No es un tema baladí que Wonder Woman, probablemente la primera buena película de este desafinado verano cinematográfico de 2017, haya tenido que subirse al carro del feminismo para reivindicarse a sí misma. Aunque quizá esto no sea culpa de la propia película tanto como todo lo que la ha rodeado, publicidad y recepción crítica incluidas, hasta el momento de su estreno. Sobre todo porque, viendo lo que finalmente ha presentado en las pantallas la directora Patty Jenkins, los encantos del filme, su contenido real, van por caminos diferentes y sin duda más integradores en cuestiones de género de lo que la recepción periodística del mismo (más interesada que nunca en destacar esos valores "feministas" y, parece ser, automáticamente transgresores) han apuntado sobre ella. Bien es cierto que, además de estas interpretaciones interesadas detrás hay un estudio desesperado por arrancar definitivamente su franquicia frente a la establecida competencia de Marvel Studios, y por tanto dispuesto a aceptar alianzas extrañas que beneficien el clima de recepción de su película. A azuzar a una prensa cultural deseosa de generar un rentable ambiente reivindicativo, y a casi convertir Wonder Woman en lo que no es.
Y lo que es, al menos para todos aquellos que deseamos ir al cine para huir del mal en el mundo y el veneno de las redes sociales, es más que suficiente. La película de Jenkins (que salió catapultada de otro filme de superhéroes rival, Thor: el mundo oscuro, por desavenencias con el estudio) destaca por, precisamente, su clasicismo, su inocencia, un saber estar para nada a la defensiva tanto en cuestiones de género como en todas las demás, una actitud integradora e inspiradora que convierte el show en precioso camino de aprendizaje personal narrado con una claridad expositiva hasta ahora ausente en las aventuras cinematográficas de DC. Tanto es así que incluso consigue, hasta cierto punto, alejarse de los (en ocasiones) injustamente menospreciados relatos de orígenes destinados a cimentar la mitología de tal o cual franquicia, tan criticados por aquellos que desdeñan el fundamento y la arquitectura del género superheroico devenido ya (hay que reconocerlo) en única razón de la industria. Wonder Woman luce como un tebeo bélico y de fantasía que no se toma más tiempo del necesario en empezar (salvo un prólogo explicativo quizá demasiado extenso) y en hacer presentaciones estúpidas, y que en su tono general parece guiñar un ojo y sonreír directamente al título fundacional del género, el mítico Superman del por fin homenajeado Richard Donner.
Wonder Woman es un mamotreto repleto de efectos visuales que se prolonga durante más de dos entretenidas horas. Pero también una película de sencillos y eficaces métodos en el que Jenkins, sin obviar los rayos y retruécanos del arquitecto visual de la franquicia, Zack Snyder, conserva algunos de sus artificios visuales (esa cámara lenta en las secuencias de acción destinada a crear viñetas de combate en movimiento) pero aporta una llaneza formal y narrativa pareja al candor del enfoque moral y ético de la aventura que, en efecto, parecen de una película de hace treinta años. Todo el filme es un flashback que enlaza con el desenlace de la vilipendiada Batman v. Superman (vilipendiada por casi todos, pero no por un servidor) pero su estructura y desarrollo obedecen a parámetros más rectos, sin rupturas cronológicas o artificios más allá de sus (en ocasiones mediocres) efectos visuales, sobre todo una vez el relato se vuelve "de época" y nos traslada a la Primera Guerra Mundial.
Diana Prince es, en efecto, una mujer guerrera (es más, una princesa guerrera) pero en pantalla armoniza ambos conceptos como si jamás hubiera habido conflicto alguno entre ellos. Habrá quien diga que la creación de William Moulton Marston pierde valor desde una perspectiva de género (el enfoque del libreto del guionista de cómics Allan Heinberg se aproxima más a versiones recientes del mito) pero si algo hay que agradecerle a Jenkins es, precisamente, que no rebaje la inteligencia de los personajes masculinos para elevar los femeninos. Al contrario, el personaje de un excelente Chris Pine (que, cierto, no es en absoluto "la chica" de la película, porque en efecto hay estereotipos que merecen ser revisados) resulta ser el verdadero héroe de la función. Un héroe del hoy en tanto Diana, enfrascada en la resolución de su propio conflicto personal, de su aprendizaje (y quizá también por ser mujer) acaba resultando la promesa del mañana.
Wonder Woman es, por tanto, un excelente entretenimiento que cristaliza el universo cinematográfico DC Comics y lo lanza a un esperanzador futuro con sus propias contradicciones y desafíos. Quizá un filme que evita terrenos resbaladizos, pero que precisamente da un nuevo significado a empoderar, ese terrible término que llena la boca de todos y al que no se puede contradecir o matizar so pena de resultar machista. Enredada en una batalla que jamás es justa, pero decidida a exponerse pese a no resultar seguro (la amenaza de, atención, un Dios de la Guerra, macho arquetípico donde los haya, está ahí y no hace falta subrayarlo) el personaje incorpora precisamente esas cuestiones en la narrativa fluida del género de aventuras, una capaz de orquestar secuencias tan arrebatadoras y conmovedoras como aquella que comienza en las trincheras y finaliza con la demolición de una iglesia (atención a la imagen, nada enfática, de Diana alzándose sobre esas ruinas).
Y aquí tenemos que hablar de Gal Gadot, que hereda la majestuosidad e inocencia de Christopher Reeve en la seminal Superman de Richard Donner y que hace un trabajo arrebatador, excelente. Gadot parece simplemente otra actriz diferente a la que vimos en las secuelas de Fast & Furious, capaz de resultar entrañable y cercana, de expresar ese conmovedor dilema divino que resulta mucho más fantasioso, bello e inspirador que ese feminismo de moda que nos venden por ahí: el de unos dioses capaces de acompañarnos, por propia voluntad, en una travesía donde el mal no nace de objetos o items mágicos a recuperar o destruir, sino desde el mismo centro de nosotros mismos. Wonder Woman, por eso, es una película más inspiradora que feminista; y sobre todo una sin temor a resultar cursi: como su personaje, no tiene miedo a nada.