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Amando de Miguel

Ideologías y sentimientos

Especialmente peligroso es destacar la verdad por encima de otros valores; ocasiona no pocos desengaños.

Algunos lectores inteligentes me reprochan mi aseveración de que los amigos que me siguen en línea sean de distintas ideologías. Pero esa es la realidad. El lazo que nos une no es la orientación política, sino los sentimientos comunes, que son algo previo a la decisión de votar en unas elecciones. Por ejemplo, priva el amor a la verdad y a la libertad. No son cualidades fáciles de mantener y, además, cada uno las interpreta a su modo. Especialmente peligroso es destacar la verdad por encima de otros valores; ocasiona no pocos desengaños.

Esos mismos lectores más avispados (que en verano se autoseleccionan mejor) me señalan mi manía de referirme a la "pandemia del virus chino". Poco menos que peco, así, de xenofobia, un gran delito de odio. Rechazo, por tanto, las etiquetas de los científicos para la pandemia, compuestas de letras y números sin alma. En cuyo caso, me atrevo a criticar a los científicos, otro imperdonable atrevimiento. La verdad, por lo mismo que hay crítica de arte o de literatura, entiendo que debe haber crítica de la ciencia, aunque pueda parecer una blasfemia ideológica. No sé si la China es culpable de la pandemia, pero el maldito virus procede del Imperio del Centro. Además, el Gobierno chino se niega en redondo a que se investigue el origen de la peste. Insisto, no es ideología, sino sentimiento, lo que me mueve a hacer estas afirmaciones. No tienen nada que ver con el odio o el aprecio a una cultura milenaria como la china. Es más, mi impresión es que se trata de una potencia creciente en todos los órdenes: China será la hegemónica en el mundo de la próxima generación, la que ya está en la escuela. Otra cosa es que pueda continuar con un régimen socialista, una especie de satrapía. Tengo mis dudas.

Según se acerca uno a la edad de la expectativa media de años de vida (y yo la supero), es de lamentar la pérdida de la memoria de los sucesos de cada día. Por ejemplo, dónde he puesto el móvil o los otros enseres cotidianos. Lo malo es que, junto a ese proceso, digamos, mínimo o anecdótico, se reaviva la memoria de los hechos del pasado lejano, lo que uno querría olvidar. Eso es terrible para un sentimiento pesimista, como el mío. Se experimenta un morboso deleite en revivir los fracasos y errores del pasado personal, que no son pocos. El pesimismo se junta con el exacerbado sentimiento de culpa y con el determinismo. La conclusión es que uno teme repetir los mismos desaciertos, que creía olvidados.

La pérdida de memoria es, dentro de unos límites, uno de los mejores atributos de la inteligencia humana. Es la facultad negativa que nos permite sobrevivir a los tumbos y fracasos de nuestra biografía. Por eso podemos cambiar de ideología y de amigos sin que se hunda el mundo. Los que resultan más inalterables son los sentimientos. Uno, muy decisivo, es el de coincidir con lo que piensan muchas personas, aunque no sea lo establecido o lo que lleva al poder político.

Me ha acuciado siempre el sentimiento recalcitrante de llevar la contraria de lo que se espera de mí. Podría ser visto como originalidad, si poseyera un poco más de temperamento artístico. Sin embargo, es más bien contumacia u obstinación. La realidad es que tal rasgo de mi carácter, nada deseable, me ha traído no pocas pesadumbres. La culpa ha sido mía. Como compensación, me ha proporcionado, siempre, una gran satisfacción mental.

Una forma de vestir los sentimientos es llamarlos "sensibilidades", pero ese nuevo término encierra una trampa. Tiende a resaltar la parte positiva, digamos, para que el sujeto a la que se aplica quede bien. No es lo mío. Como he podido observar, tampoco lo es de mis amigos en línea.

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