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Pedro de Tena

Breve catálogo para un invernadero digno de Funebria

Las flores, las frutas, los frutos y los árboles que acompañan a la muerte. El inventario básico para un invernadero fúnebre.

Las flores, las frutas, los frutos y los árboles que acompañan a la muerte. El inventario básico para un invernadero fúnebre.
Cementerio en Panamá | Cordon Press

"Funebria" es una palabra latina, neutro plural, que designa las exequias, las honras fúnebres –así lo indica el viejo diccionario Vox–, algo muy apropiado para nuestro Día de Difuntos. La ha usado recientemente César Parra en su muy recomendable , dando ese título a un apéndice que contiene una colección de pinturas funerales. A finales del siglo XVIII, el jesuita alemán J.A. Weissembach escribió Elogia aliquot funebria, una colección de breves semblanzas mortuorias convencido de que era mejor realzar a los muertos que a los vivos. Otros llaman "la funebria" al mundo relacionado con los muertos. Desde Cicerón y antes, danza la palabra.

Más usada en Iberoamérica que en España, podemos referirnos a ella, Funebria, como palabra que denota un ámbito, un continente o un lugar simbólico donde se encuentran reunidos y relacionados toda clase de seres –ya reales, históricos o fantásticos, ya meramente simbólicos o metafóricos– que en el imaginario de las diferentes culturas han tenido o tienen relación con el hecho de la muerte.

Como en España las flores son precisamente un elemento vertebral de la conexión con los difuntos, vamos a comenzar por la confección de un catálogo nada exhaustivo de vegetales que no podrían faltar en el caso de que alguien, algún día, decidiera erigir un invernadero dedicado a Funebria. Naturalmente, sería uno entre otros espacios, desde los dedicados a animales o monstruos o los dispuestos para versos, imágenes, recintos, herramientas…. Casi una ciudad completa, o cuando menos un gran parque temático, podría edificarse con este fin.

Las flores

Los vegetales, en general, no son siempre benéficos. Sobre todo las flores. Recuerden que Rainer María Rilke murió por la infección de un pinchazo de rosa, como destaca Robert Sabatier y no recoge la mexicana Cecilia Ruiz en su bonito Libro de las Muertes extraordinarias. Lástima. De todos modos, y en general, las flores acompañan a la muerte y a sus moradores, casi nunca la causan.

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Sabatier trata brevemente de las flores, las frutas o frutos y los árboles. Sin embargo, en el Diccionario de César Parra se alude casi constantemente entre sus líneas diferentes vegetales. Resulta adecuado, pues, combinar ambos esfuerzos compendiándolos todo lo posible para sacar a la luz, por deficiente que pueda parecer a algunos, el inventario básico que buscamos para nuestro fúnebre invernadero.

Sobre las flores, que tienen comercio con la vida y la muerte, Sabatier forma un ramo preferente compuesto de crisantemos y pensamientos al que se añade la escabiosa, flor de las viudas, el iris de Persia como flor del diablo y la ensangrentada casi siempre flor de lis de los reyes de Francia. Pueden añadirse otras como las blancas del espino, que florecieron milagrosamente tras la matanza de San Bartolomé 1572 y sirven para espantar a los vampiros de Bosnia- Herzegovina (los Blautsaugers). Para el consuelo relajado, se añaden amapolas, digitales (buenas para el corazón) y campanillas.

En nuestro invernadero, no pueden faltar las cidronelas, el amaranto, flor de la inmortalidad, la Elenia de otoño, compuestas de lágrimas, la inmortal que, según cantos poéticos, no debe tocarse, y rosas de todos los colores aunque con mucho cuidado. Ya ven lo que le pasó al pobre Rilke. Quizá por ello San Ambrosio consideró pagana la costumbre de adornar con coronas de flores las tumbas de los muertos. Pero nadie le hizo caso.

Los negocios funerarios, el menor de los cuales no es el de la floristería, incluyen a muchos tipos de flores, incluso "ecológicas", para los tanatorios. Por ejemplo, los gladiolos que, por ser altos y esbeltos simbolizan la subida a los cielos, dicen. Las orquídeas moradas simbolizan lealtad al muerto. Las lilas, esperanza para los finados jóvenes. Hasta los tulipanes tienen su ocasión por su perfección y su referencia al perdón.

Las frutas son más peligrosas

Los incas veneraban el jugo de la coca porque sanaba, pero los caribes creían que los muertos salían de noche a buscar una suerte de membrillos, las guanabas. Maximiliano de Alemania murió de una comilona de melones, fruta malvada que dio pie a que Mahomet II abriera el vientre de todos sus pajes para averiguar quién se comió sus melones preferidos y recuerden que Anacreonte murió al atragantársele una uva. Y la relación, como suponen, es más larga.

Los árboles

Respecto a los árboles, menciona el de las mujeres, donde, al parecer, algunas esposas prefieren ahorcarse (no encontramos el viceversa) y recuerda que la muerte es considerada una guarda forestal en los bosques. Los tilos pueden dar forma a almas, las moreras pueden ser rojas por la sangre de víctimas y el ciprés, cipariso, da sombra a las tumbas desde siempre y preserva los cuerpos. Hay quien no renuncia a ser enterrado junto a un aliso o a un sauce (Napoleón). Dicen que el tejo puede crecer en la boca de cada muerto bretón. La encina, el palosanto y la caoba, incluso el sicomoro, entre la higuera y el moral, son fuente de madera para ataúdes, que no el abeto, que se pudre.

