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Juan Manuel González

Crítica: 'Ciudades de Papel', con Cara Delevingne y Nat Wolff

Puede que 'Ciudades de papel' no sea una película memorable, pero sí es una que merece la pena distinguir.

Póster Ciudades de papel
Puntuación: 7 / 10

Puede que Ciudades de papel no sea una cinta memorable, pero sí es una que merece la pena distinguir y, al menos para quien esto escribe, defender. Estamos ante una adaptación de un best-seller juvenil de John Green, autor de Bajo la misma estrella, cuya adaptación cinematográfica (también escrita por Scott Neustadter y Michael H. Weber) supuso una de las grandes sorpresas de taquilla y crítica del verano pasado. Al igual que la anterior, la película de Jake Schreier es mejor de lo que su póster promocional da a entender, superando sin problema la media del género al que pertenece (romance adolescente, ¡glups!) y, de hecho, dando al asunto la dignidad que merece durante cien minutos. No lo hace tratando de cambiar las reglas del juego, aunque su argumento se adentre en un territorio considerablemente distinto (y mejor) del anunciado. Es porque, paradojas del cine, lo hace mediante todo tipo de recursos convencionales y conocidos, lo que podría haberse traducido en una película confusa e intragable. Pero incluso entonces supera los clichés a base de puro y duro encanto.

El protagonista de Ciudades de papel no es, a diferencia de los de Bajo la misma estrella, ningún enfermo terminal, y de hecho no destaca por absolutamente nada. Quentin Jacobsen (Nat Wolff, secundario en la citada arriba), es un chico normal, el típico adolescente anódino enamorado de su vecina, la explosiva Margo Spiegelman (Cara Delevingne). Cuando ella le requiere para unirse a una extraña noche de venganza contra su expandilla, Quentin recupera su amistad infantil con la joven, en lo que podría ser el principio de algo más... o no, ya que la extraña pero fascinante Margo desaparece al día siguiente. Quentin, seguro de que conoce a su vecina mejor que nadie, descubre una serie de pistas que podrían indicar el paradero de su amiga. Es el comienzo del viaje...

Hay una escena de Ciudades de papel que transcurre en el interior de una bañera y que, para un servidor, justifica la parrafada inicial. No les voy a decir en qué consiste, ya que hay otras mejores en esta más que correcta comedia juvenil (como aquella que transcurre en un rascacielos abandonado, de un genuino romanticismo, triste e ingenuo al tiempo) y además dudo que sea la más representativa de la película. Pero en ella se sella el vínculo entre el protagonista y un personaje secundario, aparentemente intrascendente, al que sin embargo todos los implicados en la película, desde el guión hasta su intérprete, consiguen otorgar la necesaria dignidad. Es algo que no se necesitaba, pero de todas formas lo han hecho y está ahí. Y precisamente es lo que marca la diferencia en una película como Ciudades de papel, porque -dicen por ahí- el diablo está en los detalles.

De la misma manera que la vida del protagonista tiene lugar en la habitación de al lado a esa gran fiesta que le presuponemos a todo joven preuniversitario, la película se mueve también en márgenes similares, esta vez del género del romance juvenil, en una jugada extraordinariamete coherente que sirve a director y guionistas la oportunidad de oro para mostrar algo más interesante y gratificante que el chico-conoce-chica. Es verdad que Ciudades de papel comienza así, como cualquier romance juvenil que usted o yo podamos recordar, pero su desarrollo, que prosigue un poco como Jo, que noche y Algo salvaje (con toda la carga de thriller que lleva aparejada) y otro poco como Cuenta conmigo (pongan ustedes la que quieran, hablo por ese componente de misterio juvenil), y que acaba para colmo y de manera maravillosa en un dulce anticlímax, remata finalmente una historia de amistad y maduración quizá un tanto domesticada y típica, pero siempre agradable, cordial, con una sorprendente dosis de magia y sobre todo muy bien interpretada. Una oportunidad aprovechada que convierte un filme adolescente en una comedia dramática apta para un público (casi) adulto.

Así que a medio camino entre una sana melancolía y el humor gamberro de las producciones de John Hughes (pero sin su lengua afilada en los diálogos), Ciudades de papel supera esa impresión de pastiche calculado y derivativo que suponíamos que era. Bien es cierto que si la película de Jake Schreier destaca por algo es por su previsiblidad, con esas referencias a Walt Whitman que parecen de manual de instrucciones indie, y un cierto desánimo en lo puramente visual. Por no hablar que cada vez que Green trata de trazar metáforas, el resultado se viene, en parte, abajo. Pero incluso ahí la cinta muestra maneras y sale del hoyo sin demasiadas dificultades.

Gran parte de la responsabilidad recae en un reparto que cumple con creces. Nat Wolff recoge sin problemas el peso de la película, cediendo cuando debe hacerlo ante Cara Delevingne, objeto de deseo, motivo de comprensible obsesión y -en consecuencia- verdadera robaescenas de la película... al menos mientras está en pantalla. La maniquí convertida en actriz sabe crear una cortina de humo adecuada, creando una joven cuya exagerada energía y excentricidad sólo puede esconder una gran pregunta. La razonable cuota de oscuridad que Delevingne inyecta en ella y las distintas modulaciones que adopta la historia benefician a un filme que cambia de tercio en su segunda mitad. Entonces, Ciudades de papel se transforma -tras una serie de explicaciones un tanto artificiosas- en una road movie al servicio de Wolff y sus colegas Radar y Ben (Justice Smith y Austin Abrams), con los que el primero establece una dinámica tan fresca y real que hace preguntarse cuánto de improvisación y preparación hay en las escenas. Ciudades de papel es, gracias a esta controlada anarquía, una cinta que ayuda a los que ya han sobrepasado la etapa "young-adult" a evocar sensaciones de tiempos pasados. Si a ello sumamos ese toque indie y esa pacífica apología de las ciudades de extrarradio (diseminando algún toque inquietante: ese cadáver que aparece en el prólogo, con un cierto halo de Stephen King...), el resultado es una cinta tan amable como taciturna, y al final, absolutamente deliciosa.

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