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Doce Apóstoles (XI)

Jorge Freire: "Entre nuestras élites hay gente que no pasaría un psicotécnico"

Undécima entrega de la serie "Doce Apóstoles". El filósofo considera "una moda un poco mema esa de convertir los libros en talismanes soteriológicos".

Undécima entrega de la serie "Doce Apóstoles". El filósofo considera "una moda un poco mema esa de convertir los libros en talismanes soteriológicos".
Jorge Freire, posando para Libertad Digital. | C.Jordá

Jorge Freire (Madrid, 1985) posee una de las mentes más brillantes de su generación, que es la mía, creo. Como, desde el punto de vista de la sencillez y de la humildad, es la antítesis de Arcadi Espada, no me tiembla el pulso al escribir que este filósofo, profesor y escritor es un verdadero genio. Por su sabiduría y por su humanidad. Lo petó con Agitación (Páginas de Espuma, 2020), ensayo galardonado con el XI Premio Málaga de Ensayo; su última obra, Hazte quien eres (Deusto, 2022) es un código de buenas costumbres no apto para presuntuosos, talibanes de la moral ni meapilas coolturetas. Se convierte en el undécimo apóstol de esta serie, que ya agoniza, en una terraza de la madrileña plaza de las Comendadoras.

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Un momento de la entrevista | C.Jordá

P: Señor Freire, ¿cree en Dios?

R: Dios no existe, Dios lo hay. García Calvo decía que existir es ser medible y cuantificable. Pero qué le vamos a hacer si lo cualitativo no es conmensurable, si no es pesable, si se escapa por entre los dedos a quien maneja la báscula. Y lo trascendente no existe, pero lo hay. Claro que esto no lo entienden quienes prefieren la mariposa clavada en el alfiler, fácilmente de analizar pero carente de vida. Hay gente que, si se encontrara el fantasma de Canterville, sacaría una cajita de lubricante, como el señor Otis, para desengrasarle las cadenas. Eso es romper el hechizo. Son los que reducen la experiencia religiosa a una suerte de arrebatamiento, de deliquio, que es como decir que el Taj Mahal es un edificio o que Las meninas es un paño de tres por cuatro. No se enteran de nada.

P: ¿Cómo es el Dios en el que cree?

R: No puedo responder a esta pregunta. Como dice José Mateos en su Tratado del no sé qué, Dios es un resplador que brilla por su ausencia, un sustantivo que elude cualquier tipo de predicado. Lo importante es actuar como si Dios existiera, exista o no: vivir una vida plena, situarte siempre a la altura de tu ideal, nunca extraviarte, nunca mentir, nunca hacer el mal a sabiendas, nunca dejar que tus dones se agosten, nunca olvidar el sentido de las cosas, nunca confundirlo con su utilidad.

P: Tras recibir una bofetada, ¿hay que poner la otra mejilla o devolver el golpe?

R: Creo que lo de poner la otra mejilla no se entiende tan bien en las Bienaventuranzas como en la Pasión, donde se lleva al extremo. ¿Para qué soportar que te flagelen, que te claven a un madero, que te escarnezcan? En esa pregunta irresoluble está, entre otras cosas, la ahimsa, y esa idea budista de que quien castiga a un inocente diez veces se daña a sí mismo.

P: ¿Los últimos serán los primeros?

R: Quizá en el Reino de los Cielos, pero no en la tierra, y menos en España. Se ha estropeado el ascensor social y la movilidad se ha estancado. A medida que la meritocracia va periclitando, los últimos ya no se tragan el cuento de que la culpa es suya. Como ha señalado Sandel, creer que la pobreza se debe exclusivamente a la indolencia es tan pueril como creer aquello del barco, contado en el Libro de Jonás, que se ve sometido a una tormenta porque uno de la tripulación había dicho una blasfemia. Y los últimos, por lo visto, se están empezando a cabrear.

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Jorge Freire posa para Libertad Digital | C.Jordá

P: ¿Hay que amar al prójimo como a uno mismo?

R: Hay que amar al prójimo como a uno mismo, pero, como añade el Zaratustra de Nietzsche, también hay que ser de aquellos que se aman a sí mismos. Rousseau acertaba al distinguir el amour de soi, que es el amor por uno mismo, del amour propre, que se acerca más a lo que entendemos por vanidad. Lo malo es que ambos se han confundido, y de ahí tantos quebraderos de cabeza. Yo respondería con aquella frase del Cordobés: quererte tú mismo, quererte mucho, y todo sale de verdad, de deporte (risas).

