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Amando de Miguel

Las dos mentalidades en el mundo occidental

En el mundo hispano, la acumulación de esfuerzo no es un factor tan necesario para ascender por la escala social.

Es muy socorrido el uso pedagógico binario, esto es, la contraposición entre dos realidades, el haz y el envés de una hoja, los dos polos de una esfera. En este caso, me refiero a las dos mentalidades prevalentes en el mundo llamado occidental. Una, la dominante, es la que podríamos llamar anglicana, la característica del Reino Unido, los países de la Commonwealth y, sobre todo, los Estados Unidos de América. Les une el idioma inglés y, políticamente, la democracia. Como contraste, está (entre otras), la mentalidad hispana: la de los españoles e hispanoamericanos, que se expresa en castellano. Políticamente, abarca toda una variada tipología de regímenes autoritarios, incluidos los que se presentan con forma democrática.

La mentalidad es una forma de entender la vida, típica de una sociedad, en contraste con otras. A diferencia de la ideología, la mentalidad se mantiene, de forma latente, como una expresión del inconsciente colectivo para regular, en primer lugar, las relaciones interpersonales.

Una primera nota de la mentalidad anglicana, que se manifiesta en el lenguaje, es el extremo individualismo, hasta el punto de que hace difíciles las relaciones corrientes entre los individuos. Se nota, por ejemplo, en una especie de cortesía ritual, que manifiestan las personas con un mínimo de instrucción. Los interlocutores no muy cercanos se ven obligados a dar a conocer sus nombres y apellidos para proseguir el diálogo. Deben reiterar las fórmulas de gracias, por favor, déjame que te diga y similares con el fin de que la interacción siga por buen camino. El uso del imperativo del verbo resulta tan agobiante, que hay que completarlo con una pregunta permisiva. Por ejemplo, cierra la puerta, ¿quieres? Esas interacciones corrientes obligan a reiterar esta otra pregunta retórica: ¿de qué estás hablando?

El individualismo extremo de la mentalidad anglicana es un resultado cultural, no una ideología. Por ejemplo, en inglés, la conjugación de los verbos necesita hacer explícito el pronombre personal, que hace de sujeto. Por tanto, en la conversación, se repite, constantemente, el yo (I, que se escribe y se pronuncia con mayúscula, porque se enfatiza).

La consecuencia de todo ello es que, en inglés, la comunicación más sencilla resulta, sumamente, cautelosa. Los interlocutores han de esforzarse por fijar los mecanismos de empatía: hacer que uno se ponga en el lugar del otro. Tales buenos propósitos se facilitan si la conversación se anima con la bebida en común. Esa necesidad se impone cuando uno de los interlocutores exclama: necesito un trago.

De forma más sustantiva, la mentalidad anglicana fomenta el espíritu de logro (need for achievement), del que conviene alardear. Se traduce en el esfuerzo por subir en la escala social mediante la aplicación del trabajo, el título que legitima la posición social.

Para ello, hay que cultivar el sentido de la oportunidad: hacer las cosas bien cuando corresponda.

La mentalidad hispana es, casi, el lado contrapuesto al de la anglicana. No es mejor ni peor, sino distinta y según con qué fines. Se añade la particularidad de que, al ser un producto de la herencia cultural, resulta difícil de alterar. El lenguaje heredado nos traiciona a la hora de que los hispanos pretendamos imitar a los anglicanos. Pesa más el inconsciente colectivo. No todo son inconvenientes. La mentalidad hispana no se empeña en continuas formas de empatía; basta con la espontánea simpatía. Desde luego, no son necesarias las reiteradas fórmulas de cortesía: el llamar, una y otra vez, al interlocutor por su nombre o apellido, el añadir la coletilla de ¿quieres? al imperativo.

La distancia cultural entre las dos mentalidades se establece con la referencia al espíritu de logro, que, ni siquiera, tiene una buena traducción castellana. Nótese que el logro, tan encomiable para los anglicanos, puede derivar en logrero para los hispanos. Por lo mismo, el sentido de la oportunidad, imprescindible para los anglicanos, adquiere un nuevo matiz despectivo en castellano: oportunismo.

En el mundo hispano, la acumulación de esfuerzo no es un factor tan necesario para ascender por la escala social; en su lugar, cuenta más la red de amigos. En el mundo anglicano, un desempleado es una persona que busca trabajo, aunque sea de menor categoría del anterior. En el mundo hispano, se trata, más bien, de una persona que aspira a vivir de algún tipo de subsidio.

Se comprenderá que, con todas estas diferencias básicas, en la cultura anglicana florezca la democracia como modelo para todo el mundo. En la hispana, se fomentan las manifestaciones personalistas o autoritarias, a pesar de que se vistan con las formas democráticas.

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