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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Quintero y el crepúsculo de los dioses

Su reino, ay, no es de este mundo. El silencio, ese refugio en el que todos somos inocentes, no se lleva. No renta.

Su reino, ay, no es de este mundo. El silencio, ese refugio en el que todos somos inocentes, no se lleva. No renta.
Jesús Quintero. | Cordon Press

Pertenece Jesús Quintero (San Juan del Puerto, 1940) a una era geológica pretérita, a un tiempo en el que los periodistas eran dioses que superpoblaban un Olimpo mediático más pequeño y menos cochambroso que el contemporáneo. El mejor fotorreportero deportivo español, Raúl Cancio, me contaba que, hace cincuenta años, cuando Tico Medina entraba en un bar, todos los parroquianos se ponían de pie; medio siglo después, los mitos mediáticos que aún suscitan admiración y, sobre todo, transmiten respeto, no superan la docena. Si el informador no forma parte de tu trinchera ideológica, se le manda al paredón de Twitter en cero coma y gratis. Y hasta luego, Lucas.

Quintero sabía "convertir un padrenuestro en una sinfonía" (Raúl del Pozo). Destaca el escritor Emilio Lara "sus silencios opresivos, sus preguntas incisivas y geniales, su inteligencia abrumadora". Siempre ha considerado la comunicación como un destino y un estilo de vida. Hizo más de 5.000 entrevistas. Concedió poquísimas. Quizá porque pensaba, como Oriana Fallaci, que "cada vez que uno es entrevistado, vende su alma". Llegar a él fue toda una tediosa, sacrificada y, finalmente, gratificante odisea. Me dio audiencia papal tras un lustro de ruegos, después de leer una interviú que hice a Escohotado –"la mejor que he visto en años", me decía– y aprovechando que me hallaba escribiendo No le des más whisky a la perrita. El fruto de nuestra conversación vio la luz en Zenda. Fue trending topic durante dos días.

La última vez que hablé con el maestro me contó que estaba preparando tres nuevos libros. Me ofreció colaborar en uno de ellos. No he vuelto a saber nada sobre el asunto. Soy de los que piensan que a Quintero lo mató, desde el punto de vista mediático, quiere decirse, TVE cuando censuró, de una manera obscena e implacable, la entrevista que le hizo a José María García en 2007. Al día siguiente de su emisión, "me llamó Raúl del Pozo –me confesaba– y me dijo: "Estás liquidado". ¿Por qué? Porque había visto en la tribuna del Santiago Bernabéu al entonces presidente de TVE, Luis Fernández, con Florentino. Y no se equivocó".

Quintero, quien se emociona con el mar turquesa de los atardeceres y se enciende con el rojo y negro de los anarquistas, pendulea entre la inocencia ilusa del imberbe y la resignación pesimista, digo, realista, del sabio que peina canas: "Se supone que los periodistas estamos para velar por la libertad y los derechos de todos. En este sentido, muchas veces me he sentido muy solo. Todos sabemos que la censura existe y que no ha desaparecido. (…) Si estás en el canal de Berlusconi, no le puedes atacar, y eso que tiene más de un tomatazo". Su reino, ay, no es de este mundo. El silencio, ese refugio en el que todos somos inocentes, no se lleva. No renta. Nunca olvidaré cómo, en nuestro primer y único encuentro personal, salió de su coche ministerial, con sus pintas como de príncipe persa cruzado con Enrique Morente, y me dijo: "¡Por fin!". Él, el puto amo, a mí, un mindundi. Tiene narices la cosa. Vuelve a ser noticia por su ingreso en una residencia de ancianos de Ubrique tras "algunas complicaciones médicas que requieren atención profesional y especializada". Dios quiera que se recupere.

Y que me vuelva a conceder otra entrevista.

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