín, que apele a los sentimientos nacionales. repetiré, pues, lo mantenido aquí, durante tantos años, y he demostrado en libros y ensayos numerosos: la izquierda en general ha criticado la nación española y sobre todo, cuando ha hecho falta, ha tenido su principal seña de identidad en traicionarla.
Una "izquierda nacional"
Sin embargo, en los últimos meses, han surgido algunas voces apelando a una "izquierda nacional" para que detenga la barbarie de Sánchez-Iglesias. No creo que exista esa "izquierda" y, supuesto que existiera, no tiene fuerza alguna para detener el estalinismo en el poder. La izquierda no se ha llevado bien con la nación. Es, pues, necesario para que nadie se engañe en sus diagnósticos y pronósticos sobre España recordar lo obvio, incluso repetir lo que venimos haciendo desde hace décadas. Salvo en la Guerra Civil, en el exilio y durante un breve tiempo en la Transición, nunca hubo en España una izquierda nacional con fuerza intelectual y política. A pesar de todo, recordemos siempre que hubo un breve espíritu patriótico de la izquierda "nacional", reflejado en la revista Hora de España, financiada por el PCE, durante la guerra civil; recordemos también la actitud "heroica" de unos cuantos anarquistas y socialistas, como Besteiro, en las últimas semanas de la guerra para que no murieran más hombres, o sea, para que la guerra no se prolongará, como quería Stalin, para hacerla coincidir con la Segunda Guerra Mundial.
Recordemos también a ministros socialistas, como Enrique Mugica, que tenían una clara idea de la nación española. Pero, en verdad, creo que la "izquierda nacional" de la Guerra Civil se esfumó con los exiliados. Todo lo que vino después fueron deformaciones, mistificaciones y engaños sobre el período de la preguerra llevadas a cabo por la izquierda española para destruir la idea de nación española.
"Hubo, sin embargo, otro breve paréntesis, entre la muerte de Franco y la aprobación de la Constitución española, por parte de la izquierda para no arremeter contra España. Hubo unos años que la izquierda puso pie en pared contra los enemigos de la nación, pero pasó pronto. Duro poco más que un suspiro. Durante la Transición, la izquierda española ocultó sus verdaderas intenciones, o quizá no supo aprovechar el cambio histórico. En todo caso, y con todos los peros que valgan, la izquierda hizo de la necesidad, como suele decir el castizo, virtud. Carrillo puso la bandera de España en sus mítines, seguramente, porque aún tenía mala conciencia de los miles de muertos de Paracuellos, y González tragó a regañadientes, o sea, por imposición de la socialdemocracia europea, con la aceptación de la monarquía y aligeró su republicanismo… Fueron, sí, los años de la Transición.
¡Ay, amigos, la Transición, tan lejos y tan cerca, tan grande y tan miserable! Su esplendor es sencillo de retener: la entera política, en la época de la Transición, puede sintetizarse en una frase: cerremos las heridas de la Guerra Civil. De ahí surge una sencilla idea de nación: todos caben en España. El "pacto" elíptico o tácito de todas las fuerzas políticas, sociales, económicas y culturales de esa etapa histórica, que va de 1975 a 1978, no es otro que excluir definitivamente la Guerra Civil como instrumento clave de la lucha política. Este eje directriz de la Transición ha fracasado. La traición a la idea de nación, vislumbrada en el proceso de Transición del régimen de Franco hasta la aprobación de la Constitución, nos ha llevado a una situación dramática. Ni todos los españoles somos iguales ante la ley, o sea no todos cabemos en la nación, ni las elites políticas de la izquierda defienden la integridad territorial de España. Sí, apenas existe nadie con un poco de sentido común capaz de negar lo evidente: la unidad territorial de España es hoy más un deseo que una realidad. La balcanización del país es de tal envergadura que ya se ha impuesto el lenguaje estalinista del "derecho de los territorios". Los derechos individuales de los españoles están pisoteados. En fin, la libertad y la igualdad ante la ley de todos los españoles son una quimera política. La democracia ha desaparecido, porque la nación está moribunda.
Tampoco nos conformemos con culpabilizar a la casta política de este final de la nación, es decir, de una democracia que aloje a todas las tendencias políticas e ideológicas. Los políticos son, sin duda alguna, los primeros responsables de haber hecho saltar por los aires el pacto de la Transición, o sea, la convivencia con el adversario y hasta con el enemigo político merced a un olvido piadoso de la guerra más bárbara del siglo veinte, la española del 36 al 39, y un posterior recuerdo no menos piadoso de todos los caídos en esa lucha. Sin embargo, es responsabilidad criminal de muchos intelectuales el haber hecho saltar por los aires el principal argumento de la Transición: la no utilización de la Guerra Civil para la lucha política. Todo esto viene de la etapa de González, pero ha imantado toda la ideología totalitaria de la izquierda española hasta reducirla a las posiciones de la propaganda de la izquierda durante la Guerra Civil. El daño es irreparable, porque, además de despreciar la historia de la Transición, seguramente una de las más ricas de todo nuestro pasado, impide la reconstrucción limpia de la historia para comprenderse como ciudadano de una nación llamada España.