Las coincidencias entre forma y fondo que nos ofrece Nerve, y que la sitúan por encima de la media del cine juvenil actual, no son nada casuales y se aprecian ya en la secuencia que abre la película, en la que el espectador presencia en primera persona (en un recurso similar al de Open Windows) las posibilidades, amenazas y también renuncias personales que se presentan cada vez que miramos compulsivamente la pantalla del móvil, o en este caso, también del ordenador.
En ella, la joven e inteligente Vee (Emma Roberts), incapaz de tomar una decisión trascendental sobre su futuro, retrasa el “click” que la mandaría a la universidad para dejarse llevar por la histeria y el ritmo que nos impone esa tecnología, ya sea seleccionar música, dar un “like” o conversar con su amiga.
Una rapidez que Nerve aplica a su propia coherencia interna, y que sin duda convierte la adaptación del libro de Jeanne Ryan en una de las mejores y más trepidantes, vigorosas películas basadas en best-seller juvenil “young-adult” que hemos visto en estos años. En primer lugar, por estar de rabiosa actualidad, sobre todo tras el éxito de Pokémon Go, siendo el juego online que da título al filme una variante mucho más agresiva de lo que se ha venido a llamar realidad aumentada: Nerve no consiste en cazar a Pikachu sino en superar diferentes retos que, por supuesto y como en cualquier thriller de los 90 (pero ahora con tecnología actual de por medio: por alguna razón este cronista pensó en la excelente Enemigo Público, de Tony Scott, aunque la referencia más evidente sería The Game, de Fincher), no tardan en poner en peligro la integridad física del participante.
Y en segundo lugar, porque la mayoría del tiempo la película se guía por una conexión diabólica que le da ese aire “meta” e inteligente, si acaso somos de los que necesitamos excusas para disfrutar: si Nerve, el juego que se nos presenta en la ficción, fuerza al jugador a adoptar la posición de observador o jugador, convirtiendo a ambos en un títere del resto de la comunidad online, Nerve, la película, también parece orquestar su narrativa en base a esta fuerza trascendental que sirve de hilo conductor, presentando sus escenas con la estética y textura de un vídeo grabado con el móvil; guiando al espectador por una trama que tiene tanto de viaje de descubrimiento adolescente como de conspiración, o si se quiere, de "realidad falseada" para nuestra protagonista femenina. Es como si Nerve fuera también la propia película: ¿qué persiguen y quiénes están detrás de los retos? ¿Será su nuevo amigo, el apuesto motero interpretado por Dave Franco, uno de los malos y todo es parte de un plan preconcebido? Ya en la segunda década del siglo XXI no hay una realidad virtual paralela a la que enchufarnos de cuando en cuando, sino que ésta ha invadido y guía nuestra existencia cotidiana.
Sin la ambición comercial de Los Juegos del Hambre o Divergente y sin la melosidad insistente de Crepúsculo, la película de Ariel Schulman y Henry Joost se presenta como un modesto pero refrescante thriller que reflexiona, a la vez que utiliza, los usos y costumbres que nos ofrece esta nueva ventana tecnológica, en especial a los jóvenes millenials nacidos en un mundo donde las redes sociales, las apps y los vídeos virales ejercen el total y absoluto protagonismo. Y en el que las concesiones a ese público objetivo no se sienten como un insulto a la inteligencia del resto sino, solo en el peor de los casos, un tolerable peaje dentro de un filme entretenido y muy bien rodado.
Lo hace, además, sin satanizar ni convertir en idiotas a sus jóvenes protagonistas ni a su tecnología, sirviéndose del incipiente carisma de su protagonista, una notable Emma Roberts, y sin tampoco extraer la diversión en beneficio de la moralina fácil. En Nerve el viaje iniciático de Vee y su enamoramiento se nos sirve con honestidad, y salvo los últimos giros del filme (apresurados, tontos y sin duda un tanto conformistas) éste resiste con integridad la comparación con películas mayores y más ambiciosas.