"Soy el gringo que siempre cumple", dice un entusiasta Barry Seal a los peligrosos narcotraficantes colombianos a los que está engañando, incluyendo al célebre Pablo Escobar. La película de Doug Liman, que ya dirigió a Cruise en la excelente Al filo del mañana, dispara con bala y ofrece menos concesiones de lo que aparenta su divertida campaña de promoción. Lo que en principio podría parecer un nuevo retrato de caradura simpático subido en la cresta de la ola, dado su tono jovial y ligero (que Liman, cierto es, mantiene todo el metraje, incluso en sus episodios más dramáticos), esconde un thriller político que abunda en una ironía sangrante y burlona, moral pero no moralista, que en su retrato de los bajos fondos de la Inteligencia estadounidense y el narcotráfico traza múltiples derivadas entre política, economía y delincuencia.
La historia de Barry Seal, piloto experto reclutado tanto por la CIA como por la DEA y el cártel de Medellín para pasar información (y droga, mucha droga) está basada en hechos reales, aunque como el mismo Barry enuncia en su narración, solo algunos de ellos pasaron como se cuenta. Se trata de una confesa traición a la verdad de los hechos pero no a su espíritu, la de un relato en primera persona que nos da la clave de su propio artificio (Barry cuenta su historia, y la cuenta como quiere) pero que se muestra inequívoco en su retrato de los poderes fácticos y corrientes ocultas tras el submundo que retrata.
No es la primera vez que Doug Liman abunda en el cine político camuflado de entretenimiento. El caso Bourne, que fundó una franquicia, o la mediocre Caza a la espía ya servían de prólogo a las ideas del realizador, que para la extraña biografía de su traficante americano potencia esa convulsa cámara al hombro y fotografía cuidadosamente descuidada, aunque esta vez con colores engañosamente cálidos, de aquellos largometrajes. Pero Barry Seal es, quizá, la mejor de todas esas películas, la más sinuosa y cabrona, la que -como El Lobo de Wall Street, quizá su gran referencia aquí- está narrada con mayor ritmo pese a sus abundantes pliegues morales, alejados sin embargo del molesto aura de "película concienciada": la aventura de ascenso profesional de Barry es, en realidad, una historia siniestra narrada a través de la mirada luminosa de un desviado emprendedor, un profesional de la aviación brillante (Barry Seal no deja de ser una historia de un tipo y su avión tan propia de un filme de Cruise) y ofrece mucho de los lugares comunes de un relato de acción más o menos sobrio.
A ello ayuda su protagonista absoluto, un Tom Cruise que recurre a cierta dosis de locura y autoparodia como contrapunto a, de nuevo, un vehículo al servicio de su afán de absoluto protagonismo. El actor nunca había estado mejor en los últimos años y, sabedor de tener en sus manos su pequeño gran filme "a lo Scorsese", realiza una interpretación igual de estelar que las habituales pero que es, en sí misma, todo un comentario a su propio currículum profesional, o mejor dicho, a esa imagen de triunfo americano que él mismo ha cimentado en sus películas. El gusto de Cruise por interpretar profesionales brillantes e intachables encuentra aquí un reverso nada tenebroso, pero reverso al fin y al cabo (Barry jamás muestra síntomas de arrepentimiento) y sirve al actor para entregar una interpretación que, estoy seguro, será ignorada por todos los estratos de la crítica y las instituciones del cine. Y les adelanto que se trata de una injusticia: aquí, el protagonista de Misión Imposible nos recuerda que es el tipo ideal para interpretar hombres de acción resueltos pero también la fachada de esos individuos, o si quieren, la versión profundamente egoísta de los mismos. Tom Cruise es, en verdad, el mejor doble sentido de la obra de Liman (cuyo título original, American made, resulta mucho más esclarecedor de sus verdaderas intenciones).
Repleta de saltos temporales y cambios de formato visual, la narración de Barry Seal es enérgica y constante, la cámara de Liman jamás aburre, y la película nunca toma por tonto al espectador sometiéndose a los dictados de un espectáculo que está ahí, si quieren apreciarlo. El guión, que narra el nutrido currículum profesional de Barry (Panamá, Honduras, Colombia...) con comicidad turbulenta, nunca se pone moralista o dramático, y gracias a ello, algunos de sus fragmentos parecen gags surrealistas de The Office (y así los pone en escena el propio Liman). Pero el filme no pierde integridad como thriller de aceptables altos vuelos pese a su ausencia de traca final. En resumen, una sorpresa notable y la demostración de que, cuando quiere, Hollywood todavía sabe hacer algo más que secuelas de franquicias.