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Pedro Fernández Barbadillo

Cuadros españoles rescatados del Louvre

Ahora que el Prado anuncia una reordenación de sus colecciones, es conveniente recordar a un personaje sin el cual el Prado habría perdido parte de su grandeza: el general Miguel Álava.

Ahora que el Prado anuncia una reordenación de sus colecciones, es conveniente recordar a un personaje sin el cual el Prado habría perdido parte de su grandeza: el general Miguel Álava.
Cuadro de Mikel Olazabal sobre el rescate de los cuadros robados por los franceses tras la invasión en 1808 | Wikipedia

Disfrutamos del Museo del Prado gracias a dos reyes. Felipe IV, que, debido a su buen gusto y su fortuna, patrocinó a Diego de Velázquez y expandió las colecciones reales. El ‘Rey Planeta’ compró por medio de los embajadores españoles numerosas pinturas del duque de Buckingham (asesinado en 1628) y del rey Carlos I (decapitado en 1649).

Y Fernando VII, que, convencido por la segunda de sus cuatro esposas, María Isabel de Braganza, organizó y dotó el Real Museo de Esculturas y Pinturas. Éste se abrió al público en 1819. El primer catálogo tenía poco más de 300 pinturas, aunque el museo ya guardaba más de 1.500 obras provenientes de los Reales Sitios.

Ahora que el Prado anuncia para este año una reordenación de sus colecciones, es conveniente recordar a un personaje sin el cual el Prado habría perdido parte de su grandeza: el general Miguel Álava. Su mérito es haber rescatado docenas de obras de arte robadas por los franceses durante la guerra de Indepedencia y amontonadas en el Louvre.

De guardiamarina a mariscal de campo

Miguel Ricardo Álava y Esquivel (1772-1843) era hijo de una familia aristocrática alavesa ingresó en la Armada. Navegó por las aguas del Imperio y lo defendió contra los ingleses, incluso en la batalla de Trafalgar. Las Juntas Generales de la Diputación alavesa le comisionaron para recibir a las tropas francesas mandadas por el general Jean-Andoche Junot.

General Miguel Álava

Cuando Napoleón se apoderó de Carlos IV y de Fernando VII en Bayona y cedió la Corona de España a su hermano José, Álava y los demás junteros fueron obligados a jurar fidelidad al monarca de la familia Bonaparte. Días después, dictó testamento y escapó de Vitoria para unirse a la resistencia contra el invasor.

Se ofreció al general Castaños, que lo incorporó a su estado mayor. En los años siguientes, el marino se desempeñó como oficial del Ejército y obtuvo ascensos por méritos de guerra. En enero de 1810, la Junta Central ordenó a Álava que informara sobre la marcha de la guerra al general Arthur Wellesley, establecido en Portugal, y luego le nombró adjunto al estado mayor del militar británico. Así comenzó la amistad entre ambos. Álava participó en algunas de las principales batallas de la guerra, como las de Albuera, Ciudad Rodrigo, Badajoz y Arapiles. Wellesley recomendó varias a veces a Álava para nuevos ascensos; en enero de 1812 se le nombró mariscal de campo.

En la batalla de Vitoria, se enfrentaron el 21 de junio de 1813 el ejército aliado de británicos, portugueses y españoles, que sumaba 80.000 soldados, y unos 60.000 franceses, incluso José Bonaparte, que trataban de huir de España. Álava mandó una división inglesa y además tuvo la satisfacción de librar a su ciudad natal del destrozo de la batalla al protegerla con jinetes británicos. Los franceses, por su parte, tuvieron que abandonar el enorme tren de bagaje, en el que llevaban el botín de años de saqueos y robos.

En la persecución de los franceses, Álava pasó a Francia y en San Juan de Luz recibió la noticia de la rendición de Napoleón, en abril de 1814. Por indicación de los británicos, Fernando VII nombró embajador interino a Álava. Éste comenzó una carrera política en la que tan pronto caía en desgracia ante el rey felón como era perdonado por él. Huyó a Inglaterra por su apoyo a los liberales en el Trienio Liberal (1820-1823). Durante el reinado de Isabel II desempeñó las embajadas en Londres y París, y se decantó por el partido moderado hasta su muerte.

Durante la estancia de Álava en Francia, Napoleón huyó de la isla de Elba, a la que había sido desterrado, y recuperó el trono fugazmente. El vasco se unió a Wellesley, ya hecho duque de Wellington, y participó en la batalla de Waterloo (18 de junio de 1815), en la que murieron más de 50.000 hombres.

Unos meses después de ser vencido Napoleón, Miguel Álava realizó la acción por la que aquí le recordamos.

Los ilustrados saquearon hasta hospitales

Sobre el despojo planeado de obras artes cometido por los dirigentes del III Reich primero sobre los judíos alemanes y luego en la Europa ocupada se ha escrito mucho y se han filmado películas. Pero antes que Adolf Hitler, Napoleón Bonaparte elaboró un plan para expoliar a los pueblos europeos de su patrimonio histórico y artístico a fin de acumularlo en París.

'Inmaculada' de Murillo

El Museo del Louvre llevó el nombre de Museo de Napoleón entre 1803 y 1815. Pero los primero promotores de semejante monumento al expolio fueron los revolucionarios: en 1793 entraron las primeras obras de arte robado a la Iglesia católica, a las órdenes religiosas, a la Corona francesa y a la aristocracia, y que no había acabado en poder de los dirigentes o había sido destruido. En 1794, Napoleón empezó a enviar cuadros, manuscritos, estatuas, armaduras, muebles y otras piezas apropiadas en Bélgica, Holanda y Alemania. Y en 1797 el saqueo se extendió al Vaticano y a las familias romanas.

Los militares que traían a España la Ilustración y la libertad desvalijaron las catedrales, los conventos, el tesoro real, los palacios, El Escorial, el archivo de Simancas y hasta algunos hospitales, como el de los Venerables en Sevilla, del cual el mariscal Soult robó la Inmaculada de Murillo, que se recuperó en 1941 gracias a negociaciones entre el general Franco y el mariscal Pétain.

Soldados ingleses al servicio de España

Muchos de los objetos históricos y las obras de arte acabaron en los museos y los archivos franceses y en colecciones privadas. Fernando VII, que había regalado a Wellesley un centenar de cuadros espléndidos que hoy se hallan en el Museo Wellington, ordenó a Álava la recuperación de lo expoliado. En septiembre, el general español se entrevistó con el rey Luis XVIII, que tuvo que ceder.

En un París ocupado por los aliados, Álava envió a su ayudante Nicolás Minussir y el pintor Francisco Lacoma al Louvre. Como los empleados del museo y el populacho estaban dispuestos a retener lo robado, estos dos emisarios tenían una escolta de 200 soldados británicos. A pesar de las protestas, en dos días se recuperaron más de 300 cuadros y un centenar de objetos, que se almacenaron en el edificio de la embajada de España. Se embarcaron en Amberes en dirección a Cádiz, porque no era seguro su traslado por territorio francés.

El cargamento se depositó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en junio de 1816. Más tarde, los cuadros pasaron al Prado.

¡Qué placer debió de sentir el patriota Miguel Álava que había visto España destrozada y robada al quitar a los franceses parte de su botín!

Sorprendentemente, este hecho no aparece en la mediocre biografía de Álava del, por otra parte, magnífico Diccionario Biográfico de Autoridades de la Real Academia de la Historia; ésta se limita a desgranar la larga hoja de servicios militares. Ojalá se enmiende en siguientes ediciones.

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