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Agapito Maestre

Diario de la pandemia. ¡La traición no existe!

Asistimos perplejos al envilecimiento absoluto de un sistema político cuya principal seña de identidad es la traición, la traición social.

Asistimos perplejos al envilecimiento absoluto de un sistema político cuya principal seña de identidad es la traición, la traición social.
Cordon Press

La traición en España no existe. Pasa desapercibida. La traición, cuando es generalizada y cotidiana, es difícil de descubrir. Sucede lo mismo con el terror. Eso explicaría la ceguera de la mayoría de nuestros intelectuales, periodistas y gentes de ese jaez para estudiar el principal mal de España. La traición se ha hecho tan genérica y constitutiva de esta sociedad que ya ni siquiera se percibe. Asistimos perplejos al envilecimiento absoluto de un sistema político cuya principal seña de identidad es la traición. Está por todas partes, pero nos cuesta levantar acta de su existencia. Tratamos de huir de ella con todo tipo de tretas e ideologías. Imposible. Nos acompaña como si fuera nuestra sombra. Nuestra mala sombra.

Y, sin embargo, son muy pocos los dispuestos a curarse de la ideología que considera la traición una cuestión menor y puntual de la sociedad española. ¿Cómo podemos liberarnos de este fanatismo?, ¿cómo explicar que la traición de un determinado político no es la causa sino el efecto de la traición social dominante en la política española?, ¿cómo distinguir entre la fidelidad perruna y los actos de traición? La traición de Arrimadas y C´s es, sí, de libro, o peor, de psiquiatra: una moción de censura contra su propio gobierno. En este caso la estulticia y la traición van de la mano con sus cómplices en La Moncloa.

Pero lo primero y decisivo, en este momento de derrumbe y caos del establecimiento político, no es enfrentarse a esta o aquella traición, sino reconocer que la traición es siempre y en todo lugar injustificable; quien no reconozca este principio, ha renunciado al centro de la vida: la confianza. Sufrir traición, pues, es clave de la existencia. Ya Dante, en la Divina Comedia, situó en el centro del infierno esta horrible falta. Es el peor de los pecados. Acaso por eso la lealtad, su contrario feliz, es la única causa que no desaparece con su triunfo. La lealtad, o mejor, la confianza en el otro es la prueba clave de sociedades fuertes y maduras.

Mas el recurso al estudio literario, sociológico e incluso filosófico de la traición es hoy en España, por desgracia, algo anecdótico, porque la tenemos delante de nuestros ojos y no queremos levantar acta de lo obvio: la traición se ha convertido en algo común. La  hipocresía, la traición permanente a las instituciones, la traición de los políticos a su nación han convertido España en un infierno invivible. La traición se ha hecho norma. “Juro”, han dicho no sé cuántos parlamentarios, “la Constitución por imperativo legal”. ¿Qué significado tiene esa fórmula? Ninguno fuera de la traición. Quién aceptó ese tipo de “juramento bárbaro”, estaba adelantando la traición y el perjurio… Es decisivo reconocer que la traición social, repito, es el eje de este caos o no saldremos de él.

Es menester en este asunto ser inflexible. Eso no significa que alguien en su sano juicio deje de analizar que existen actos de traición discutibles, pero eso no debe ser obstáculo para reconocer lo esencial: la traición de los políticos es de tal envergadura que se ha convertido ya en un arte, una competición dramática, para ver quién es el que mejor y más veces engaña. Es un arte que prolifera en  tiempos de guerra civil. En fin, porque nada bueno puede anunciar la traición convertida en un islote estético de un mar de praxis irracional, separatista, socialista y comunista, preparémonos para aplaudir a quien ha tenido el coraje, la valentía, de ser fiel al pueblo que la había aupado con su voto al poder. Viva la coherencia democrática.

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