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Juan Manuel González

Crítica: 'Moonlight', de Barry Jenkins

No extraña el aluvión de nominaciones al Oscar de 'Moonlight'. Todo en ella está dispuesto para satisfacer a esa parte del público "comprometido".

No extraña el aluvión de nominaciones al Oscar de 'Moonlight'. Todo en ella está dispuesto para satisfacer a esa parte del público "comprometido".
Una imagen de 'Moonlight' | Diamond Films

¿Se acuerdan de Precious? Algunos hicimos cierto esfuerzo por olvidar la película de Lee Daniels, que hace unos años se presentó en las carteleras en plena contienda por el Oscar con el aval de gran parte de la crítica y el beneplácito de ese público "comprometido" que exige precisamente eso, compromiso, a las películas que consume. Pero no hace falta solo compromiso para lograr un filme comprometido. Este compromiso ha de ser serio, evidente, bien acentuado, sucio y realista, para que no quede duda de que es nuestro deber cívico sentirnos culpables y tan desgraciados como los protagonistas. Cuando se apagan las luces podemos ver vomitar a Gabourey Sidibe un kilo de pollo del KFC en una papelera, pero eso no quita que cuando éstas se encienden, podamos (debamos) pasar página antes de salir a la calle. Porque, ya saben, el compromiso es más bien una opción estética que otra cosa...

Estoy seguro de que han captado cierta ironía en esas palabras. A Moonlight de Barry Jenkins le falta, afortunadamente, un buen trecho para ser Precious, es más sofisticada; pero sin duda ocupa el mismo nicho que representó aquella hace seis años. Ocho nominaciones al Oscar y un sombrío mensaje social (por mucho que al filme de Jenkins le salve un tercer segmento entre romántico y esperanzador que, para quien esto escribe, salva los trastos) que aborda drogas, el bullying, la homosexualidad y el racismo entre personas de color. Todo en Moonlight, crónica de la dura infancia de un joven afroamericano y gay en los peores barrios de Miami, respira esa grisura y opresión que dictan las normas del cine del ghetto. Y hay que reconocer a Jenkins su habilidad y dedicación para exprimir toda la oscuridad de lo que, de otra forma (¡oh, horror!) correría el riesgo de "degradarse" hacia una vulgar historia de descubrimiento y amanecer romántico.... Como hemos dicho (ironía, de nuevo) el compromiso es más bien una postura estética.

Lo que nos lleva precisamente al engaño de una película que sufre de todos los tics de cámara del manual de cine psicológico y realista, que dedica todos sus esfuerzos a crear un clima de triste tensión en una narración abrupta, dislocada, que en su rechazo de lo lacrimógeno nos impide desarrollar nada que no sea esa sensación culpable (el filme está dividido en tres grandes capítulos que abordan la infancia, adolescencia y vida adulta de Chiron) y cuyo diálogo naturalista (al menos hasta el citado tercer acto) no dice absolutamente nada. Todo para ser, precisamente, aquello que parece evitar con fuerza: un relato de autodescubrimiento y salvación. En ocasiones todo este clima está justificado: la ambientación es convincente y si Juan, el personaje de Mahershala Ali, desaparece tan pronto de escena es porque el protagonista debe crecer sin una figura paterna sólida. Pero Moonlight es una historia que prefiere realizar un retrato psicológico impresionista, pero enfático, con tantos recursos visuales y sonoros destinados a subrayar la soledad y sordidez, que las drogas y las relaciones disfuncionales que trufan la historia y motivan los traumas se reducen a un mero y funcional motivo estético. Cuando Jenkins se relaja, echa el freno y permite al personaje de Chiron desarrollar su coraza (para así poder derruirla ante nosotros), es cuando todo funciona a las mil maravillas... cosa que ocurre demasiado tarde: el filme se acaba justo cuando eso empieza a suceder.

Moonlight es un filme que resulta interesante, porque en esa combinación de Boyhood y Brokeback Mountain que propone Jenkins (y en la que prefiero no insistir porque, la verdad, tampoco haría honor a la película) existe todo aquello que esperaría ver un blanco en busca de historias de negros y, también, toda la subversión de los estereotipos (los que caracterizan a un musculoso camello de color) que un negro querría ver en un filme comprometido (por cierto, fenomenal Trevante Rhodes). Esa tensión en su estructura es lo interesante, pero lo demás es pura pose. No era necesario que Moonlight fuera la convencional y glamourosa Figuras Ocultas (filme que, por otro lado, resulta muy notable) pero esa doble faceta es más importante que la historia que cuenta. Ideal, pues, si lo que buscamos es decir que hemos visto "la mejor y más conmovedora película del año". Y ya.

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