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Cementerio de Poblenou en Barcelona

César Parra, que es visitador de tumbas, o sea, tatófilo, añade el abedul que cubría a los celtas en el trance, el acebo protector, la acacia de la Corona de Espinas, el acanto y el mirto de Adonis, el primero en recibir flores en su funeral. Además, está el álamo de la inmortalidad, el asfódelo cenizo de los Campos Elíseos, con azucenas para las muertas vírgenes y limas para ahuyentar al vampiro filipino Berbalang.

Los narcisos decoraban las tumbas griegas. Los aspirantes al Nirvana necesitarán el árbol de la Bodhi, para meditar. Los cristianos precisarán palmas, herencia romana. En Siberia se venera la inmortalidad del pino alerce. Los manzanos, los de Tántalo o Eva, tienen que tener su lugar. El roble es necesario para canalizar los relámpagos celestiales y dar forma al poder. Y ojo con las semillas de plantas desconocidas que pueden convertirnos en momias como describió Louise Mary Alcott, entre unas mujercitas y otras.

Mejor el romero, que no libró a la pobre Ofelia pero iría seguramente en su ataúd. También cerezos japoneses, sakuras, que representan la vida. Y sauces, cuya sed desmedida ayuda a los sepultureros a combatir la humedad. Junto a ellos, árboles afamados funerariamente son el abedul y el avellano siempre que en sus ramas no habite un stryz, vampiro de Prusia, que mata pronunciando el nombre de su víctima. Y ojo si huele a rosas y no hay ninguna: alguien va a morir.

El tan inglés tejo simboliza poéticamente la muerte (estaba consagrado a Hécate, reina de los infiernos) y la vida. Por eso las varitas mágicas están hechas de su madera. Nogales tal vez sí, pero cuidado, que las cenizas de Nerón estaban al pie de uno gigante al principio de la Puerta Flaminia donde hoy se erige la iglesia de Santa María del Popolo. El humilde césped estará en el catálogo, como las vides. Si no hay vino, ¿cómo va a haber Comunión? Lo mismo que sin olivos y su aceite, ¿cómo va a haber Extremaunción?

Es muy útil disponer de ricino para, con su aceite, sacar a los demonios del cuerpo. Y es muy compasivo albergar un Yaxché, árbol cósmico maya que premiaba a las mujeres que murieron en el parto, a los ahorcados y a las víctimas de sacrificios. Como tal vez a unas ortigas, para que sepulten las piedras con memoria que Cernuda creyó que él era.

Los frutos

En nuestro invernadero, debe haber granadas para castigo de Perséfone y cañas para hacer un licor para los chinos muertos. También trigo y cebada, por lo de la Última Cena y los ritos de Osiris. El cedro alude a la duración inmortal y la planta del maíz era imprescindible, bien molido el fruto, para llenar las bocas de los mayas muertos o hacer un jarabe para lavarlos. También los frijoles de chocolate. Y palmeras, para que con sus hojas se hagan figuras guardianas los indios lacandones en Chiapas. Hay vampiros hindúes que se asustan ante semillas de mijo o mostaza. O sea.

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Ah, y hay que tener una huerta para enterrar en ella a los que no tienen derecho a misa (cosas de La Laguna, en Canarias). Frutas y arroz son indispensables para las tumbas chinas. Las violetas protegen contra los espíritus griegos errantes. El cornejo, arbusto, era usado por los romanos como augures de un destino sanguinario. Banquetes de legumbres parecen gustar a Tánatos y los mexicanos agradecerían flores amarillas de veinte pétalos. Si son de San Pablito, Puebla, hojas de plátano (que tiene mala fama funeral) en altares y mesas que veneran a los fallecidos. Si son yaquis de Sonora, hay que disponer de café, tabaco y frutas.

En España, que para los celtas era la tierra de los muertos, y otros países, son imprescindibles castañas, nueces, almendras y bellotas. Hay quien el Día de Todos los Santos, exige claveles, como los viejos egipcios requerían especias para que la resurrección no fallara. El ajo, útil contra vampiros, y el ajenjo, la planta, no el licor, eran armas arrojadizas en las peleas fantasmales rumanas la noche de Pentecostés.

La calabaza, que no es propiedad de Halloween, tiene que estar en el catálogo, porque la usan en Guinea-Bissau durante el luto. No se olviden la yedra ni el incienso, resultado de la resina de muchos árboles, que es clave en el Día de los Muertos de México. Y rosas blancas para las "Lloronas". Los visitantes musulmanes podrían pedir plantones de jojoba, árbol del paraíso. Otros querrán lirios fúnebres, otros frijoles negros anti espectros, como los antiguos romanos. Las maravillas y las margaritas ayudan en el otro mundo. Y los enigmáticos yuyos, que crecen en la isla mínima Martín García, del Río de la Plata, que dice César Parra tiene una imponente plaza de toros que yo no he visto ni con Google Maps. Recuerden las pajas para hacer cerveza, útil siempre, también en el más allá.

Tal vez no se construya nunca ni se ponga en servicio un invernadero digno de Funebria, la ciudad imaginaria donde se dan cita con la parca todos sus elementos constitutivos. Pero con este catálogo, que podríamos enriquecer indefinidamente, ya nos podemos hacer una idea de cómo podría ser, por poner un ejemplo, su reserva zoológica, desde los buitres, cuervos e incluso pichones a las gárgolas o los

zombies. Todo llegará, como nos alcanzará la hora de nuestra muerte. Amén.

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