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Maya, la hija de Picasso que ha muerto teniendo la nacionalidad española

Maya Picasso ha muerto a los 87 años.

Maya Picasso ha muerto a los 87 años.
Maya Picasso. | Gtres

Anochecido ayer martes saltó la noticia de la muerte de Maya, hija de Pablo Picasso, a la edad de ochenta y siete años. Fue el abogado de la familia quien comunicó el deceso, sin aportar dato alguno, ni siquiera el lugar donde se produjo. Maya se ocupó la mayor parte de su vida en salvaguardar, proteger el legado de su progenitor. Donó al Museo Nacional de Francia centenares de lienzos, dibujos y algunas esculturas de su propiedad. Con ello, hizo frente a los elevados impuestos que debía al Fisco francés. En la actualidad, se expone en la capital francesa una muestra de parte de sus donaciones. Aunque nacida en el país galo, había adquirido la nacionalidad española, hace poco más de cinco años; amaba nuestro país, favoreció que en el Museo Reina Sofía de Madrid pudiera exhibirse una colección pictórica del genio malagueño. Si de vez en cuando nos visitaba, hace ya mucho tiempo que estuvo por vez primera entre nosotros, eligiendo Málaga como la capital española que primero deseaba conocer, por razones emotivas obvias. Estuvo casada y era madre de tres hijos.

Maya fue el fruto de los amores de Pablo Picasso y María-Thérèse Walter, una jovencita de diecisiete años cuando se conocieron en las Galerías Lafayette, de París, hacia el año 1928. Enseguida congeniaron, aunque lo que atrajo al genio de la pintura fue sin duda la belleza, el físico de aquella desconocida. Al tratarla poco a poco advirtió en seguida que era inculta, mas llena de vitalidad, sin deseo alguno de notoriedad; entre otras cosas porque en aquellos primeros momentos ella no sabía quién era Picasso.

Pablo tenía un problema, pues durante toda su vida los fue acumulando siempre por su afán seductor, manteniendo relaciones amorosas con varias mujeres al mismo tiempo. Y cuando las inició con María-Thérèse, resulta que aún estaba legalmente casado con la rusa Olga Khokhlova, apellido que he visto escrito de distintas maneras, por su algo enrevesada grafía. El Estado francés no podía dar los apellidos de Picasso a la hija que tuvo con María-Thérèse Walter, y por tanto fue hija adulterina, lo que sucedió asimismo con otros descendientes posteriores del artista, quien sólo estuvo casado en dos ocasiones: con la citada Olga y en los últimos años de su vida con Jacqueline Roque.

No obstante esas dificultades para dar naturaleza a su unión con madre e hija, él las trató con cariño, al menos al principio, y se ocupó de pagarles el alquiler de un apartamento que daba al Sena, en el extremo más lejano de la Ille de St. Louis. Maya había llegado al mundo el 25 de septiembre de 1935, en las afueras de París, en Boulogne-Villancourt. Picasso ya tenía un hijo de una relación anterior, Pablo, y la recién llegada era la primera niña, tendría otra, Paloma y un varón, Claude. A sus tres hermanos, de otras madres, Maya los quiso fraternalmente.

El nombre de Maya en realidad era apelativo familiar, pues lo cierto es que en su pasaporte figuraría como María Concepción Ruiz Walter. Ruíz, sabido es, era el primer apellido de Picasso, éste el segundo. Lo de tal doble nombre obedecía a un deseo de la madre de la niña: María-Thérèsa quería complacer a su amante. Pablo le había recordado que, viviendo siendo adolescente en La Coruña, había muerto su hermana menor, Conchita, casi una niña, a la que mucho quería.

La convivencia entre Picasso y María-Thérèsa fue complicada ya que, como hemos explicado, él continuaba siendo el esposo de la rusa Olga, que ya estaba con la mosca tras la oreja y no se planteaba separarse del pintor con quien tenía asegurado su mantenimiento. ¿Qué hizo entonces Picasso? Sin romper su matrimonio buscaba la manera de encontrarse con su amante e hija. Parecía algo clandestino. Los jueves era el día de la semana cuando se encontraban. Y en verano. Después de 1935, el año en que nació Maya, se enfrió su amor con la madre de la niña, separándose al año de nacer ésta a quien siguió viendo hasta que en la vida del malagueño llegaron dos nuevas amantes Dora Maar y, Françoise Gilot, y aun así, procuró no romper del todo con la pequeña.

