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Antonio Robles

Contra la cultura de la cancelación

Puede que la retirada de EEUU de Afganistán ante la barbarie talibán sea sólo una evidencia más de la decadencia de nuestros valores ilustrados.

A la luz de la cultura de la cancelación, que nos amenaza con un neopuritanismo laico, se acumulan las evidencias sobre la advertencia hecha por Spengler hace más de cien años en La decadencia de Occidente (1918). No sólo por prever su momento de colapso con el fin del siglo XX, sino por señalar la causa que redondeara once años después Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1929). Decía con desprecio de ellas el pensador alemán que las masas representaban el fin de toda jerarquía, incluida la del conocimiento. Lo que Ortega expresó tan gráficamente: "Las masas cocean y no entienden". Desde su mentalidad de pensador conservador y elitista, Oswald Spengler adelantó lo que el neomarxismo encarnado en la ideología de la identidad y de la interseccionalidad ha impuesto en Occidente contra toda forma de conocimiento objetivo y racional.

Puede que la retirada de EEUU de Afganistán ante la barbarie talibán sea sólo una evidencia más de la decadencia de nuestros valores ilustrados. O el preludio de la ruina definitiva. En todo caso, no es el poder de estos nuevos bárbaros, ni siquiera la creciente debilidad económica y militar de Occidente, la causa de su desmoronamiento, sino esa flacidez cultural adelantada por Spengler y Ortega que se ha apoderado de nuestras instituciones académicas, políticas, culturales y democráticas. Somos nosotros mismos nuestros peores enemigos.

Hoy, una procesión de ofendidos anteponen sus emociones a los juicios de la razón, o se indignan contra los fundamentos de la civilización occidental en defensa de cualquier cultura, valor o religión, a condición de que no sean los nuestros. Una sociedad ociosa, aburrida y adanista que ignora de dónde procede su bienestar. Y, por lo mismo, nada hace por asegurarlo. Al contrario, corre ciega y sorda a su propia decadencia.

Los síntomas advertidos por aquellos pensadores han cristalizado ahora en múltiples grupos con apariencia liberadora. En un totum revolutum se mezclan en nuestras facultades de ciencias sociales las mejores intenciones y los peores dogmas: estudios queer, seminarios raciales, ecologismo, minorías étnicas, movimientos LGTBI, homofobia, transfobia, patriarcado… y un sinfín de microrrevoluciones culturales, que paradójicamente están disolviendo la cultura ilustrada e instalando un nuevo tribalismo trufado de contradicciones. Ahora podemos entender por qué ese empeño educativo en convertir la jerarquía cognitiva en un estorbo. Los disparates no empezaron con la Ley Celáa, ya venían de la Logse de los años noventa, y ésta del sistema fracasado de Inglaterra y EEUU.

Advirtieron de esta deriva dogmática más de 150 intelectuales progresistas en 2020 en una Una carta sobre la justicia y el debate abierto, donde criticaban esa tendencia a la cancelación o criminalización de todo aquel que insinúe una crítica contra las políticas de la identidad y la interseccionalidad.

No hemos de dejarnos confundir por firmas tan significativamente de izquierdas como la de Noam Chomsky, junto a 150 más, advirtiéndonos en 2020 de esta deriva totalitaria. Las raíces intelectuales de esta dictadura de las emociones está en el neomarxismo de personajes como Laclau y Mouffe, y el aliento que lo inspira es su aspiración a controlar la sociedad, ya no desde la lucha de clases, fracasada en experiencias comunistas invendibles hoy, sino desde la unión de todos esos grupos que han inspirado la cultura de la cancelación. Toda una estrategia para empoderar a esos "nuevos sujetos políticos" que hacen del exhibicionismo de la indignación una forma de agrupar a toda esa pléyade de grupos unidos por el radicalismo de izquierdas camuflados bajo las reivindicaciones más variopintas. Las contradicciones resultantes no serían una barrera, sino una oportunidad. Ya vieron cómo el chamán de la coleta cabalgaba contradicciones sin despeinarse.

Si Ortega escribió La rebelión de las masas para advertirnos de los nuevos totalitarismos, Douglas Murray en La masa enfurecida (2020) hace un estudio sistemático del peligro de esas masas hoy, desenmascarando su impostura cognitiva y su mentalidad inquisidora. Alex Kaiser hace lo propio en La neoinquisición (2020).

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