Un traidor como los nuestros es un estimable thriller de suspense que lucha por sostenerse sobre un par de graves errores de cálculo. Basada en la novela homónima de John le Carré, el filme de Susanna White abunda en los claroscuros morales típicos de su autor literario y, con un ojo puesto en la brillante El Topo de Tomas Alfredson, despliega una trama de espionaje marcado a fuego por los corruptos tejemanejes de la política internacional en una Europa en crisis (moral, económica) imparable. Los delincuentes de allí son producto de los de aquí y viceversa; la Guerra Fría se sigue librando, pero las fuerzas concurrentes visten trajes cada vez más caros.
La historia sigue los pasos de una pareja británica que, durante un viaje romántico a Marrakech, entra en contacto con quien resulta ser un mafioso ruso en busca de refugio en Londres. El sustento hitchcockiano de la trama es evidente y goloso, con los dos londinenses involucrados en una trama criminal con varios grupos perseguidores a la caza del traidor. Y todo aparece capturado por el director de fotografía de Anthony Dod Mantle de una manera exquisita y artística, repleta de encuadres tan elegantes como atrevidos que matizan el tradicional clasicismo británico. Las interpretaciones de McGregor, Lewis, Skarsgård y Harris son siempre correctas y le dan a Un traidor como los nuestros esa pátina de clasicismo y profesionalidad que el tópico atribuye a las películas británicas.
Pero es evidente que Susanna White no es Tomas Alfredson, que su trabajo tras las cámaras simplemente quiere canalizar todo lo anterior en una película correcta y eficaz, pero que deja pasar un par de trenes o tres. La directora no se siente atraída por el peligro o las secuencias de acción, y eso está bien, pero en ocasiones resta impacto a un largometraje que enfatiza siempre que puede, incluso cuando no debe, esa faceta de drama doméstico y elegante para huir de la veta "actioner" de 007. Lo hace bien, pero White no sabe suplir, precisamente, cierta falta de contexto a la hora de caracterizar al blanqueador ruso al margen de la empática y efusiva actuación de Skarsgård. La directora trata de convencernos de que no estamos ante un tipo particularmente turbio, al menos comparado con la putrefacción que abunda en el MI6.Y también se le olvida darle empaque a la imposible amistad que traba con los dos ingleses, retratados como dos almas en pena similares a las que poblaban El Topo de Alfredson. La amistad entre ambos carece de la emotividad que al final la película le pide, de modo que el despertar del matrimonio a la "verdad verdadera" tiene solo una importancia relativa. Esa simulación de afecto se pierde en beneficio de, al menos, algo positivo: un Damian Lewis que al final se lleva la palma en el gracias a un personaje que, precisamente, se retuerce, muta y cambia nuestras expectativas iniciales.
No me entiendan mal: Un traidor como los nuestros es un título correcto, pero podía haber sido una película realmente estupenda.