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'Wonder Women y el profesor Marston': Poliamor, sado y el milagro de la Mujer Maravilla

Wonder Women y el profesor Marston narra la historia de William Moulton Marston, famoso por su historia de poliamor y sus teorías a contracorriente.

Wonder Women y el profesor Marston narra la historia de William Moulton Marston, famoso por su historia de poliamor y sus teorías a contracorriente.
Bella Heathcote y Rebecca Hall | Sony

Al abrigo del éxito de Wonder Woman y la reivindicación feminista en Hollywood (o más bien en la prensa, que solicita carnaza para generar titulares) surge uno de esos directos a DVD creados originalmente (cosas de la distribución patria) para la gran pantalla. Wonder Women y el profesor Marston, ya en DVD, relata la creación del mito del cómic que ahora encarna Gal Gadot en las producciones de DC, pero tiene más de drama romántico y de época que de filme de superhéroes. Porque sí, si algo distingue a Wonder Woman de los demás superhéroes es que fue creada por un psicólogo universitario, no un dibujante "nerd"...

William Moulton Marston, encarnado en la película por Luke Evans, lo hizo por tanto sabiendo qué teclas pulsaba, lo que impulsa a pensar que Wonder Woman respondía quizá a otra necesidades que las meramente comerciales. Marston, naturalmente perseguido por sus teorías pero también por el particular trío amoroso de su matrimonio, el segundo de los puntales del largometraje, acabó expulsado del ámbito académico y finalmente el editorial por todas ellas. Wonder Women y el profesor Marston es un filme norteamericano sobre una creación norteamericana, pero su retrato de una personalidad afable a la contra pero no parece la de un pionero USA. El filme de Angela Robinson parece, a todos sus efectos, un drama romántico británico, lo que decepcionará a unos y agradará a otros.

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Huelga decir que Moulton fue abatido por un sistema que hoy le aplaudiría. El cambio que no obstante se está viviendo es evidente, y para muestra, un botón que para encontrar hay que buscar en las entretelas de esta Profesor Marston, quizá tan representativo como los resultados que finalmente arroja la película de Robinson. Además de producido por Jill Soloway, la creadora de la malograda serie Transparent (otro puntal reivindicativo de triste actualidad por la marcha de Jeffrey Tambor por, precisamente, abusos sexuales) el filme es una producción de Annapurna, propiedad de la poderosa Megan Ellison. La rica heredera del propietario de la multinacional informática Oracle ha dedicado su fortuna a producir cine, y habitualmente bien: tras La hora más oscura, La gran estafa americana o El hilo invisible, la Ellison se las arreglado para levantar un imperio de cine independiente que ha ocupado sin problemas el lugar de la antigua Miramax, luego Weinstein Company... precisamente la del actualmente defenestrado Harvey Weinstein. ¿Justicia poética?

Un concepto éste, justicia poética, que de todas formas gustaría a William Moulton Marston, encarnado con su corrección habitual por Luke Evans. La película de Angela Robinson peca quizá de escaso atrevimiento, de escasa excentricidad, pero narra bien y de manera fluida el proceso iniciado por Marston, un tipo que comprendió, quizá al mismo tiempo que los censores en EEUU, la importancia de la cultura popular a la hora de filtrar, o inyectar, ideas a la sociedad, y sobre todo, de su proceso para llegar hasta la creación de una imagen definitiva. La suya, al fin y al cabo, no se limitaba a una serie de diluidas imágenes bondage como las exhibidas por la primera Wonder Woman, o a la tradicional mezcla de referencias de éxito, sino a la traducción en viñeta de un proceso de comprensión y comportamiento humano que Marston articuló en su teoría más compleja (expresado en su teoría DISC: Dominio, Influencia, Sumisión y Conformidad) que redundaría, al fin y al cabo, en la mejor comprensión del otro.

La película se abre, por eso, con la triste imagen de una pira de cómics auspiciada por Fredric Wertham en plena represión de la Comics Code Authority en los 40, y de ahí salta a lo que simplemente es una historia de (poli)amor, la de Marston con su esposa Elizabeth y su alumna Olive. El espectador decidirá aquí qué es lo más valioso de la película, si la historia de amor libre o la de cómo el "pop" refleja de manera creativa las ansiedades y frustraciones (e incluso complejas teorías psicológicas) por mucho que ambas ideas estén lógicamente relacionadas. Con un tono amable y ocasionalmente dramático, Wonder Women y el profesor Marston se ve con la comodidad de un capítulo de Masters of Sex. Pero más interesante es cómo también enfatiza, a través de esa historia de amor (im)posible, el valor de la fantasía como fuga necesaria de la realidad. También el insondable impacto de la belleza femenina como puro artefacto de la cultura popular... tanto para hombres como William, o mujeres, como Elizabeth, encarnada ésta por una muy despierta Rebecca Hall. Eso es, al final, la película de Robinson: no un derivado o marketing de una enorme franquicia de reciente descubrimiento sino un estudio quizá demasiado amable, pero de incuestionable línea clara, de la raíz mitológica de la belleza y sus efectos, tanto en el hombre como en la mujer, y después, en el entorno de ambos.

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