Es difícil disipar el halo de misterio que rodea a Leonardo Da Vinci aunque se cumplan, como ocurre este jueves, 500 años de su muerte. Más allá de las teorías sobre su pertenencia a sociedades secretas o las teorías tras la Gioconda, tan solo hay que mirar las librerías para calibrar lo fecundo que resulta su figura para los escritores. Es un reclamo seguro en cualquier museo, pero se conservan tan sólo un reducido número de sus pinturas. Por eso, adquieren aún mayor relevancia sus obras perdidas. Una de ellas, La Batalla de Anghiari.
A principios del siglo XVI, dos de los artistas más prometedores de Italia recibieron el encargo de decorar el Salón de los Quinientos del Palazzo Vecchio de Florencia con escenas del pasado glorioso de la república florentina: Leonardo y Miguel Ángel. La rivalidad entre ambos era considerable y ese proyecto, el único que compartieron, fue concebido como un duelo artístico de primer nivel. A Da Vinci se le asignó la pared derecha para que pintase la batalla de Anghiari y Miguel Ángel tuvo a su disposición la izquierda para la de Cascina. Una quedó inacabada y hoy está en paradero desconocido; la otra ni se comenzó.
El escultor del David se marchó para hacerse cargo del mausoleo pontificio –encargo del Papa Julio II– y solo dejó terminados los bocetos previos que, a su muerte, fueron troceados por sus herederos y comercializados en fragmentos.
Leonardo fue más allá que su rival, y entre 1503 y 1506 pintó La Batalla de Anghiari, aunque de forma inconclusa. Este fresco presidió la estancia hasta, como muy tarde, 1563. El arquitecto Giorgio Vasari asumió la remodelación decorativa del salón a petición de Cosme I de Médici y aquí es cuando se da rienda suelta a las distintas hipótesis. ¿Destruyó Vasari la obra de Da Vinci para pintar encima la suya? Parece improbable, pues el artista fue un gran admirador de Leonardo, incluso escribió su biografía. A no ser que, como sostienen algunos historiadores, el fresco de Da Vinci estuviese en pésimas condiciones. No es una extravagancia teniendo en cuenta que el maestro del Renacimiento era muy dado a experimentar con sus técnicas –y no siempre con acierto–. Así que Vasari habría pintado encima su Batalla de Scannagallo.
Sin embargo, Giorgio Vasari escribió en su libro Le Vite: "Sería imposible expresar la inventiva del dibujo de Leonardo para los uniformes de los soldados, que esbozó en toda su variedad, o las crestas de los yelmos y otros ornamentos, por no mencionar la increíble habilidad que demostró en la forma y los rasgos de los caballos, que Leonardo, más que ningún otro maestro, creó en toda su osadía, músculos, y graciosa belleza". Es, por tanto, desconcertante que conociese tanto detalle del fresco si apenas quedaba en pie.
La otra hipótesis mayoritaria defiende que Vasari habría intentado salvaguardar esa pintura y habría creado una falsa pared delante. Como pista dejó escrito encima: "Cerca trova" ("El que busca encuentra"). Esta teoría ganó enteros después de que el italiano Maurizio Seracini, experto en análisis de arte con alta tecnología, confirmase gracias a un calidoscopio, la existencia de una cámara de aire de dos centímetros entre ambas paredes. Asimismo, halló una muestra de color negro detrás del fresco de Vasari con una composición química compatible con el negro usado en La Gioconda y en San Juan Bautista, cuadros que custodia el Louvre.
Más de un centenar de historiadores y expertos, inclusive del Louvre, National Gallery o Metropolitan, firmaron un manifiesto para pedir que se detuvieran las investigaciones ante el riesgo de dañar la obra de Vasari.
Por el momento, debemos conformarnos con los dibujos preparatorios de Leonardo, aunque ninguno recoge la escena completa –de 7 metros de alto y 17 metros de ancho–. También contamos con la réplica que en 1603 elaboró Peter Paul Rubens y que atesora el Museo del Louvre, seguramente basado en un grabado de Lorenzo Zacchia, il Giovane, de 1558.