
José Mota (Montiel, Ciudad Real, 1965) es un hombre bueno y un genio que recita de memoria a Lope de Vega, a Quevedo y a Núñez de Arce. Tengo la fortuna de afirmarlo con conocimiento de causa. Este artesano concienzudo de la risa, este creador eléctrico y entusiasta, sostiene que el sentido del humor es tan necesario como el respirar, rechaza la "cultura del ruido", reivindica a los superhéroes de verdad, esos que no llevan capa, a los que nadie ve ni oye, pero que son imprescindibles para que la sociedad no se deshumanice –aún más–, y considera urgente recuperar los valores que nos dejaron nuestros padres y abuelos, una herencia olvidada, como una vez me dijo, durante el "ir tan deprisa a para no sé qué". LD le entrevista en un hotel próximo a la madrileña Ciudad de los Periodistas. En mi opinión, es una de las mejores entrevistas de la serie "Doce Apóstoles". Demostración, aquí:

P: Señor Mota, ¿cree en Dios?
R: Como decía aquel, lo verdaderamente complejo es encontrar a un cerrajero en domingo (risas). Pero sí, sí creo.
P: ¿Y cómo es el Dios en el que cree?
R: Como el de Spinoza. Es el que no te juzga. Sería la infinita comprensión del ser humano con sus contradicciones, porque el ser humano es pura contradicción. Cuando uno dice que cree, evidentemente, está en la permanente lucha: te debates entre el corazón y el cerebro. Es la lucha interna que uno tiene. Al fin y al cabo, me quedo con lo que decía Punset: la inteligencia emocional, a veces, nos lleva a sitios donde el cociente intelectual no llega. Hay una inteligencia emocional que, sin saber exactamente por qué, te conduce a lugares que contienen certezas que no puedes del todo explicar desde el lado de la lógica y de la razón. Sin embargo, esas certezas existen. Y eso me hace pensar detenidamente en cosas: ¿somos pura lógica, todo es razón, o también hay un lenguaje emocional que da certeza a las cosas y que no pasa por la puerta de la lógica? Todo es muy complejo.
P: Tras recibir una bofetada, ¿hay que poner la otra mejilla o devolver el golpe?
R: Ahora que está de moda el boxeo, hay que intentar esquivar un poquito. Estamos en un momento de mucha bronca. (Piensa) Creo que al adversario hay que hacerle comprender que el camino de la bofetada no es el más adecuado. Existe otro camino: el del diálogo. Es un camino que, parece, se ha perdido. "Sentémonos y hablemos. Achiquemos diferencias. Hablemos de las cosas que nos unen". Estamos en un momento de mucha tirantez, de mucha polarización. "Si no eres como yo, ya no me molas". La palabra "tolerancia", esa palabra tan sencilla y que tiene un valor maravilloso, se ha diluido un poquito. A veces, queda sin contenido. Suena hueca. Y tenemos que volver a darle contenido y entender que lo diferente nos enriquece.

P: ¿Se habla mucho y se dice poco?
R: Sí. Estamos en una cultura del ruido. Y hay silencios que dicen más que algunas palabras. De alguna manera, en ese sentido, hemos adelantado mucho tecnológicamente pero, a nivel emocional y en valores, me da la sensación, de verdad, así lo siento, de que hemos ido hacia atrás. Hemos perdido referentes y valores. Sobre todo, un legado precioso y maravilloso que nos dejaron nuestros padres. Esa herencia de valores, esfuerzo y sacrificio no la hemos sabido mimar. No la hemos sabido apreciar. Es importante volver la vista atrás, caer en esa cuenta y decir: "Caramba, es que mis mayores, mis referentes, me han dejado un tesoro maravilloso". Un tesoro ganado con el esfuerzo y la generosidad de los que recibieron muy poco y han dejado mucho. Cuando hablo de mis padres, hablo de tus abuelos y de la gente de atrás. Creo que no hemos sabido digerir todo lo bueno y todo lo malo que nos ha traído internet. Nos ha traído una comunicación inmediata y, a la vez, la incomunicación, la cultura, muchas veces, de preocuparse más por el continente que por el contenido. Y eso es lo que, en parte, está ocurriendo.
P: ¿Los últimos serán los primeros?
R: Si cambias el sentido de la carrera, sí (risas).
P: ¿Hay que amar al prójimo como a uno mismo?
R: Es complicado. Para mí, la gran lección que nos tendría que haber enseñado la pandemia es que juntos vamos a muchos sitios; por separado, somos la nada. Hemos visto el fútbol sin gente y no es nada. Me encanta ir al cine y, caramba, ¿por qué? En mi casa tengo una pequeña pantalla de cine y puedo ver una película más cómodo. Sin embargo, pierdo parte de la magia. De la magia de sentir que estoy compartiendo algo socialmente. Algo que, en ese evento, me hace sentir especialmente vivo. Porque hay una comunión social que hace mágicas las cosas. Eso tiene que ver con que necesitamos a los demás a nivel emocional. Una de las grandes lecciones que nos ha dejado esta pandemia es la importancia de la suma. Insisto: juntos somos algo importante; por separado, no. Eso no se nos debiera olvidar.

