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Agapito Maestre

A vueltas con España. La Familia Real

El pintor ha clarificado con mirada limpia las angustias, los dolores y los derrumbamientos de la Familia Real de España

El pintor ha clarificado con mirada limpia las angustias, los dolores y los derrumbamientos de la Familia Real de España
L.G.

Trato de sosegar mis inquietudes recordando una pintura, una obra de arte, que compendie esta época de la Tercera Restauración, y no hallo otra mejor que la de Antonio López García: El retrato de la Familia Real. Un cuadro que no gustó a Juan Carlos I, quien llegó hacer una declaración pública sobre su "fealdad". La reacción "humanísima" del viejo monarca es comprensible. Él salía Real. Había sido retratado de cuerpo entero con sus claros y sus sombras, aunque él solo percibiera lo más oscuro de esas penumbras. Juan Carlos I aparece tal cual es, Realísimo, abraza por el hombro a su hija mayor, y esconde su antebrazo y mano izquierda detrás de la reina, que aparece un poco más alejada de él que sus hijas…

Mas las aleves sugerencias y las graciosas metáforas pronto desaparecen ante la Gran Metáfora: el Gran Vacío sobre el que aparecen todas las figuras. El suelo no parece suelo. Las figuras no pisan un suelo firme. No están en vilo sino en un extraño vacío. No están en inestable equilibrio sino en el vacío absoluto. ¡Lo lleno y lo vacío! Fuera de esa Gran Metáfora, nada se insinúa, nada se compara con nada, nada se explica por otra cosa que no sea ella misma. El cielo no juega con el infierno. Todo es real, exacto, como la pintura. Ésta es la Gran Metáfora de este cuadro: el Gran Vacío sobre el que se sustenta El retrato de la Familia Real. Eso es la pintura pintada. Como un nuevo Parrasio de Éfeso, Antonio Lopez no pinta la naturaleza sino la propia pintura. No hay velo alguno que descorrer. Ha pintado la tela que cubría la pintura. Quien trate de remover esa tela, se dará de bruces con la realidad.

Y de repente, el conjunto de la obra, la composición entera, la totalidad de este cuadro, aparece convertido en Concepto. La luz, la iluminación, la claridad de todo el cuadro es sorprendente. Lejos de deslumbrar, aclara. Es la pintura convertida en Concepto. Da absoluta claridad sobre la Familia Real. La incidencia de la luz solar, según comentó Antonio López, sobre uno de los focos que ilumina la fachada del palacio "tenía un efecto de reverberación extraordinario" sobre todo el cuadro, aunque ese efecto alcanza su máximo esplendor sobre la figura del Príncipe Felipe. Esa luz diamantina está magistralmente pintada. Tanta es la luz, tanta la claridad, en fin, tanta "extraordinaria reverberación" hay en torno a la figura del Príncipe, situado a la izquierda de su madre, que éste parece aún más alejado del grupo familiar de lo que realmente está. No me extraña que Juan Carlos se sintiese mal ante la visión de este cuadro, pues que el genuino y real Rey en esta obra de arte es Felipe VI.

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Este cuadro refleja con nitidez la luz de España. La luz de diamante puro inunda todo el cuadro. Está en cada trozo de la tela; por ejemplo, el fondo blanco de toda la obra es solo parte, fragmento y síntesis de una obra completa. Llena. Esa extrema condensación invita y exige del observador, incluso del propio artista, que desplieguen, explanen y expliquen el todo, la "totalidad", pintada, retratada, genial y morosamente a partir de unas instantáneas e imprecisas fotografías de Chema Conesa. El pintor ha clarificado con mirada limpia las angustias, los dolores y los derrumbamientos de la Familia Real de España. El cuadro contiene, en efecto, todas las sombras de la Familia Real y también algunas luces. Hay salida. Toda tiniebla tiene su luz. El de Tomelloso capta con realismo cervantino que, después de Felipe II, no ha habido un Rey mejor y más preparado intelectual y moralmente, en España, que Felipe VI.

La intuición del artista queda fijada en la figura del genuino Rey, quien aparece como es: alto, guapo, listo y honrado. Tan bien formado y leal a la Nación española que ha llevado a cabo el acto más grande de afirmación "republicana" que pudiera hacer un rey: ha renunciado a la herencia de su padre. Un monarca, alguien que adquiere parte de su legitimidad en una institución construida sobre la sucesión, renuncia a una suculenta herencia, un cuantioso capital, por qué se desconoce cómo fue obtenido por su predecesor. Increíble. Es un Gigante en la tradición de la dinastía española. Sí, es subidos sobre los hombros de este Gigante, porque así aparece en el cuadro de Antonio López, donde los españoles tenemos que avistar nuestro presente.

Y, sin embargo, el Rey más sabio y honrado de España, Felipe VI, puede ser quien acabe con la Monarquía. Y luego dicen que la pintura realista no anticipa el futuro. Todos los políticos de España lo miran con recelo… Pero a él le bastaría presentarse por libre a una elecciones generales para arrasar con toda la casta política que, sin duda alguna, nos ha conducido a una España sin España. Antonio López, en fin, nos hace sentir con el retrato del Rey, situado a distancia del resto de su familia, que el sufrimiento se multiplica sin clarificación.

La claridad del dolor de un país esta contenida en esta grandiosa obra de arte. ¿Ha desaparecido de la pintura de Antonio López esa obstinación de la pintura española por pintar esa terrible y morbosa capacidad de autodestrucción o autofagia que tenemos los españoles con todo lo español? ¡Quién sabe! Mas, a la vista de El retratro de la Familia Real, no mentiría, si dijese que la autofagia se transformó en inquietud, extrañeza y zozobra. Captó la esencia de la cosa. Captó el sol de membrillo. Captó el ruido atronador y el silencio cómplice de un país singular. Raro. El retrato de la Familia Real pinta el Vacío de España.

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