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Amando de Miguel

Amigos en línea

A muchos escritores nos ha venido Dios a ver con esto del confinamiento.

Esta pandemia del virus chino, que tanto nos hostiga, ha conseguido modificar muchos de nuestros hábitos cotidianos, para mal y para bien. El confinamiento en el propio domicilio nos ha llevado a multiplicar los intercambios en línea, a través de la magia de la internet. El resultado puede ser feliz. Citaré mi experiencia. Durante el último año y medio no he salido de casa, más que para algunos imprescindibles tratamientos hospitalarios. Esa forzada reclusión me ha traído algo bueno. Por el estímulo de la lectura de mis constantes artículos periodísticos, han surgido algunos corresponsales, con quienes, en seguida, nos hemos hecho amigos. Lo curioso es que, por las circunstancias dichas del confinamiento, tales nuevas amistades significan una cosa rara: no nos conocemos personalmente. Pongo, por ejemplo, a Maciej Rudnik, profesor de español en Varsovia, con quien mantengo una asidua conversación, a través del ordenador. Otro caso es el de Gonzalo Carrascal, aunque sí conservo su imagen, pues consumimos largas parladas todas las semanas, por medio de ese fabuloso invento que es el skype. Otro nuevo amigo informático es José Antonio Martínez Pons, quien me deleita con el relato de sus experiencias vitales en Mallorca y sus conocimientos científicos. Una línea parecida es la que mantiene, desde China, Guillermo Gálvez (William Bogao), un aguerrido empresario en ese inmenso país. Carlos Díaz Hernández me envía, regularmente, textos inéditos de su ingente obra filosófica. Insisto, a ninguno de estos nuevos amigos los he visto en persona. A veces pienso, con mi congénito pesimismo, que nunca los veré. Pero ellos me recordarán.

Sería interminable la lista de los amigos que sí conozco personalmente y que durante el último año y medio me envían sabrosos comentarios y agudas críticas a mis artículos. Con ellos se recuerdan tiempos anteriores, en los que nos reuníamos con cierta frecuencia. Valgan algunos nombres. Con Andrés Caparrós y Santiago Tarancón (antiguos de Barcelona) me enfrasco, a veces, a través del skype. Asimismo, me envían críticas y comentarios muy sustanciosos otros muchos amigos, a quienes no he visto en el último año y medio. Cito algunos nombres: Ana de Dompablo, Arturo Parres, Massimo Turbini-Bonaca, Ángel Vegas, José María Navia-Osorio, Horacio Silvestre, Joaquín Leguina, José Luis García Valdecantos, José María Tortosa, Julio Iglesias de Ussel, Francisco José Alonso, Josep Enric Sabaté, Jesús Martínez Paricio, Ángel Martínez de Lara (me corrige la escritura de los artículos), Juan Luis Valderrábano, Damián Galmés, Dámaso Yagüe (desde Suecia), José Luis de Miguel. Conviene precisar que, en ese elenco de amigos, la mayor parte de ellos son ajenos al menester sociológico. Son de su padre y de su madre por lo que respecta a las dedicaciones profesionales; viven en distintas ciudades y manifiestan casi todas las ideologías. Quizá nos une una cierta confluencia de sentimientos. Lo curioso es que, entre ellos, no forman un grupo; normalmente, no se conocen. La lista podría ser más extensa, pero no es cuestión de agotar al paciente lector.

Supongo que mi experiencia se podría replicar en el caso de otros muchos escritores. Nos ha venido Dios a ver con esto del confinamiento. Ya que no nos podemos ver personalmente y tomar ese café con churros, la conexión internética nos permite intercambiar pareceres de un modo instantáneo. El hábito de abrir el ordenador cada mañana, y conversar por escrito con los amigos (nuevos o antiguos) se ha convertido en una estupenda rutina. Muchas de las ideas de mis artículos surgen de tales conversaciones "en línea". Un escritor lo es porque conoce, aunque, sea a distancia, a personas interesantes.

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