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Juan Manuel González

Crítica: 'Emoji: La película', o Hollywood bajo mínimos

'Emoji' probablemente guste a los más pequeños, pero es una muestra sangrante de que en Hollywood también se trabaja a matacaballo.

'Emoji' probablemente guste a los más pequeños, pero es una muestra sangrante de que en Hollywood también se trabaja a matacaballo.
Emoji: la película | Sony Pictures

Emoji: La Película ha acabado siendo noticia al otro lado del charco no por sus (correctos) resultados comerciales, sino por -cosas de la película pero también del estado del periodismo cinematográfico actual- por las malas críticas y reviews que ha acaparado la idea de hacer una película protagonizada por emoticonos, y que ha llevado a incluso a motivar artículos recopilatorios con las frases más sangrantes dedicadas a la película de la división animada de Sony Pictures. Que es, en efecto, una muestra un tanto desesperada de cine dedicado a reciclar sin pudor no esquemas narrativos de otras películas (aquí, la magnífica Inside Out de Pixar es vampirizada sin demasiada vergüenza) sino también conceptos comerciales discutibles como filme, o simplemente marcas registradas de dudoso interés... algo que por otro lado tampoco es precisamente nuevo.

Lo malo, o lo peor, de Emoji: La Película no es ese elemento, llamemoslo así, corporativo, que al menos resulta medianamente coherente con su historia (la película narra el primer día de trabajo en una gran compañía del protagonista, un emoticono incapaz de contener sus emociones) sino su incapacidad para llevar a buen término su propia tesis: Emoji habla de ir más allá de aquello para lo que estamos programados y de aquello que el entorno se espera que sintamos, y de hecho, plantea (probablemente sin querer), una interesante ficción utópica, con una suerte de estado policial persiguiendo a un protagonista por, precisamente, sus emociones. Pero ella misma no parece comprender ese abanico de posibilidades y se somete al cómodo dictado de un filme de animación infantil estándar, uno especialmente mecánico, pobre (pese a gozar de ¡sorpresa! una aceptable partitura de Patrick Doyle) y, en efecto, totalmente a rebufo de una obra demasiado reciente, Inside Out, lo que sin duda delata aún más sus mimbres de evidente maniobra comercial.

La huida y viaje de descubrimiento del protagonista desde su ciudad natal, Textópolis, a través de diversas aplicaciones hasta llegar a la nube podría haber estado repleta de guiños cinematográficos (un servidor no puedo evitar acordarse de un olvidado filme de Peter Hyams, Permanezca en sintonía), un punto de sátira social y corporativa (que se adivina entre sus planos pero nunca llega a asomar la cabeza) y, sobre todo, reflexionar o parodiar de algún modo el papel de la tecnología en nuestra vida. Pero el nulo interés de la anecdótica historia en el mundo exterior (de nuevo, nada que ver con el impacto y emotividad de la vertiente humana de Inside Out) delata que los cineastas pronto se han visto acorralados por sus limitaciones. El intento de emparentar los emojis con jeroglíficos para ensalzarlo como lenguaje de imágenes no funciona y al final, lo único que obtenemos es una película animada sota-caballo-rey que, eso sí, probablemente llame la atención de los más pequeños, que es aquellos a quienes va destinada. Pero nada, nada más.

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