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'El pelotari y la fallera': la nueva historia de amor de Julio Medem

Un cortometraje alejado de la habitual intensidad del director Julio Medem para promocionar una marca de cervezas.

Un cortometraje alejado de la habitual intensidad del director Julio Medem para promocionar una marca de cervezas.

"Ha dicho el director que vendría luego", dice la pareja de ex amantes, dos chefs interpretados por el polifacético Asier Etxeandía y la carnal Miriam Giovanelli, cuando suben al escenario a ensayar. El primer proyecto cinematográfico de Amstel es un cortometraje de veinte minutos destinado a promocionar la firma de cerveza y las diferentes facetas de la gastronomía española, encarnadas por dos personajes aparentemente incompatibles de los que, sin embargo, resurgirán las cenizas del amor…

Sin duda Julio Medem, en quien recayó la tarea de escribir y dirigir el corto, buscaba crear la ilusión de un (falso) espacio para que sus personajes y los actores, que éstos campasen aparentemente libres de intromisiones desde detrás de las cámaras. Pero El Pelotari y la Fallera es puro Medem, si bien un Medem que trata de atemperar su intensidad adscribiéndose a la comedia romántica. La historia y la obligación de promocionar la cerveza no ocultan las intenciones del director, que aprovecha la ocasión para ahondar entre la analogía entre arte (o cocina) y vida (o amor/sexo) tanto como para operar sobre las referencias nostálgicas que le ofrece un género más o menos codificado.

Que lo haya conseguido o no depende de la querencia del espectador hacia las maneras y el artificio del director de Lucía y el sexo, tan alabado en la primera mitad de su carrera, en la que firmó filmes como Vacas o La ardilla roja, como vilipendiado en la última, a partir del cortometraje La pelota vasca. En el corto, el director olvida cuestiones controvertidas y se adentra en terreno ligero y sentimental, pero quien crea que eso significa dejar atrás su artificio, mejor que lo piense dos veces.

Sobran planos en una edición enfática a la hora de subrayar esa dualidad entre los dos tiempos del romance, el del pasado y el del presente, ya sea ensayando su propia historia sobre el escenario como en la recreación ideal de la misma. Poco hábil en el montaje paralelo, a Medem le dan bastante igual las gastro-incompatibilidades de la (ex) pareja, mostrando trazo grueso a la hora de abordar la sexualidad ("quería probar tu chuleta", dice ella; "aquí me tienes", contesta el otro) y cursilería con lo meramente amoroso. Quizá este tono ligero no le sienta especialmente bien al director.

Claro que contando con dos animales como Exteandía y Giovanelli, eso es lo más perdonable del asunto. Ninguno de ellos habla de comida, sino de amor y sexo… y de cerveza, tostada –como su relación- en tres tiempos y tres fuegos distintos. Medem, tan artificioso en lo visual, se muestra hábil a la hora de trazar ciertas analogías, por mucho que su ensoñación de un romance de verano sea pura tramoya, pura ilusión. Habrá a quienes les guste así, otros preferimos pensar que lo "ligero y sentimental" tiene entidad propia como para que venga alguien a decorarlo. Y no, este gruñido mío no tiene nada que ver con encasquetarse una buena y fría cerveza, y mucho menos con la legítima aspiración de venderlas con estilo: en ese sentido, un aplauso para todos.

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