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Juan Manuel González

Crítica: 'El Nacimiento de una Nación', de Nate Parker

'El Nacimiento de una Nación' tiene intensidad, pero no logra trascender como sí han hecho otras películas de su tipo.

'El Nacimiento de una Nación' tiene intensidad, pero no logra trascender como sí han hecho otras películas de su tipo.
El nacimiento de una nación | Fox

El nacimiento de una nación bien podría haberse titulado En tierra de nadie. Porque ahí es donde se ha quedado el filme independiente dirigido, protagonizado, producido y escrito por Nate Parker, presentado como una de las grandes promesas de cara a esta temporada de premios (Fox Searchlight pagó una cantidad récord por el filme tras su paso por Sundance) pero que ha visto cómo todas sus posibilidades se arruinaban tras una serie de polémicas acusaciones relativas al supuesto pasado de Parker y su coguonista (que no relataremos aquí) y, también, el aplastante y, por qué no decirlo, superior atractivo de filmes como Moonlight, Figuras Ocultas o Fences, por mencionar solo aquellos con trasfondo racial que participan en la carrera hacia el Oscar.

Lo cierto es que la película de Parker (que dirige su historia con un ojo puesto en toda la filmografía como director de Mel Gibson) cabe alabar la pasión y evidente convencimiento que el cineasta ha puesto en su película. Ambientada pocas décadas antes de la Guerra de Secesión, el filme narra las penurias del esclavo negro Nat Turner (Parker) quien, pese a convivir en relativa paz junto a su propietario, Samuel Turner (Armie Hammer) y tras presenciar mil atrocidades a su alrededor, acabará organizando una sangrienta revuelta de 48 horas para liberar a sus compañeros en la plantación.

El Nacimiento de una Nación presenta a Nat como, y que no se me entienda de manera despectiva, un hombre de fe con tantos rasgos de iluminado como de loco, cuyas acciones violentas en la segunda mitad del largometraje (inspiradas siempre en su profundo conocimiento de La Biblia) le sitúan más allá de lo cuestionable. Dicho de otro modo: su causa resulta inapelablemente justa, sus métodos no tanto, por mucho que uno pueda entender (o no) que son necesarios y hasta confraternizar con el sujeto. Ningún problema con eso: ahí es donde Nate Parker se lanza al a piscina y, al igual que Mel Gibson en Braveheart o la reciente Hasta el último hombre, muestra con un ritmo estupendo (y una violencia enfática debedora del Spielberg más bélico) las consecuencias de sus acciones.

El problema, y lo que aleja sin duda El nacimiento de una nación de Hasta el último hombre, es su despiste a la hora de desarrollar un filme que sepa salirse de ciertos rasgos tópicos de un subgénero donde, en honor a la verdad, Doce años de esclavitud va a reinar con comodidad durante unos cuantos años más. Parker desaprovecha (porque ni siquiera le interesa) la relación de Turner con su amo Samuel, tirando a la papelera de reciclaje las posibilidades actorales de Armie Hammer como el amo de la propiedad, y también las de retorcer su filme hacia territorios no tan extraños -pero sí mitificados, se me ocurre por ejemplo el de un western oscuro como Sin Perdón- que habrían dado una buena carga de profundidad a la película. Tampoco amolda el filme a la iconografía que admira su protagonista, lo que en el fondo limita el alcance del personaje (cosa que Gibson sí supo hacer de maravilla en sus obras maestras Braveheart y, perdonen la insistencia, Hasta el último hombre, filme con el que la presente admite algunas coincidencias más: su editor Steven Rosemblum ayudó con el montaje, y la música de Henry Jackman no dista mucho de la de Rupert Gregson-Williams para la película de Gibson) porque el Parker director anula la posibilidad de una reflexión ética tras la sesión de sangrientos hachazos. De modo que, sin esa veta dramática, sin ese juego formal, todo queda a expensas de las penurias que suceden en la plantación, al desarrollo lineal de un único personaje (apenas hay interés en los caracteres secundarios) marcado por una profecía de tres marcas; un hombre valiente pero superado, a punto de explotar ante las tragedias que acontecen a su alrededor.

Parker no aplaude la matanza de blancos del filme, aunque precisamente su evidente pretensión de advertirnos de que hay algo que sigue cociéndose en el ADN del país hace fracasar su película. En este punto, quizá sería mejor preguntar a los historiadores sobre las verdaderas consecuencias de las acciones de Turner, porque El Nacimiento de una Nación al final no contesta ninguna. De trata de un filme crítico con América, en eso no tiene por qué caber ambigüedad alguna. Voluntarioso, visualmente intenso y a la vez, clásico en sus formas... Pero, quizá, debido a esa naturaleza rabiosa, crítica y para nada conciliadora, acaba resultando plano, simplista, al limitarse a explotar no solo los recursos dramáticos y afectados que todos esperamos de un filme sobre la brutal esclavitud sino también los del cine bélico e histórico una vez llega el (breve) estallido de violencia. Sin quieren, la película que Quentin Tarantino parodió en Django desencadenado (o quizá, la parodia solemne de aquélla).

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