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Juan Manuel González

Crítica: 'Vaiana' de Walt Disney Studios

'Frozen' abrió el camino y 'Vaiana', menos atrevida, lo sigue. El resultado es, de todas formas, un nuevo clásico Disney, no lo duden.

Resulta admirable la continuidad que los estudios Disney han logrado otorgar a su modelo de cine de animación. Comidos literalmente por su subsidiaria Pixar, relegados ante el modelo inaugurado hace más de una década por Dreamworks Animation, la casa del ratón ha logrado sin embargo poner al día, tras diversos ensayos más o menos fallidos, una nueva fórmula totalmente continuista y, a la vez, más rompedor de lo que muchos le van a reconocer. Vaiana es, al igual que Frozen, el gran melocotonazo en el que la nueva fórmula por fin cristalizó, una nueva muestra del cálculo e insistencia ejemplar de un estudio que este 2016 ha acaparado una taquilla sin precedentes (tan solo Alicia a través del espejo y la menos ambiciosa Pete y el Dragón podrían tildarse de fracasos en un año ejemplar), lo cual tampoco está exento de mérito artístico.

Vaiana es, por eso, una aventura cómica y musical de princesas con aroma de cuento legendario adornado por una primorosa y espectacular factura visual; un cuento clásico vestido con una nueva y matizada moraleja y realizado con la última tecnología existente. Nada nuevo bajo el sol, esta vez tropical, ni nada diferente a lo que esperábamos de Walt Disney. En las cuidadas y exóticas atmósferas donde se mueve Vaiana, una joven soberana llamada a descubrir nuevos territorios, no hay nada que destaque por una originalidad excesiva, por mucho que la calidad, aquello que distingue un filme como Vaiana de, por ejemplo, Mascotas, Ice Age 4 o Angry Birds (pero no la todavía más maravillosa Kubo) esté en los detalles. Tienen razón aquellos que acusan a Disney de haber cambiado todo para que todo siga igual: el filme carece, en cierto sentido, de la honda alegoría social y la potente arquitectura de género que sí tenía la que sin duda es una de las mejores películas de este año, la excelente Zootropolis. Y desde luego que no resulta para nada subversiva. Pero es que quizá no había necesidad de alguna de que esto fuera de otra manera en una aventura de aliento mítico que se las arregla para combinar corazón y cerebro.

Vaiana es un calculado alegato por un nuevo conservadurismo en el que caben nuevas razas y preocupaciones, eso no lo duden, pero uno presentado de manera fresca, dinámica y emocionante. La película logra, al igual que Frozen, que nos ilusionemos de nuevo con el legado de clásicos animados la compañía, de los que es perfecta y digna continuadora. Una princesa privilegiada y en el centro de su propio universo, con divertidas mascotas que aportan humor a la historia de descubrimiento personal. Pero aquí ya no hay literalmente interés amoroso alguno, en Vaiana ya ni siquiera existe la figura del príncipe azul más o menos remozado para la ocasión. Sustituimos ese recurso por Maui, un semidios con ecos de Thor (contagiado por la filial Marvel: atención a su herramienta, tan similar al martillo del Dios del Trueno) encarnado en V.O. por un increíblemente carismático Dwayne Johnson. Todo ellos reflejo del "melting pot" perfectamente integrado en el organigrama de públicos de la compañía… porque así es lógico y bueno que así ocurra.

En el filme de Ron Clements (La Sirenita, Hércules) y Don Hall (Big Hero 6) conviven en perfecta armonía el clasicismo y la modernidad, una moral antigua y una tendencia aperturista en cuanto a razas, escenarios y religiones que no resulta ni fría ni calculadora. La buena química de estos dos personajes refleja la solidez de esa paleta ampliada de colores, fluyendo como una sola cosa, sobre todo una vez pasa el levemente timorato y sentimental tramo inicial del filme y algún que otro instante demasiado evidente, como ese mensaje ecologista que culmina, eso sí, en una imagen tan bella y emotiva que lo resume todo perfectamente, y que por eso mismo prefiero no comentar. En todo caso, y una vez que entra en escena Maui, perfecta extensión de la personalidad de Johnson (y que alberga un nada soterrado paralelismo con otro concepto actual, el de la fama y la celebridad encarnada perfectamente por ese fenómeno mediático llamado The Rock: que se haya aplicado a un Dios no deja de tener su interés) la película acaba de arrancar y la diversión y la aventura campan a sus anchas en Vaiana.

Las persecuciones con constantes (atención a la que envuelve a los protagonistas y unos cocos piratas, una clara referencia a Mad Max: Fury Road), las canciones de Lin Manuel Miranda y Mark Mancina (feliz regreso, el del músico de Speed y Tarzán de Disney, a las grandes producciones) cumplen su cometido con creces, y en general todo está ajustado para el entretenimiento más absoluto. Tanto que podríamos estar ante un nuevo pelotazo similar a Frozen, también en lo musical. El tema "How Far I’ll Go" tiene un potencial no demasiado diferente al célebre "Let it Go", y si no, al tiempo y el azar. Pero detrás de todo planean interesantes preguntas, aquellas que dotan a Vaiana de cierta alma más allá del cálculo en taquilla: ¿De qué manera existen ahora las leyendas? ¿Cómo llegan a hacerse realidad en nuestro mundo? Más allá de las canciones, de las ideas visuales (¿hemos hablado del tatuaje de Maui, que expresa sus estados emocionales?), Vaiana es una muy buena película que habla de una nueva manera de relacionarnos con nuestras deidades, nunca más entidades lejanas sino cándidos y campechanos individuales, no demasiado lejanos (pero menos amargos) que los retratados por Neil Gaiman para aquella gran novela, American Gods.

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