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Agapito Maestre

Por amor al arte o dinero para comprar la cultura

Quien insulta al artista por amor a su arte, como ha hecho Iceta, está burocratizando, desnaturalizando y degradando la cultura.

Quien insulta al artista por amor a su arte, como ha hecho Iceta, está burocratizando, desnaturalizando y degradando la cultura.
El ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, ofrece declaraciones a los medios | Ricardo Rubio / Europa Press

Un velo de hipocresía y de mentira oficial cubre todo lo referido al mundo cultural. El ministro de Cultura es su principal reflejo. Quiere prohibir el amor al arte por un plato de lentejas a los creadores, a los editores y al público receptor. No lo conseguirá. Mil pruebas tengo para rebatir al represor… Por amor al arte he visto debatir a unas mujeres, en una taberna de Arnedo, sobre sus preferencias sobre el románico o el gótico. Por amor al arte un poeta de poetas, Juan Ramón Jiménez, prefirió visitar en EE.UU. la casa de Whitman mejor que la de Roosevelt. Por amor al arte, sí, la cultura se hace holgada, libre y rica para sus hacedores, sus transmisores y el público que la recibe. Por amor al arte escribe Alfredo Arias sus magistrales obras sobre "el eterno femenino" y por amor al arte sigue pintando Prior sus hermosos cuadros expresionistas… Y así podría seguir citando a otros cien creadores españoles que no reciben nada, absolutamente nada, de un Estado obsesionado por controlar la creatividad.

Cuando se devalúa el amor al arte, como ha hecho el ministro de Sánchez, la cultura se angosta, se seca y desaparece. Quien destierra esa grandiosa expresión de su destino político, está contribuyendo al vaciamiento del orgullo de un oficio, la creación de arte, a la par que desprecia la búsqueda del reconocimiento y el aplauso de los públicos reducidos e inteligentes. Quien escupe sobre el amor al arte, contra la cultura artesanal, el esfuerzo personal, libre, impredecible y disperso, no pretende otra cosa que estabular al artista en una "cultura" asalariada. Quien insulta al artista por amor a su arte, como ha hecho Iceta, está burocratizando, desnaturalizando y degradando la cultura.

La conversión demoniaca de la cultura en un instrumento de la propaganda socialista siempre fue tarea prioritaria del Ministerio Cultura. Basta repasar el organigrama gigantesco de ese Ministerio para saber que la administración, el crecimiento burocrático de este ente, termina estrangulando al arte. Los burócratas y empleados del Ministerio triplican, como mínimo, al número de artistas, escritores y músicos. Las obras, el número escaso de grandes obras, no se corresponden con la terrible y monstruosa burocracia ministerial. La desproporción entre arte y burocracia está alimentando el prejuicio más terrible de las sociedades cerradas: la atribución al Estado de poderes estrictos y especiales para otorgar acreditaciones literarias y artísticas a quienes no pasan de ser literatos y artistas serviles con obras mediocres. Para qué dar listas… Si quieren, queridos lectores, hagan ustedes mismos sus listados y comprobarán con suma facilidad los ciento de autores, editoriales, cineastas y gentes de esta laya que están al servicio de la Administración socialista, comunista y separatista.

En todo caso, el gigantismo cultural, o mejor dicho, tratar de administrar la cultura con dinero y más dinero, como quieren los políticos de todo signo, para sus supuestos creadores es un delirio ridículo del Estado. Bajo el pretexto de la protección de los artistas y creadores, el Estado, el gobierno socialista, sólo tiene un objetivo claro y distinto: poner la cultura al servicio de sus fines. Artes verbales y no verbales están siendo sometidas al control férreo de un gobierno que, finalmente, ha conseguido lo previsto: mediocridad y más mediocridad. Nada tengo contra el propósito de "dar más dinero para la cultura", siempre que eso sirva para superar los grandes impedimentos ideológicos y económicos a los que se enfrentan el creador, el medio que difunde la obra y el público que la recibe. Sin embargo, según están las cosas, el Estado desprecia la autonomía del artista y apenas protege la difusión y recepción de la obra

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