P: ¿Alguna vez creyó haber saltado por encima de su sombra?

R: Pues mira, creo que nunca he caído en el delirio de pensar que me basto y sobro, que soy por mí y a nadie debo nada. Detesto la ingratitud. Cosa bien distinta es el adanismo, que casi siempre es producto de la ignorancia. ¿Quién no ha inventado la pólvora en algún momento? El mismísimo Pascal creyó haber dado con una serie de proposiciones de geometría y, después, a fuerza de hincar codos, vio que las había descubierto Euclides casi veinte siglos atrás. Yo creo que todos hemos sido adanistas durante la adolescencia. Lo que pasa es que hoy la adolescencia se prolonga hasta la primera revisión de próstata. El otro día lo estaba pensando y la verdad es que me alegro de no haber publicado mi primer libro hasta los treinta años, porque así les he evitado a los lectores unas cuantas tonterías.

P: Escribe en su último libro: "Aplícate la regla de Píndaro: hazte quien eres. Injértate con provecho en el tejido social". En primer lugar, si una persona no se hace quien es, ¿qué le ocurre? ¿En qué se convierte?

R: En un canto rodao, pétreo, uniforme, desgastado. Si no te haces quien eres, ya se encarga la vida de ello. Ten en cuenta que hacerse a uno mismo supone, entre otras cosas, cincelar el carácter, pulir sus aristas y eliminar la materia mostrenca, lo que es, a todas luces, una tarea escultórica. Y quienes la rehúyen lucen como guijarros alisados, pulimentados, indistinguibles…

P: En segundo: ¿hay demasiada gente que no se ha insertado con provecho en el tejido social?

R: Por lo pronto, casi la mitad de los jóvenes. ¿Qué chorrada es esa de la "generación mejor preparada de la historia"? Estar preparado es una función que requiere un parámetro como valor de entrada, estar preparado para algo. No se puede estar preparado en términos absolutos. ¿Cómo se puede decir eso con un 38% de paro juvenil, cuando hay miles de chavales sin estudios y de universitarios sobrecualificados que se van al batallón de reserva? No es preparación lo que hace falta para injertarse en el tejido social. Sin ir más lejos, mira nuestras élites: entre ellas hay gente que no pasaría un psicotécnico.

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Freire ha publicado este año 'Haste quien eres' | C.Jordá

P: ¿El meapilismo cultural es una peste?

R: Es una moda un poco mema esa de convertir los libros en talismanes soteriológicos, como si leer la última chorrada de Karl Ove Knausgard, de Sally Rooney o de Haruki Murakami no solo te hiciera más listo, más guapo y más alto, sino que encima salva tu alma. Yo preferiría ser un analfabeto redondo y asolerado antes que un fetichista de los libros.

P: También escribe en Hazte quien eres: "La hiperpolitización lleva a la degeneración de la democracia: por cada escama del Leviatán, el rostro ensoberbecido de un activista". ¿España es un país hiperpolitizado?

R: Creo que sí. Me encanta aquella anécdota de Jardiel Poncela, cuando, acompañando al Congreso a su padre, que era corresponsal parlamentario, escuchó unas conversaciones entre candilejas que le desagradaron sobremanera y entonces, ni corto ni perezoso, decidió, con mucha solemnidad, retirarse de la política. ¡Y solo tenía diez años! Hay gente muy "concienciada" que olvida que politizar la sobremesa y darle la turra a la abuela es, ante todo, una falta de educación.

P: Aconseja no envidiar porque, al hacerlo, te confiesas subalterno: "La envidia es una forma corrupta de emulación". El tópico dice que el pecado capital de nuestro país es la envidia. ¿España es un país de subalternos?

R: ¿Subalternos? ¡Si España es un país de señoritos! Es el país del hartosopas, que no salía de casa sin engrasarse el jubón de salpicaduras para que todos vieran que iba harto de sopas. Hoy, sobra decirlo, subiría la foto a Instagram. Pero los pecados del hartosopas son pecadillos veniales. Pensándolo bien, no creo que la envidia sea nuestro mal, sino la melancolía, que puede convertirse en una aflicción muy ponzoñosa. Nuestro país lleva décadas mirándose en la pletina del microscopio y así está, obsesionado con su propio ser. Una herencia del noventayochismo, naturalmente, que nunca nos hemos sacudido. No entiendo muy bien por qué. A mí España me encanta, pero el Ser de España me importa muy poco.

