El descubrimiento de la cuestionable restauración de una figura escultórica en una fachada de una céntrica calle de Palencia ha provocado la sorpresa y la curiosidad de los ciudadanos, que ven cómo un desastre estético puede convertirse en reclamo, aunque en este caso el valor artístico de la obra dañada es escaso y ni siquiera está catalogado.
En la imagen se aprecia ahora un rostro deforme, con los ojos excesivamente separados y una boca de trazos infantiles, sin apenas expresividad. Fue el artista palentino Antonio Capel quien alertó a través de las redes sociales del desagradable hallazgo, ubicado frente a su taller en la calle Mayor de la capital palentina. Se trata, en concreto, de un relieve escultórico con un siglo de antigüedad que corona una de las torres del edificio, en el número 9 de la principal rúa palentina, a unos veinte metros de altura.
Probablemente esa altura ha hecho que haya pasado desapercibida hasta ahora la imagen deformada del rostro de una de las figuras, que ya se conoce como el Ecce Homo palentino, por analogía a la desafortunada restauración en 2012 del cuadro del Ecce Homo de una iglesia del municipio zaragozano de Borja.
Capel no dudó en calificar la restauración de "pifia" y elucubró que "la cabeza se cayó" en su momento, durante alguna de las reformas del edificio, que en la actualidad tiene varios propietarios, entre ellos la entidad bancaria Unicaja.
El edificio, uno de los más emblemáticos de la calle Mayor de Palencia, fue construido entre 1919 y 1922 como sede de la Federación Católica-Agraria de Palencia.
Responsabilidad de los propietarios del edificio
Dado que el conjunto escultórico no está catalogado y que el edificio sólo cuenta con protección estructural en el Plan General de Urbanismo, el futuro de la imagen dependerá de la decisión que tomen los propietarios del inmueble.
El caso es que, con el revuelo que se ha montado, que ha cruzado incluso las fronteras, las fotografías a las alturas y los ciudadanos que se paran frente a la fachada para señalar el estropicio son numerosos.
Está por ver si todo queda en anécdota o si, como ocurrió en Borja, el edificio se convierte en lugar de peregrinación para curiosos de todo el país, aunque en este caso el autor sigue siendo anónimo y se echa en falta esa figura cándida que sí existía en el caso análogo en Borja, la de Cecilia, la autora del desaguisado que aseguraba que lo había hecho con toda su buena voluntad.