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El hartazgo de las películas de Paco Martínez Soria

El actor español más visto en nuestras televisiones es también el más emitido. Quizá... demasiado.

El actor español más visto en nuestras televisiones es también el más emitido. Quizá... demasiado.
Paco Martínez Soria, uno de los actores españoles más populares de la historia. | Archivo

No es necesario recurrir a estadística alguna para asegurar que las películas protagonizadas por Paco Martínez Soria son las que más veces se han programado en nuestras televisiones, muy en concreto en la cadena 1, la tarde de los sábados, en "Cine de Barrio".

Diríase que el actor aragonés está abonado a la parrilla de ese espacio, pues no hay mes que no vuelvan a emitir alguno de sus filmes. Un hartazgo. La 13, propiedad de la Cope, también dedica de vez en cuando los fines de semana su atención a la filmografía del mismo personaje, e imaginamos que en otras autonomías puede que incurran en el mismo gusto.

¿Justificación, si la hay, al menos por parte de los directivos de TVE? Que la audiencia es rentable. Nada debe importar a esos telespectadores ver una y otra vez las mismas historias de un paleto que llega a la gran ciudad y termina haciendo valer su filosofía elemental y su bonhomía. Y si el protagonista encarnado por Paco Martínez Soria no es cateto, da igual, pues responde a una tipología de abuelo de antes de la guerra, interpretado por aquel actor con los mismos tics, gestos, movimientos y tonos de voz exagerados que corresponden a un género teatral que hace muchos años alguien etiquetó como astracanada, y mantiene todos los trucos escénicos de la comedieta facilona de enredo y unos toques de vodevil con gotas de ternurismo barato.

El patrón de todas esas piezas, primero estrenadas en el escenario y luego llevadas a la pantalla podría ser perfectamente La ciudad no es para mí, de la que dieron más de tres mil representaciones por toda España a partir de su estreno en 1963. Lo curioso es que su autor fue director de la Real Academia de la Lengua, culto caballero, autor de varios volúmenes sobre el buen uso de nuestro idioma, de nombre Fernando Lázaro Carreter, aunque firmara su obra con el seudónimo de Fernando Ángel Lozano.

Ganó mucho dinero gracias a ella aunque, que sepamos, nunca más volvió a reincidir. Mérito tuvo y no se lo discutimos. En realidad, lo que hizo este ocasional autor teatral fue seguir las pautas de colegas de los años 20 y 30, los Abati, Pérez Fernández, Muñoz Seca y otros, quienes cultivaron con éxito esa clase de género popular, en tantos casos tildado de populachero.

Paco Martínez Soria nació en Tarazona (Zaragoza) el 18 de diciembre de 1902 en el seno de una humilde familia que se trasladó a Barcelona contando aquel sólo cinco años. Hubo de trabajar en algunos oficios siendo jovencito, abandonando los estudios con diecisiete años, entre ellos el de dependiente y agente comercial.

Su afición teatral lo llevó a formar parte de varios grupos de aficionados, que en la Ciudad Condal eran abundantes. Fue a comienzos de los años 30 cuando decidió convertirse en actor profesional. Me confiaría: "Pedí prestadas siete mil quinientas pesetas y con ellas empecé mi aventura en el teatro". Me contó también que al principio no le fue próspero el negocio y que al propietario del primer autocar que contrató para llevar en él a los miembros de su compañía le costaría cobrar la factura. Era por cierto el luego enriquecido empresario de Viajes Juliá. Y en una gira por tierras andaluzas, don Paco, como siempre era llamado en la profesión, dejó algunas veces de pagar a sus actores y a las dueñas de las pensiones donde dormían.

Pronto se percató Paco Martínez Soria que el repertorio a representar sería siempre de carácter cómico, para explotar su indudable vis humorística, que había aprendido trabajando con su amigo y en cierto modo maestro, Rafael López Somoza. Combinaba lo tierno con el retruécano sin importarle las críticas. Entre sus compañeros llegué a escuchar más de una vez, en los años 60, que era "el peor actor de España". Algo exagerado, injusto desde luego.

A él le traía al fresco esa consideración: llenaba los teatros en esa década citada y así continuó hasta su muerte. La primera de sus películas está fecha en 1934. Rodó treinta y seis. Las que a partir de 1965 protagonizó y que ahora repiten hasta la saciedad en la pequeña pantalla son, por este orden, las siguientes: La ciudad no es para mí, ¿Qué hacemos con los hijos?, El turismo es un gran invento, Abuelo made in Spain, Se armó el Belén, Don Erre que Erre, Hay que educar a papá, El padre de la criatura, El abuelo tiene un plan, El calzonazos, El alegre divorciado, Estoy hecho un chaval, Vaya par de gemelos, Es peligroso casarse a los sesenta y La tía de Carlos, con la que cerró su filmografía en 1981.

Apuesten lo que quieran a que de aquí a fin de año "Cine de Barrio" repetirá alguna de ellas. Es como si el mismo chiste te lo contaran mil veces. Pero si la gente que ve esas cintas lo sigue pasando bien, miel sobre hojuelas: nada que objetar.

Era Paco Martínez Soria un hombre afable, que vestía con elegancia, de modo tan diferente a como solía aparecer en sus comedias. Un día, me refirió, fue a tomar un café frente al teatro Eslava donde actuaba en Madrid, y comentó con el camarero el éxito de una de sus obras sin decirle que él era su protagonista. Y quien le servía, sin reconocerlo, le comentó que ese actor no era sino un paleto que, eso sí, llenaba cada jornada aquel coliseo. Y que si quería aprender a beber en una bota de vino no dudara en ir a verlo al teatro. Y es que se caracterizaba muy bien de cateto, pero caminando por la calle, bien trajeado, con gafas, pasaba la mayoría de las veces inadvertido.

Tenía una desmesurada pasión por el fútbol y las quinielas, de tal manera que cuando se retransmitía un encuentro importante disponía de un televisor en su camarín para seguir sus incidencias, y si coincidía con el horario de sus representaciones hacía lo posible, entre salida y entrada al escenario, para enterarse del resultado.

Grabó varios discos con historietas humorísticas y hasta uno de canciones infantiles con el que logró popularizar la canción "Capitán de madera", que le compuso Juan Pardo. Casado, padre de tres hijas y un varón (éste, padre escolapio), no cejó de trabajar toda su vida y aunque millonario, se negaba a retirarse. Fue dueño de un conocido teatro en el Paralelo barcelonés, el Talía. Si en escena rezumaba campechanía y aire familiar, en su vida particular resultaba simpático, entrañable.

Murió de infarto hace treinta y tres años. Fue encontrado sin vida en la habitación que ocupaba habitualmente en un edificio de apartamentos cercanos a la madrileña plaza de Colón. Tenía ochenta años.

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