P: ¿El dinero es un dios más fuerte que el amor?
R: No, no. A pesar de todo, soy de esos, como cantaba Roberto Carlos, "amantes a la antigua" (risas). El dinero mueve muchas cosas, pero si quieres, en el último fondo, está el amor. Las cosas que me estremecen tienen que ver con la buena voluntad de la gente, con su generosidad. Lo hemos visto en pandemia: ha habido gente que ha estado en primera línea de fuego para que la palabra "esperanza" tenga un sentido. Hemos visto la cosa oscura. Parece que vuelven los contagios otra vez, lo que pasa es que, de alguna manera, la vida tiene que seguir y tenemos que ser positivos y demás, pero lo hemos pasado mal, y hemos visto a mucha gente luchando, a gente que se ha dejado su propia vida en un acto de generosidad infinita para que los demás podamos estar hoy aquí. Eso ha ocurrido. Y no sólo me refiero al gremio sanitario: ha habido gente que ha tenido que ir a Mercamadrid a coger los alimentos, a llevarlos al supermercado… Gente de a pie. Me conmueve mucho. Eso tiene que ver con lo que dices sobre el amor y la entrega a los demás. Lo que pasa es que el amor siempre camina descalzo, no se le oye; el odio va con tacones, le oyes pisar. No sé quién lo dijo, pero lo suscribo: es más cómodo vivir en el odio que en el amor. El amor implica compromiso. Pero sí: creo que el mundo, en el fondo, está movido por gente que da amor. Creo en el amor como motor que mueve el mundo, sin duda alguna. Por ejemplo, cuando voy al hospital a visitar a algún familiar enfermo o a cualquier otra persona, veo a los voluntarios. Son gente que no es conocida y con la que yo me quito el sombrero. Los superhéroes de verdad no llevan capa, están ahí. Y ni se les oye ni se les ve.
P: ¿La verdad nos hará libres?
R: (Piensa) Sí, la verdad nos hará libres. Y también el no tener nada pendiente con la justicia (risas).
P: ¿Y el sentido del humor?
R: Sin duda ninguna. El humor es de las pocas cosas que se atreve a sacarle la lengua a la muerte y volverse, encima, con una sonrisa. Tú le puedes sacar la lengua a la muerte y volverte con una mueca triste. No: el humor le saca la lengua a la muerte y vuelve sonriente. Dice: "Vale, es posible que me lleves, pero gano". Eso lo hace la comedia. Y la comedia es un arma que, sin duda, nos hace libres. Por eso, cuando me preguntan si creo en las prohibiciones en el humor, respondo que no. Poner puertas al campo es imposible.
P: ¿Qué pecado nunca debiera cometer un humorista?
R: Un humorista nunca debiera dejarse vencer por el miedo. Por el miedo a ser libre. Y debe hacer lo que le apetece. En comedia, creo en la libertad de expresión que cada uno considere oportuna para sí mismo.
P: ¿Es España un país de chiste en el que nos tomamos las cosas demasiado en serio?
R: Es al revés: España se ha convertido en un lugar muy serio en el que las cosas se toman a chiste.
P: ¿Cree en sí mismo?
R: No me queda otro remedio.
P: ¿Alguna vez dejó de hacerlo?
R: Claro, cuando he estado gobernado por el miedo o por la inseguridad. El miedo no me gusta, no es buen compañero. Es todo lo contrario al amor y a la comedia. El humor es una forma de amor. Cuando veo a un cómico y la gente ríe y sonríe, entiendo que se está produciendo una magia emocional que mucho tiene que ver con esa palabra tan maravillosa que se llama "amor".
P: ¿Cree en el ser humano?
R: Sí, sin duda. Creo en el ser humano porque veo que tenemos muchas cosas que no me gustan, pero mientras anide dentro de nosotros la palabra "esperanza", y la palabra "generosidad", que tiene que ver con lo que te decía antes sobre la pandemia, sí, sigo creyendo. Hay gente que nos da lecciones todos los días, y esas lecciones tienen mucho que ver con la generosidad y la entrega a los demás. Eso nos hace grandes. En una ocasión, pensé en proponer un programa de televisión que se llamase Héroes. Y héroes son, precisamente, esos que no se ven, que están en la sociedad entregándose a los demás, que no son conocidos ni desean ser conocidos y hacen el bien porque es una manera de entregarse a los demás. Y a todos nos elevan. Entonces, mientras haya gente así, por supuesto: creo en el ser humano. Luego, veo cosas que me aterran y me horrorizan, como la puñetera guerra de Ucrania. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI estemos ahí? Aun así, quiero pensar que, en el fondo, el ser humano es un buen lugar para quedarse.

P: ¿En qué no ha creído nunca?
R: En el egoísmo. En el "to pa mí y el ansia rota". Lejos de hacernos más ricos, nos empobrece continuamente. Al final de la vida, creo que en el equipaje que uno porta, esas cosas no pesan ni ocupan; ocupa todo lo que tiene que ver, para mí, al menos, con el "he intentado ser la mejor versión posible de mí mismo, he intentado hacer el bien a los demás, ser feliz, disfrutar de las pequeñas cosas, que son las grandes".
P: Y, finalmente, ¿en qué no cree y le gustaría creer?
R: En la existencia de las hadas de los cuentos (risas). Llegan y te solucionan las cosas. Pero hay que solucionar las cosas fondeando el mundo interior que tenemos.