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Pedro de Tena

El Murillo de la discordia: la conmemoración de su muerte promovió una colisión política dos siglos más tarde

En el segundo centenario de su muerte, carlistas, congregantes católicos jesuitas y "librepensadores" se enfrentaron en las calles sevillanas

En el segundo centenario de su muerte, carlistas, congregantes católicos jesuitas y "librepensadores" se enfrentaron en las calles sevillanas
'Autorretrato', de Murillo | Archivo

Una muestra de lo mucho que hemos cambiado los españoles, aunque no seamos conscientes del todo, es el tratamiento que se está dando al IV centenario del nacimiento de Murillo cuyos actos principales se desarrollarán en Sevilla a lo largo de 2018. Se podrá apreciar más o menos su obra y su papel social en la España de la época, pero hoy casi nadie estaría dispuesto a llegar a las manos con el pintor de Inmaculadas como excusa. Sin embargo, no hace más que 135 años del segundo centenario de su muerte, que sí fue motivo de gresca y alteración en las calles de Sevilla con el pretexto de Murillo.

El 15 de mayo de 1882, la revista jerezana Asta Regia anunciaba los actos a celebrar en Sevilla con motivo del II centenario de la muerte del famoso pintor Bartolomé Esteban Murillo, ocurrida en 1682. Desde el día 18, se sucederían repiques de campanas en la Catedral, ceremonias y misas concepcionistas con colocación de una de las Inmaculadas en el trascoro, poesía en el patio de las Doncellas de Alcázar, un solemne funeral y, entre otros actos y, para terminar, el día 21, transcurriría una procesión artístico-religiosa por las calles sevillanas.

La mención de Jerez viene a cuento porque fue precisamente el presidente de la comisión organizadora de los actos conmemorativos del pintor en la capital del vino uno de los agredidos en los disturbios que tuvieron lugar en Sevilla aquel 21 de mayo de 1882.

La turbulencia tuvo eco nacional. De hecho, en La Ilustración Católica de fin de mayo de ese año se protestó "enérgicamente contra los atropellos de Sevilla" y se preguntaban: "¿Querían los revoltosos que se festejara á Murillo con banquetes, bailes y al compás de La Marsellesa? Las fiestas no debían tener y no tuvieron carácter ninguno político; pero debían ser y fueron una manifestación puramente católica en honor de Murillo, el pintor de las Concepciones".

Aunque no hay duda de que se atribuyó a los "librepensadores" republicanos, progresistas, liberales y francmasones el reventón de los actos conmemorativos, tampoco cabe duda de que algunos miembros de la Iglesia, al vincular de manera insólita el centenario del fallecimiento del pintor con la exaltación católica y la Inmaculada Concepción, dieron pie a una interpretación excluyente que se sospechó fue impulsada expresamente por el carlismo.

Carlos Ros, sacerdote y periodista, estudioso de la historia y conocedor de primera mano de todo lo que ha ocurrido en la Diócesis de Sevilla en el último medio siglo, incluso de sus fantasmas y elementos mágicos [1], se refirió no hace mucho a esta algarada: "El padre Moga (jesuita) tuvo la ocurrencia de unir a la exaltación de Murillo, la de la Inmaculada y la figura de Pío IX. Sería una conmemoración religiosa, realizada por jóvenes católicos, sin connotación política alguna. El matiz político se lo dieron otros. Entre los jóvenes de la Asociación los había carlistas y mestizos, es decir, del área liberal. Pero en la Asociación estaban por el hecho de ser católicos. Sin embargo, la voz corrió por Sevilla: el Centenario de Murillo pretende ser una exaltación del carlismo".

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Cardenal Lluch | Archidiócesis de Sevilla

De hecho, los carlistas sevillanos tuvieron un protagonismo desmedido en los actos programados. Aunque los primeros días de la conmemoración transcurrieron sin demasiados incidentes, el día 20 de mayo, tras el funeral por Murillo en la parroquia de la Magdalena, donde se bautizó, hubo una velada en el Alcázar de Sevilla que presidía el arzobispo Lluch, de tendencias liberales y a punto de ser nombrado cardenal. En el acto, intervino un orador carlista muy excitado y se coronó con vivas "a todo el mundo, al Papa, al P. Moga, a la Compañía de Jesús, a Murillo, a la Inmaculada... menos al arzobispo".

Tal desprecio molestó al ya muy deteriorado Lluch. Su auxiliar, Marcelo Spínola, confesó en su rememoración de los hechos que "algunos jóvenes se excedieron en aplausos, prodigándolos a los disertadores que tenían significación carlista, con preferencia a los que nunca manifestaron opinión política; hubo que las más calurosas aclamaciones se dirigieron a las estrofas o párrafos que más analogía guardaban con la divisa o lema y con las doctrinas del partido tradicionalista" pero no se dieron "vivas" al carlismo. De todas formas, el efecto llegó a la calle de manera tan inmediata como la oposición del futuro cardenal Lluch a los organizadores católicos de los actos.

