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Santiago Navajas

Marina Abramovic, la torera del arte

Esta torera del arte contemporánea arriesga también los límites del cuerpo desafiando los prejuicios, tabús y dogmas que rodean el mundo del arte.

Esta torera del arte contemporánea arriesga también los límites del cuerpo desafiando los prejuicios, tabús y dogmas que rodean el mundo del arte.
Performance en Nueva York en 2014 | Cordon Press

La familia Real al completo asistió a la ópera Peter Grimes en el Teatro Real de Madrid, una de las mejores del siglo XX, con un argumento tenebroso y retorcido. Poco después se anunció que el Premio Princesa de Asturias ha recaído en una artista serbia, Marina Abramovic, famosa por sus actuaciones ("performances") dentro del ámbito de la vanguardia cultural. El premio a Abramovic podemos interpretarlo como parte de la formación cultural de la próxima reina Leonor. Así como una señal sobre la modernidad de España, su apertura al mundo y su aprecio por la innovación. Una monarquía del siglo XXI ha de tener un pie en la tradición y otra en la vanguardia, de modo que sea plenamente contemporánea.

La idoneidad del premio a Abramovic es que representa a la perfección el término medio de un arte disruptivo que se alimenta de los valores estéticos de siempre. Esta fusión de la sabiduría ancestral con una visión posmoderna que no rehuye el compromiso político la sintetizó la artista serbia con su declaración a favor de las corridas de toros:

"Amo las corridas de toros, he ido a muchas, he leído a Hemingway… Las corridas simbolizan la oscuridad y la luz. Y me entristece que en Barcelona las hayan prohibido. Es muy estúpido prohibir una tradición así, que viene del alma y a ella va dirigida"

La mejor manera de introducir qué es la actuación a quien no conozca este tipo de arte es precisamente con el toreo. El torero actúa usando su cuerpo para realizar una composición simbólica que se desvanece en cuanto el gesto es realizado. Arte corporal y efímero pleno de estética y significado, esto es el toreo y es también lo que realiza Marina Abramovic. Esta torera del arte contemporánea arriesga también los límites del cuerpo desafiando los prejuicios, tabús y dogmas que rodean el mundo del arte.

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No es casual que Abramovic ame las corridas de toros. En una sociedad artística en la que impera el espectáculo banal, el negocio filisteo y el postureo moralista, la tauromaquia es de los pocos lugares donde el peligro físico todavía permite mantener la llama de lo espiritual en el arte. Abramovic también toma riesgos físicos en sus actuaciones. En su primera actuación, Ritmo 10 (1973), se grabó jugando con un cuchillo a dar golpes entre los dedos de su mano. Se cortaba, claro. Entonces cogía un nuevo cuchillo. Después de cortarse veinte veces, veía la cinta y trataba de aprender de la experiencia. Quizás esto le parezca, estimado lector, una chorrada propia de una desquiciada o una sublime reflexión sobre la naturaleza humana. Pero tampoco hay unanimidad sobre si José Tomás es el artista más importante del siglo XXI o un cruel matarife sediento de sangre.

En otra actuación, saltó en medio de una hoguera, se quedó sin oxígeno y tuvieron que rescatarla inconsciente. Antes se había cortado las uñas y el pelo que, posteriormente, arrojó a las llamas. ¿Símbolo de purificación o enajenación mental? Siguió corriendo riesgos experimentando con drogas que la dejaban catatónica o con convulsiones. Su más célebre actuación es la versión artística del experimento de Milgram o del de la cárcel de Stanford, en los que se planteaban los límites de la obediencia así como la fuente de la crueldad humana. Abramovic se dejaba hacer por los espectadores que podían hacer con ella lo que quisieran con una serie de objetos, incluyendo un látigo, una pistola y unas rosas con espinas. Al cabo de seis horas, el respetable casi la había matado. Como cuenta ella misma:

"La experiencia que aprendí fue que... si se deja la decisión al público, te pueden matar... Me sentí realmente violada: me cortaron la ropa, me clavaron espinas de rosas en el estómago, una persona me apuntó con el arma en la cabeza y otra se la quitó. Se creó una atmósfera agresiva. Después de exactamente 6 horas, como estaba planeado, me puse de pie y empecé a caminar hacia el público. Todo el mundo salió corriendo, escapando de una confrontación real".

Abramovic es una artista conceptual en el sentido de que trata de hacer reflexionar al espectador en lugar plantear fundamentalmente diversión, entretenimiento o solaz. Dado que es serbia, ¿cómo plantear artísticamente los desastres de la guerra? Goya realizó sus "pinturas negras". Pero, como hemos visto, el arte también puede consistir en actuar y no en hacer. Abramovic presentó en la Bienal de Venecia la siguiente actuación: se dedicaba a limpiar un montón de huesos con una lija. Mientras, interpretaba canciones infantiles de su tierra natal. Unos años antes, también en Venecia, fue premiada por una instalación de escultura y vídeo en el que defendía un programa para exterminar ratas. También había huesos de vaca, en este caso malolientes. De esta forma, provocaba la sensación de asco y repulsión que suscitan las ratas. El olfato, ese gran olvidado del arte occidental...

Por supuesto, en la técnica de las actuaciones hay de todo, como en el de la pintura, grandes maestros y ridiculeces sumas. Habría sido una tomadura de pelo que hubiesen premiado a Yoko Ono, por ejemplo. En una secuencia de la película La Gran Belleza, el protagonista, un periodista refinado y decadente, Jep Gambardella, asiste a una actuación de una artista que se golpea la cabeza contra un muro. Lo que el director, Sorrentino, retrata con ironía despectiva sobre las ínfulas espirituales de la artista.

Postmoderna y romántica, apocalíptica e integrada, retrógrada y revolucionaria, Abramovic se ha sabido adaptar perfectamente a los tiempos de Youtube desde donde continúa interpelando al espectador para que la venere o la muela a palos. Desde luego, como realice una de sus actuaciones mientras le entregan el Princesa de Asturias nos vamos a divertir todos, mientras algunos se dejarán provocar y a otros les dará por pensar. Por cierto, ¿para cuándo el Premio Princesa de Asturias de las Artes para el más grande artista vivo, José Tomás? Abramovic seguro que estaría de acuerdo.

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