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Jesús Fernández Úbeda

Raúl del Pozo, Medalla de Honor de Madrid

Raúl considera que "salir de Madrid es un error" y venera con pasión a la urbe en la que se ha consagrado como un mito vivo de las letras patrias.

Raúl considera que "salir de Madrid es un error" y venera con pasión a la urbe en la que se ha consagrado como un mito vivo de las letras patrias.
Raúl del Pozo. | Archivo Raúl del Pozo

Martínez-Almeida anunció en su perfil de Twitter que Raúl del Pozo, "periodista, cronista y apasionado de Madrid", recibirá la Medalla de Honor de la capital del Reino, compartiendo el reconocimiento con el pueblo de Ucrania y con el patrón de la Villa, san Isidro, en el IV Centenario de su Canonización. El alcalde cantó la noticia en una red social que fascina al galardonado y que, varias veces al día, consulta para conocer "a quienes, en otro tiempo, me hubieran dado el paseo". "Me da igual que me llamen ‘facha’ o ‘rojo’; lo que me jode es que me llamen ‘viejo’", me ha dicho alguna vez.

Los de provincias que llegamos a Madrid para buscarnos la vida nos dividimos en dos grupos: por un lado, están quienes se agobian y se ahogan en el Foro, quienes añoran el silencio, la tranquilidad y la distancia corta, quienes, despavoridos, huyen de la metrópoli en cuanto salen de trabajar el viernes; por otro, estamos quienes amamos a esta Babilonia castellana, salvaje y esquizofrénica como a ninguna otra ciudad, quienes la disfrutamos y exprimimos hasta la extenuación, quienes no nos entendemos sin ella. Quienes, desde luego, hubiéramos sido menos sin ella. Raúl del Pozo, que pasó su infancia en la montaña mágica de Cuenca cazando conejos y garduñas, que se hizo maestro de escuela y ejerció en Uclés para, después, largarse a Barcelona y compartir piso con un chulo de putas anarquista, y que, haciendo autoestop, se plantó en París, donde le prendió fuego a la casa de Alberto Oliveras, pertenece al segundo grupo. Considera que "salir de Madrid es un error" y venera con una pasión terrible y profunda a la urbe en la que se ha consagrado como un mito vivo de las letras patrias. "Es una leyenda –me cuenta Iván Redondo–. Con él aprendes a educar la mirada pero, como todo campeón en su categoría, nunca enseña todos sus trucos. Su periodismo tiene estructura, orden, pasión y ojo, gran sentido del humor que es lo que le hace único".

Raúl se enamoró del "mejor oficio del mundo" (García Márquez) en la ciudad levítica de las Casas Colgadas, cuando frecuentaba a González-Ruano y se fijaba en sus dedos amarillos. Ejerció el periodismo por donde rondó, pero fue en Madrid cuando subió a Primera División y, no tardando, fichó por un equipo de Champions. Debutó en Pueblo en Tercera Página con un reportaje sobre una plaga de ratas. Formó parte de aquella fantástica legión extranjera que dirigió Emilio Romero y coincidió con, entre otros, José María García, Tico Medina, Yale, Raúl Cancio y Arturo Pérez-Reverte, quien me dice: "A estas alturas, Raúl merece no este, sino todos los honores posibles. Todos sus amigos nos alegramos no ya de que se le premie, sino, sobre todo, de que se reconozca su extraordinaria categoría. A veces se hace justicia, y este es uno de esos casos". Después, escribió en Mundo Obrero, Interviú, El Independiente y en El Mundo, donde todavía recoge lo más interesante de "El ruido de la calle". Ha publicado un puñado de novelas y otro de libros de artículos. Tiene más premios que Zidane. En los últimos años, le han homenajeado la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, el Café Varela o la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Ahora, el ayuntamiento del sitio donde pace le coloca a la altura de san Isidro. Qué ganas hay de que llegue el 15 de mayo para celebrarlo.

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