La tercera entrega, y final, de la saga El Corredor del Laberinto llega con la ambición de épico desenlace de acción y cierre de franquicia. Lo hace con ese peculiar aroma a thermomix de géneros pasados por el tamiz del cine juvenil de la era post-Crepúsculo y, sobre todo, Los Juegos del Hambre, la película que apostó y ganó (al menos, muchos millones) a la hora de llevar a su público, legítimamente ansioso de una nueva fantasía de rebeldía adolescente, al terreno de la ciencia ficción y la aventura distópica. El Corredor del Laberinto no fue la mejor, pero sí una de las más rápidas, contundentes y finalmente agradables muestras de un subgénero que quizá ahora, al menos en este registro reciente, está entonando su particular canto del cisne.
Hay que reconocerle a su director, Wes Ball, el tratar de sostener el tinglado con mucha acción y emociones primarias. Para lo primero tiene talento, para lo segundo le falla el reparto y una serie de conflictos humanos un tanto artificiales y estirados. La duración superior a 140 minutos anula las virtudes del primer filme, e incluso del segundo, que apuntaba las mismas maneras que el presente. Adiós, por tanto, a su divertido sentido del suspense, por muy derivativo que pudiera sentirse, y el trepidante show de acción de la segunda película, Las Pruebas. La película comienza muy bien, con un asalto al tren con aroma a western y Mad Max: Furia en la Carretera, pero después se resiente una vez todas las cartas están sobre la mesa, cuando toca responder las preguntas y organizar reencuentros emotivos.
Y, sobre todo, de su intento de aportar cierta persepectiva ética a los muchos acontecimientos que se empeñan en suceder sin parar, aunque ninguno de ellos tenga un valor excesivamente relevante. Medio filme parece concebido en torno a un rescate de Minho (Ki Hong Lee), personaje ciertamente inútil en los demás aspectos del filme, y otro medio en torno a un desenlace apocalíptico con sobado aroma a revuelta social que apela a la típica imagen de desarrapados contra enmascarados explotada por Nolan en su tercer caballero oscuro. Intereses de la mayoría frente a los de la minoría, una ética un tanto impostada si uno tiene dudas narrativas, y que al final ni siquiera se materializa en un desenlace emocionalmente potente. Corrección sin emoción, en tanto ninguna de las amistades y romances rotos y retomados del filme despiertan sensación alguna y mucho menos guían el relato. La cura mortal trata, con honestidad, de servir dos horas y media de espectáculo a sus fans, una ambición legítima y honrada. Pero da la impresión de que los demás, los que admiramos la media docena de filmes en los que se basa, no estamos invitados a una fiesta concebida para un público entusiasta pero cuya atención caduca a los pocos años.