Aparte de la seducción hacia las mujeres, Pablo tenía adoración por los niños. Cierto es que maltrató a alguno de sus hijos, como Pablo, que acabaría su vida de mala manera, al igual que Claude. En cambió con Maya y Paloma fue mucho más afectuoso. A ambas las pintó muchas veces. Pero como escribimos hoy sobre Maya, digamos que ésta permanecía en muchas ocasiones embobada cuando su padre pintaba. Por ejemplo, en plena tarea del "Guernica", la pequeña, con sus dos o tres años, jugaba cerca del lienzo que Picasso iba plasmando sobre aquel suceso de la guerra civil cuando la aviación alemana bombardeó la población vizcaína.

A Maya, paciente modelo, la pintó en cuadros que ya son historia en la obra ingente picassiana: "Maya con barco", "Maya en traje de marinero", "Maya con niño y caballo", "Maya con muñeca"… Este último fue robado hace unos años en casa de un nieto de Picasso. A su hija la solía retratar de frente y no de perfil como a algunas de sus mujeres; disfrazada, como si fuera un arlequín. Por supuesto que hay otros retratos de la madre, de María-Thérèse, sosteniendo en su regazo a Maya.

Con Maya, sus encuentros fueron muchísimos más que con la madre. Picasso, que en sus primeros tiempos en París tenía su estudio en la rue des Grands Augustins, dejaría París para instalarse en el sur de Francia. Sus residencias fueron "La Californie" y Notre-Dame-de-Vie. En las afueras de Niza habitó bastante tiempo. Maya tenía siempre las puertas abiertas para verse con su progenitor. Y hasta en Vallauris, donde Picasso realizaba sus cerámicas y donde también encontró a la que iba a ser el último amor de su vida, Jacqueline Roque, llevó a Maya y a algún otro hijo a los toros, donde Luís Miguel Dominguín brindaría un toro a Pablo. Éste, cuando celebró sus ochenta años, tuvo la ocasión de presidir a su manera el festejo, decidiendo que se matara el animal, porque en aquella localidad no lo estaba permitido. Y él quería que que aquella corrida fuera como en España.

Por aquel tiempo, la década de los 60, Maya vino a Málaga, se empapó de la capital y sus alrededores y, por supuesto, visitó la casa natal de su padre, en la plaza de la Merced (por donde ahora tiene Antonio Banderas su teatro), y allí dejó algunos recuerdos personales del pintor. Al regresar a Francia, le contó cuanto había visto y sentido en la capital de la Costa del Sol, detalles que emocionaron sobremanera al genio, quien había prometido cuando se exilió voluntariamente al inicio de la contienda civil que no regresaría a España hasta que Franco no dejara el poder o se muriera. Pero se le adelantó Pablo, fallecido el 8 de abril de 1973. Su viuda puso unas férreas condiciones para que sólo un reducido número de personas pudieran asistir a su entierro en el castillo de Vauvenargues. Maya sí estuvo para darle el último adiós.

Para entonces, Maya se había casado con un ex-oficial de la Marina, Pierre Widmaier, de quien llevaría su apellido (como es costumbre en Francia, Estados Unidos y otros países) unido al de Picasso. Tuvo tres hijos: Olivier, Richard y Diana. Esta última es quien recogió hace tiempo el testigo de su madre, ocupándose de todo ese todavía inmenso legado de las obras de su abuelo porque, harto se sabe que Picasso trabajaba sin desmayo y firmó un número de ellas incalculable, que nadie que sepamos ha sabido cuantificar.. Dentro de cuatro meses se honrará su memoria, al cumplirse el medio siglo de su muerte. Para entonces, tanto en Francia como en España, puede que también en otros países, se celebrarán importantes exposiciones y otros actos culturales. Maya hubiera querido estar presente, pero la Parca se le ha adelantado.

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