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Juan Manuel González

Crítica: 'Pieles', de Eduardo Casanova

¿Desagradable? Sí ¿Autocomplaciente? Sin duda. ¿Sincera y entretenida? Pues también.

¿Desagradable? Sí ¿Autocomplaciente? Sin duda. ¿Sincera y entretenida? Pues también.

Dejémoslo claro desde el comienzo: Pieles, el debut en la dirección de largometrajes del actor Eduardo Casanova, no es un filme para todo el mundo. Humor grueso, escatología, emociones desaforadas y una apuesta estética muy marcada en ocasiones no maridan bien. Pero ni eso, ni su evidente apuesta por lo grosero, quitan demasiado mérito a una ópera prima que (por si no se habían dado cuenta) tiene bastante de provocación y un punto de autocomplacencia.

Habitando un universo estético y creativo que podríamos denominar como paralelo, o análogo, a John Waters o Almodóvar, pero que también bebe (y mucho) de la estética giallo de Dario Argento (su uso del color y la estilización de sus planos, presente ya en su corto La misma piel) o David Cronenberg (por citar un cineasta del "terror de la carne"), Pieles es una comedia negra que -y esto es lo bueno- carece de un ápice de cinismo, que sabe crear bien un espacio tragicómico para sus deformes personajes para después respetar sus sentimientos con notable honestidad.

El filme sigue los pasos de un puñado de inadaptados con rotundas deformidades físicas, individuos diferentes que, en ocasiones, acabarán viendo cómo sus destinos se cruzan por azar y en otras simplemente se enfrentan a sus propias limitaciones y problemas. Una mujer obesa, una prostituta sin ojos, una chica con -literalmente- cara de culo, una enana, un joven que desea cortarse las piernas... Todo vale para Eduardo Casanova, que los sitúa en el epicentro de una breve película que propone revisar para los nuevos tiempos el concepto de normalidad, e incluso determinadas condiciones o enfermedades, pero que a la vez dibuja un escenario cruel para todos ellos.

En Pieles casi todo es objeto de parodia, menos el dolor del grupo de inadaptados que la protagonizan. Aunque la apuesta formal y estética de Casanova no está todavía del todo hecha o desarrollada (recordemos: ópera prima) eso no significa que no quede meridianamente clara: su película es una aleación de los grandes sentimientos de un melodrama desaforado con la fórmula y ejecución de un folletín de sobremesa. Compasión y comedia negra organizada en pequeños bocados que hacen avanzar una historia que, además de lo anterior, aúna el tipismo de una comedia televisiva española con una notable e inédita sensibilidad para el horror surrealista, además de una sorprendente capacidad para exprimir visualmente unos medios limitados. El resultado es, como Carmina o Revienta del también actor Paco León, y pese a sus irregularidades y torpezas, una más que notable ópera prima que no sufre por acumular tal multitud de referentes.

Es más, si a Casanova les sobra de algo es, precisamente, personalidad (aunque no siempre voluntad) para aglutinarlos. No de forma sutil sino evidentemente artificiosa, confiada y excesiva, ya lo hemos dicho. En ella lo grotesco habita en el mismo ADN de la apuesta, pero la variedad de referentes aquí sí enriquece la propuesta. Estamos ante un filme que, incluso, probablemente haría gracia a los Stuart Gordon y Brian Yuzna que facturaron no pocas odiseas gore para la Empire y la española Filmax. Pero esto es un melodrama cómico que debe resultar auténtico su búsqueda del sentimiento. Casanova lo sabe y, siguiendo una estructura coral a lo Vidas cruzadas para poner orden a ese desorden, el puñado de escenas que van tejiendo el entramado de la película insufla algo de aire fresco al pintoresquismo cañí contaminando el drama sentimental con gotas poderosas de horror y chistes dignos de los Farrelly. Una combinación arriesgada y personal que busca la incredulidad, con la que Casanova se la ha jugado y que, solo por eso (aunque también por su entretenido resultado) resulta digna de relativo aplauso.

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