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Santiago Navajas

Picasso, en el retrete

Los museos se siguen llamando "museos", pero sería más riguroso denominarlos "chekas"

Los museos se siguen llamando "museos", pero sería más riguroso denominarlos "chekas"
Archivo.

La noticia que venía esperando Tom Wolfe hace décadas ha saltado por fin en Australia. El enfant terrible del Nuevo Periodismo norteamericano se había burlado en La palabra pintada de las estrellas del firmamento artístico. El más característico era Picasso, que le ponía una vela a la vanguardia y a Velázquez, pero otra a las duquesas francesas y multimillonarios norteamericanos que lo invitaban a fiestas de clase alta y colgaban sus pinturas en Museos como quien exhibe un Rolex o un Ferrari. En un giro inesperado del destino artístico, si Duchamp sacó los urinarios de los retretes y los llevó a la Tate Modern, donde vi uno, ahora las feministas deconstruidas, decrecentistas, decolonialistas y de género han metido un par de Picassos en el wc del Museo de Arte Antiguo y Nuevo de Tasmania.

No es que las feministas hayan querido protestar contra Picasso por ser el máximo exponente del machirulo heteropatriarcal, comunista por fuera al estilo de Lenin y más capitalista por dentro que Rockefeller, sino que el Tribunal Supremo australiano había decretado que la sala "solo para mujeres" que había inaugurado el Museo en memoria de la discriminación histórica contra las mujeres era en sí misma discriminatoria contra los hombres. O, dicho de otro modo, que no se resuelve una injusticia cometiendo otra injusticia en la misma dirección aunque en sentido contrario.

Los Picasso figuraban entre las obras de arte que hasta ahora colgaban en el Ladies Lounge (Salón de Damas, espero que aprecien el pretendido sarcasmo) del museo. La comisaria del engendro artístico-feminista es Kirsha Kaechele, que pretendía crear experiencias de exclusión en los hombres. Ahora ya no hay artistas, sino artivistas, individuos que reducen el arte a su dimensión política y que usan los medios de expresión estético como modos de propaganda. Los museos se siguen llamando "museos", pero sería más riguroso denominarlos "chekas". En España tenemos la paradigmática Cheka Reina Sofía, dedicada a deconstruir a los artistas, y, últimamente, la Cheka Thyssen-Bornemisza y su proyecto de "decolonizar" el arte.

Kirsha Kaechele podía ser perfectamente la artista que parodió Paolo Sorrentino en La Grande Belleza. Si no la han visto, el protagonista es un periodista que tiene que cubrir la performance en la que una artista desnuda se lanza de cabeza contra un acueducto romano. La artista se rompe el cráneo, chorrea sangre y la gente aplaude. Kaechele no se ha roto la cabeza literalmente pero ha aprendido toda la jerga posmoderna sobre "holismo" y "emergencia". Sospecho que los jueces australianos se van a pasar su retórica barata de artista de tres al cuarto por el arco de la Constitución. De Adolf Hitler a Kirsha Kaechele, la historia nos enseña que hay que tener cuidado con los artistas frustrados con ínfulas de transformar el mundo.

Kaechele, para sortear el dictamen del tribunal, ha trasladado los Picassos al retrete, atención estimado lector, para que solo los contemplen "personas de identidad sexual femenina". Ahora bien, en este mundo posmoderno, en esta sociedad líquida, en esta época fluida, ¿quién no es en algún momento del día una "persona de identidad sexual femenina" sea cual sea su condición sexual? Si Libertad Digital me paga viaje y dietas, la próxima semana les envió un artículo desde el baño para personas de identidad sexual femenina en Tasmania en cuanto emerja mi lado más X de mis cromosomas XY.

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