El domingo 21 de mayo la procesión salió de la Iglesia del Salvador con destino a la plaza del Museo donde se halla la estatua en bronce de Murillo. En la comitiva, entre otros elementos, se encontraba una carroza con un lienzo de la Concepción, que reproducía una Inmaculada de Murillo. El clima presagiaba una tormenta.

Curiosamente, refiere Ros, en ese mismo momento el famoso escritor sevillano Luis Montoto leía su discurso de ingreso en la Academia Sevillana de Buenas Letras sobre la poesía lírica del siglo XIX. Al poco de comenzar a hablar, el público se revolvió en sus asientos y muchos salieron precipitadamente del salón. Contó el propio Montoto que "momentos después quedaba yo solo en la sala de actos, más muerto que vivo y diciendo entre mí: Dios mío, ¿tan malo es mi discurso que he ahuyentado al auditorio y a la misma Academia en pleno?"

Lo que sucedió realmente es que corrió el rumor de que se estaba apaleando e hiriendo gravemente a los católicos que participaban en el cortejo que siguió desde el Museo de Sevilla a la Catedral. En realidad, hubo alboroto, pedradas y "mueras" contra los curas, la Inmaculada, los jesuitas y el carlismo con el natural revuelo familiar que causaba el que fueran en la marcha niños vestidos de angelitos. El auxiliar Spínola, que acudió a la ceremonia a título personal porque el arzobispo había prohibido la presencia institucional, tuvo que calmar los ánimos y exigir a los jóvenes católicos la promesa formal de no vengarse.

José Leonardo Ruiz Sánchez, de la Universidad de Sevilla, ha contado así lo sucedido:

Al llegar la procesión a la Plaza del Museo (dónde se erige el monumento a Murillo) una muchedumbre de gentes y entre éstas jóvenes de la Escuela Libre de Pinturas y quizás también de la de Medicina, agrupados en actitud amenazadora y mostrando palos y paraguas, empezaron a silbar y a gritar, dando mueras a las personas más santas y hasta profiriendo blasfemias contra la virgen de la Inmaculada.

Y sigue:

Un grupo de los congregados se abalanzó sobre los que portaban estandartes. Por temor a nuevos atentados la comitiva abrevió su carrera y se refugió en el templo de El Salvador, a cuya entrada se reprodujeron los enfrentamientos. Las puertas tuvieron que cerrarse para que las turbas no invadiesen el sagrado lugar. Los tumultos duraron varios días. La casa de los jesuitas fue atacada con preferencia a otros centros.[2]

Hay quien ha indicado que el escritor sevillano José Nogales, tempranamente desaparecido y encuadrado en la generación del 98, estuvo al frente de los adversarios de los actos religiosos ligados al II centenario de la muerte de Murillo, pero no hay testimonios suficientes para sentar definitivamente la veracidad de la afirmación.

De todos modos, tras los hechos, el que iba a ser en septiembre cardenal Lluch retiró las licencias de confesar y predicar al jesuita padre Moga, disolvió la Congregación de Jóvenes de la Inmaculada que no volvió a levantar cabeza y los jesuitas tuvieron que cerrar su colegio y trasladarlo a Málaga.

El relato oficial de los jesuitas no concordó con el del arzobispo. La Compañía culpó a la francmasonería de los incidentes, pero resaltó la responsabilidad del arzobispo Lluch que "supo lo que iba a haber y se calló y consintió, en que las mejores de sus ovejas fueran objeto de aquel atropello en odio a la secta carlofarisaica como él llama a los católicos genuinos… para congraciarse con los gobernantes y liberales". De hecho, fue calificado como "ídolo de los liberales" por el P. Delgado, provincial de los jesuitas de Toledo.

Es más, Lluch creía canallas a unos jesuitas que fabricaban carlistas en los confesionarios. Para remate llegó a subrayarse que, tras los hechos, el arzobispo restó importancia a que se hubiera gritado "muera el Papa", porque los Pontífices, incluido León XIII, el papa vigente en ese momento, eran, de hecho, mortales. Por si fuera poco, se extendió la especie de que, para el arzobispo, la culpa de las blasfemias proferidas la tenían "carlofarisaicos", que provocaron los hechos.

Parece claro, pues, que un sector de la sociedad y la iglesia sevillanas de 1882, el más inflexible y próximo a los jesuitas, quiso apropiarse de su obra y de su significación, relacionándola directamente con el contrarreformismo trentista y las opciones políticas más radicalmente conservadoras, como el carlismo. Otros sevillanos, los republicanos y liberales – ni el socialismo ni el anarquismo estaban aún desarrollados -, veían en el pintor un propagandista de la más recalcitrante versión del catolicismo reaccionario y el inmovilismo, cuando no el involucionismo político. Por ello, Murillo fue un motivo de la discordia.