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Freire, posando en una plaza de Madrid | C.Jordá

P: ¿Cree en sí mismo?

R: Confío sin fiarme, como decía Aristóteles. Hacerse de menos es cosa de pusilánimes, aunque por alguna razón está bien visto. Digo yo que si es mala la soberbia, que consiste en estimarse más de lo justo, a la fuerza también será malo lo contrario, estimarse menos de lo justo, que Spinoza llama abyección. Pero hoy abundan los amigos de lo abyecto. Su argumento es que si no puedo caer más abajo, tampoco me puedo abrir la crisma; que si me arrastro como un gusano, no puedo besar la lona. No en vano la abyección, etimológicamente, alude a lo que se arroja al suelo, y hay mucha gente que no solo quiere chapotear en el fango, sino que los demás nos hundamos con ellos. Ellos sabrán. Conque sí, creo en mí mismo. Y creo que tenía razón el marqués de Vauvenargues cuando afirmaba que la seguridad en nuestras fuerzas las aumenta. Hay pigmeos con estatura de gigante; también lo contrario.

P: ¿Alguna vez dejó de hacerlo?

R: Me siento inerme cuando tengo que hacer gestiones con el ordenador. ¿Has tenido problemas con el certificado digital? Hay pocas experiencias más desmoralizadoras que lidiar con las ordenadores cuando no se te dan bien. Algo parecido me sucedía en el confinamiento con las conferencias por Zoom, y supongo que no era el único. Antes de que David Jiménez Torres me acompañase en la presentación telemática de Agitación, recuerdo hablar con él de qué haríamos sin la maquinita se quedaba pillada. Me respondió: no sé, pero ni siquiera tenemos el desquite de tomarnos luego una caña.

P: ¿Cree en el ser humano?

R: Eso no sé lo que es. Tengo buen concepto de muchas personas y puedo decir que creo en ellas. Pero el ser humano, como tal, es una fantasmagoría sin rostro. Que la disfruten los kantianos. Ya se sabe que Kant no pone al servicio de las leyes al ciudadano, sino al sujeto trascendental. Por eso sus leyes son abstractas, como las leyes de la naturaleza. Lo que pasa es que las personas no son mecánica, sino biología. Es como cuando se habla de "la gente". ¿Pero qué es eso de la gente? Una invención de los sociólogos. Yo solo conozco sujeto singulares, circundados por su contexto. Lo demás es metafísica.

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Entrevistador y entrevistado, en una terraza | C.Jordá

P: ¿En qué no ha creído nunca?

R: La llamada "nueva política" siempre me olió a chamusquina. El propio nombre traía mal fario. Acuérdate de la Nueva Política Económica y de cómo acabó Bujarín… Bromas aparte, de quienes venían a regenerar nuestra democracia ya no queda casi nadie. Eran partidos que conocían poco a los votantes y que, en muchas ocasiones, los miraban por encima del hombro. A este país le va mejor el bipartidismo.

P: ¿En qué creyó y, desde un momento determinado, dejó de hacerlo?

R: En la Transición como mito cohesivo. Se ha quedado sin pegamento. O nos buscamos otro, o las costuras se desmontan.

P: Finalmente, ¿en qué no cree y le gustaría creer?

R: Me gustaría creer en los ángeles. He leído que un tercio de los británicos lo hacen. No sé cómo andará la cosa entre los españoles. Pero no estoy pensando en Bruno Ganz en El cielo sobre Berlín, por mucho que me conmueva. Pienso en el arcángel Miguel, que para los cristianos es el comandante del ejército de Dios; pienso en el ángel Ridwan, que para los musulmanes custodia el portón dorado que solo franquean las almas justas; pienso en el ángel Yeiazel, que para los judíos empuña la batuta de los coros celestiales… ¿Quién puede negar que los ángeles son figuras esplendorosas? La palabra splendori, que tanto usa Dante en la Comedia, significa espíritus brillantes, y a estos tres les va como anillo al dedo. Qué quieres que te diga, a mí me enternecen los querubines que lloran en la Lamentación de Giotto y me caen simpáticos los putti entrados en carnes de Rafael. Pero, bueno, hay muchas cosas que desaparecieron con el mecanicismo cartesiano, que es el momento en que nuestra cultura llega a su mayoría de edad, y que se echan de menos.

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