
Más de mil firmas del mundo de la cultura han respaldado a Manuel Borja-Villel en su gestión del Museo Reina-Sofía. Y, con poco que se esfuercen en El País y cía., llegaran a las cien mil firmas, emulado a los soldados franceses de San Luis que acabaron con el régimen liberal español. El director saliente había sido cuestionado últimamente por el sectarismo ideológico con el que ha dirigido la institución. Alguién podría pensar que la crítica no tiene sentido, ya que Borja-Villel fue ratificado como director del museo por el gobierno del PP. Pero en el PP creen que la mejor política cultural no es la que no existe, sino la que se postra a los pies de los artistas subvencionados por los socialistas.
Lo primero que suelo hacer cuando voy a Madrid y me bajo del AVE en Atocha es pasarme por el Reina Sofía. El arte contemporáneo me gusta y disfruto con esa mezcla de innovación y ocurrencias, de amor a la novedad y de odio a la belleza, que hace que cada exposición sea un desafío para el juicio de gusto y la paciencia del espectador.
¿Es Borja-Villel un buen gestor?
Sin duda, ha posicionado el Museo entre los mejores del mundo. ¿Es Borja-Villel un conocedor e impulsor del arte contemporáneo? Sin discusión, asumiendo que siempre va a ser más discutible una exposición de sucesores de Joseph Beuys que de herederos de Tiziano. ¿Es Borja-Villel un sectario que usa el Museo para la agenda ideológica de la izquierda? Pues claro, lo lleva en el ADN cultural. Sorprenderse de que una institución cultural del Estado esté bajo el dominio de la izquierda es como escandalizarse de que en el garito de Rick en Casablanca haya juegos de azar.

Ahora bien, que la izquierda domine el mundo de la cultura, de la educación, del arte, de lenguaje, es un hecho del que hay que responsabilizar a la estrechez, ruindad y baja estofa cultural de la derecha. La derecha, instalada en una mentalidad economicista y de bajo vuelo intelectual, cuando ve una obra de arte lo único que pregunta es cuánto cuesta. Confunde el valor económico con el valor estético, artístico y cultural. Contempla los museos como rama más de la inversión económica en aras a la diversificación de la cartera. La izquierda, por el contrario, plantea la cultura en una doble dimensión. Por una parte, para inculcar una conciencia de clase, en este caso para crear la sensación de la superioridad estética en paralelo a la moral. Además, la formación de una intelectualidad socialista que le gane la batalla política a la derecha a través del dominio del lenguaje, los símbolos y los valores. Gracias al dominio del marco cultural, la izquierda domina la mente de la derecha, que apenas resiste ninguno de los dogmas y mantras culturales que la izquierda sistemáticamente ha ido imponiendo, de manera que a la hora de votar las dos elecciones mayoritarias son los dos partidos socialdemócratas, el PSOE y el PP.
Y las empresas
No hay ahora en Occidente apenas empresas que no hayan caído bajo las modas del Metoo, el BlackLivesMatter, el alarmismo climático o las terapias de conversión de la "Nueva Masculinidad" que el movimiento LGTBIQ+ pretende hacer obligatorias incluso en el curriculum escolar. Todo ello con el aplauso del PP, Walt Disney y Gillette. Como decía el Diccionario Soviético de Filosofía
Es una de las leyes generales inherentes a la revolución socialista: estriba en la necesidad de llevar a cabo, en un plazo más o menos breve, la reorganización de toda la instrucción pública, de hacer accesibles a las amplias masas del pueblo los frutos superiores de la cultura.
Por supuesto, cuando habla de "cultura" quiere decir a "su cultura". Borja-Villel ha sido un gran director del Reina Sofía, pero habría sido todavía mejor como director del Museo Estatal Iosif Stalin. Ahora bien, aunque Borja-Villel se vaya del Reina Sofía, su espíritu permanecerá gracias a las dirigentes socialistas que se quedan en le gestión del Museo, Ángeles González-Sinde y Beatriz Corredor.
La cuestión es, ¿a la derecha le importa algo la cultura y su derivada, la revolución cultural? Absolutamente nada. La derecha, en general, ha perdido toda componente espiritual y ahora es tan materialista como la izquierda. Con la diferencia de que el materialismo de izquierdas es dialéctico, mientras que el materialismo conservador es groseramente vulgar. Los domingos, la izquierda va al Reina Sofía y la derecha al Bernabéu. Simplifico, claro, pero para que se me entienda. Por el palco de Pérez desfilan empresarios del IBEX como por el despacho de Borja-Villel proliferan los teóricos del MOMA.
Por supuesto, entre los cien mil firmantes de Borja-Villel está Pedro Almodóvar, el paradigma de artista que politiza todo lo que toca y que crea redes de camaradas para controlar y dominar el mundo de la cultura. Cinematográfico en el caso de Almodóvar, artístico en el Borja-Villel. La ideología los crea, el negocio los junta y el arte auténtico los sufre. Terminaba el Diccionario Soviético sobre la revolución cultural en lo que podría haber sido perfectamente el programa llevado a cabo por Borja-Villel en estos quince años:
La tarea de la superación completa de las supervivencias burguesas en las concepciones y costumbres del desarrollo universal y armónico de la personalidad, la creación de una auténtica riqueza de cultura espiritual.