¿Y qué pintaba Murillo en la trifulca sevillana de 1882?

En aquel caso, el homenajeado pintó poco o nada. Fue meramente el accidente del enfrentamiento, pero no su sustancia. Casi olvidado por los artistas que comenzaban a sufrir el embrujo de las vanguardias y escasamente considerado en España - marginación que ya denunció Diego Angulo Íñiguez, quizá el mejor conocedor de Murillo -, era muy apreciado en Europa.

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Angulo, antes de su obra definitiva sobre Murillo y reconociendo su carácter de pintor religioso al servicio de la Reforma Católica, escribió: "Por eso Murillo es el pintor por excelencia de la mujer andaluza y, en la escuela española, de los niños. En ese amor a lo bonito y a lo gracioso parece presentirel espíritu del rococó". Incluso del gusto romántico lo ha considerado Lafuente Ferrari.

Dos pinceladas. La primera biografía de Murillo publicada en Europa lo fue al año siguiente de su muerte, 1683 [3] El hecho de que el mariscal Soult, representante de Napoleón en España y destacado en Andalucía, robara una de sus Inmaculadas -, por La Inmaculada de Soult ha llegado a ser conocida – que el público visitaba en Francia, da una idea de cuál fue su proyección internacional.

Naturalmente, las generaciones posteriores a la terminación de la Guerra Civil recordarán cómo hasta la muerte de Franco eran habituales las estampas conteniendo algunas de estas Inmaculadas o las escenas relativas al Buen Pastor en el ajuar de las Primeras Comuniones de la época. Esto es, Murillo y su pintura han permanecido ligados a la tradición católica.

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Con motivo del IV Centenario del nacimiento de Murillo en 2018, 136 años después de aquellos incidentes ocurridos en la celebración de su centenario en 1882, la contemplación de Murillo se hace desde nuevas perspectivas, pero nadie puede imaginar un enfrentamiento callejero con el pintor como coartada. Esos tiempos, afortunadamente, pasaron.

De hecho, están conviviendo sin conflicto las principales interpretaciones de su obra y su figura. De "pintor de cámara de la Reina del Cielo", Murillo va descendiendo hasta el color de las calles de la Sevilla humilde que también retrató con un interés repetido y poco frecuente en los gustos de la época.

Como expuso María de los Santos García Felguera, autora de La Fortuna de Murillo:

...junto a ese Murillo pintor de la religión católica, que la reiteración puede convertir en empalagoso, hay otro, menos conocido en España, pero no menos importante. Los primeros cuadros que dieron fama al sevillano fuera de nuestras fronteras no estaban protagonizados por vírgenes ni santos, sino por niños con la ropa rota y muchas veces descalzos: niños que llevan cestas de paja, bolsas de tela con pan y cántaros con agua o aceite, que hacen recados o venden frutas.

Y añade:

Murillo los pinta descansando, quitándose las pulgas, comiendo, jugando o contando las monedas que acaban de ganar. Niños solos, trabajadores (ojo, no mendigos) y contentos, que siempre me han hecho pensar más en Tom Sawyer y Huckleberry Finn que en Lázaro de Tormes o en el Buscón don Pablos. Zarrapastrosos y felices, como los de Mark Twain, los de Murillo se retiran a lugares solitarios para comer lo que pillan, disfrutando con deleite de un pastel, unas uvas o un melón, pero también de un simple trozo de pan.

Esto es, pintura considerada social y costumbrista, bien lejana en temas a su pintura religiosa.

Este es el nuevo fulcro interpretativo en el que se asienta la actual celebración de su IV Centenario, en el que conviven pacíficamente los defensores del Murillo tradicional religioso y ligado al catolicismo y los sugeridores de una interpretación más social y ligada a los pobres de la pintura no religiosa del artista. Es el punto de vista de la periodista y escritora sevillana, Eva Diaz Pérez, que ha contrapuesto la existencia de estos dos Murillos.

Otros, como el profesor jerezano Benito Navarrete, fichado como asesor municipal en Sevilla para la actual conmemoración del IV centenario del nacimiento de Murillo, considera que Murillo había "engañado a todos porque no es el artista de los pobres ni el pintor religioso que transmite una serie de valores". Tampoco, según Navarrete, era tan bueno, casi santo se le consideraba, por contraposición a su rival Juan Valdés Leal, por ejemplo.

Desde finales del siglo XX, las presiones ideológicas sobre el significado de Murillo han disminuido y es el momento de esbozar un Murillo de la concordia. De todas formas, aún es pronto para conocer cómo será su retrato final


[1] Los Fantasmas del Alcázar de Sevilla (1999); Los Fantasmas de las Catedrales de España (1999) Guía mágica de la Catedral de Sevilla para turistas curiosos (2007)

[2] Andalucía en la Historia, número 34

[3] Fue recogida por el "Vasari alemán", Joaquín Sandrart.

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