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Juan Manuel González

Crítica: 'Jurassic World', con Chris Pratt y Bryce Dallas Howard

'Jurassic World' es un deleite de aventuras, quizá demasiado respetuoso con el original, pero también más travieso de lo que parece.

Póster Jurassic World
Puntuación: 8 / 10

Si situamos un pie en la Generación Y y otro en la X, y nos ponemos a escarbar en sus mitos, sin duda encontraríamos el primer Jurassic Park de Spielberg como uno de sus puntales culturales. Jurassic Park, la película basada en un best-seller que definió a esa oleada de cinéfilos posteriores a Tiburón y Star Wars. Jurassic Park, la película de compromiso de su director para poder financiar La lista de Schindler. Jurassic Park, el blockbuster que hizo de puente entre la era analógica y la digital con tanta facilidad como su argumento mutaba desde la ciencia hacia el suspense, la aventura y el cine de catástrofes. Porque en manos de Spielberg, es en eso en lo que la sombría novela de Michael Crichton se convirtió, en una película capaz de coordinar sus preocupaciones éticas ("estaban tan preocupados en si podían que no se pararon a pensar si debían") con el "sense of wonder" típico de su director, que dedicaba una hora de historia a celebrar la grandeza de las criaturas que se los iban a merendar a todos, con tanta desfachatez como compasión. Las secuelas -incluso la dirigida por él- estaban obligadas a venir, pero a cierta distancia.

Han pasado 22 años desde el origen y, ahora, la actualización ejecutada por el novato Colin Trevorrow, elegido a dedo por el propio Spielberg, nos mete de lleno en el movedizo terreno de la secuela/remake/reinicio. Jurassic World, cuarta entrega de la franquicia de Universal Pictures, es tanto una cosa como las otras, y a la vez una película consciente de su propia coyuntura y anacronismos, de esos problemas de guión que han retrasado su confección desde hace más de una década, cuando en 2001 se estrenó la muy mediocre Jurassic Park III de Joe Johnston. La misma protagonista Claire (Bryce Dallas Howard) lo dice en un momento dado de su primer tercio: "Los dinos ya no sorprenden a nadie"... ¿cuál es entonces el siguiente paso? Y ¿por qué?.

La película de Colin Trevorrow, que por cierto (y por si no me quieren leer más) me ha parecido formidable, entretenida y asombrosa, es totalmente consciente de esa pregunta a la vez que rellena el formulario que toda película de verano en 2015 debe cumplir. Es decir, hacerlo todo más alto y más grande. Más. Lo hace recurriendo a la pura y dura repetición y al aumento de la acción, en el que podría ser el gran handicap y a la vez la gran virtud de la película. Jurassic World dedica su primera mitad a reproducir la estructura de la primera cinta y ello repercute en el interés, qué duda cabe, pero -ojo- lo hace punteando de una manera tan sutil como irónica sus puntos culminantes, convirtiéndolo en su material de trabajo expresivo, habitando en ella y añadiendo un comentario soterrado que sólo se deduce a través de la pura comparación. Por resumir: mientras los protagonistas del primer Jurassic Park se asombraban con el milagro de la naturaleza mientras se preguntaban por la osadía de semejante triunfo humano, los jóvenes protagonistas de la presente lo hacen "simplemente" con la grandiosidad del mayor parque de atracciones jamás parido, y además con los mismos acordes grandiosos que compuso John Williams. Este punto, como también aquellas escenas en las que se discute el patrocinio de un nuevo dinosaurio, el psicótico Indominus Rex (tan perdido en el mundo como un abuelo con un iPad, tan histérico e impulsivo como un adolescente), no son momentos insustanciales, no pueden serlo: son la película que estamos viendo. Tal y como dice el personaje de Vincent D'Onofrio en un momento de la cinta, vivimos en un mundo de parques temáticos, petróleo y armas, y dos de esas tres fuerzas aparecen de una manera u otra en la película. Puede que la de Trevorrow sea una serie B con efectos de primera -la original lo era-, pero como el primer Jurassic Park es consciente de su entorno y sabe que el salto definitivo a la cultura del simulacro que anunciaba sin saberlo el idealista John Hammond ya ha tenido lugar, y por tanto es necesario incorporarla a su propio discurso, es una lícita explicación a su existencia. El mundo ya es un parque temático y nosotros somos turistas.

Pero vamos a lo importante: Jurassic World no es una película que se cuestione todo el tiempo, simplemente es una que funciona. Lo hace todo muy bien. El componente humano no es desechable aunque los personajes sean raquíticos, gracias sobre todo a la labor de un reparto entregado (no sé ustedes, pero Chris Pratt podría estar en cualquier película, todas las películas, y no pasaría nada). Existen momentos puntualmente emotivos, como ese que el que se muestra la triste muerte en el suelo de una criatura herbívora, absolutamente Spielberg y totalmente arrebatador y poético... bastante bien mezclados con secuencias tan cabronas como la del ataque por el aire a los turistas, cuyo recuento de bajas se asimila a la de El Mundo Perdido. El humor y las payasadas cortan la tensión en el momento perfecto con cada intervención del estupendo Jake Johnson, visto en New Girl y la primera película de Trevorrow, Seguridad no garantizada. Y las set-pieces de acción, incluyendo ese estupendo giro final que hace referencia a los velocirraptores (atención al gran momento final de reconocimiento y cambio, que en esta cuarta película corresponde ¡a un bicho! tanto como al personaje de Howard) son todas sobrias y asombrosas, sin que haya ninguna que despunte. Jurassic World es una película que no tiene interés alguno en percutir los oídos y los ojos del espectador más allá de lo necesario, filmada por un buen estudioso y alumno de Spielberg, si bien carente de su capacidad para el suspense. Es una película de aventuras y monstruos no del todo inocente pero totalmente pura, noventera en sus postulados pero cínica en un sentido actual. Es el prototipo de montaña rusa que los fans esperábamos, y la película que queríamos aclamar.

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