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'Ready Player One', o por qué lo que ha hecho Spielberg no es solo nostalgia

Ready Player One es un show mayúsculo que supone el regreso de Spielberg al cine de puro escapismo. 

Ready Player One es un show mayúsculo que supone el regreso de Spielberg al cine de puro escapismo. 
Ready Player One | Warner

En pleno movimiento de recuperación nostálgica por los 80/90, uno de sus principales tótems a nivel cinematográfico tiene algo que decir al respecto. Y no sé ustedes, pero yo escucharía atentamente. Basándose en la novela superventas de Ernest Cline, en la que el creador de un sistema de realidad virtual convoca un concurso para heredar su fortuna, Steven Spielberg aborda Ready Player One consciente, en primer lugar, de estar fabricando un evento cinematográfico totalmente acorde con la cultura y el mercado en los que se inserta. La novela en la que se basa es, precisamente, un producto de ese mismo contexto: una sucesión de puzzles aventureros como pura exaltación del friquismo y la referencialidad más absoluta, en la que Cline se dedica a enumerar canciones, películas y videojuegos como referencias con la sutilidad de un charcutero, sin mayor contexto o conciencia crítica que el de la mera enunciación.

Spielberg tiene, sin embargo, más escrúpulos y añade un comentario propio y elaborado, aunque –paradójicamente– se adhiera a la letra escrita por Cline, limitándose a cambiar sus homenajes y referencias por otros retos más visuales, pero añadiendo algo de lo que Cline carece: el espíritu juguetón y la conciencia de quien ha visto cómo el tránsito a lo digital se erigía no solo como la textura definitiva de ese mundo de ficción e imaginación exacerbada (el mismo que la "marca Spielberg" acostumbra a convocar) sino también abordando un comentario sobre la que, al fin y al cabo, ya es la herramienta y el lenguaje fundamental de la humanidad. Ya somos tanto una persona "real" como un avatar virtual, no lo duden, y el director de Ohio, que ciertamente sabe algo de imagen, entiende que es una relación que hay manejar. Lo hace en clave Spielberg, con sentimiento y sin maldad: al fin y al cabo, el fallecido gurú de Oasis Johnny Hallyday, trasunto de Steve Jobs, Spielberg o quien ustedes quieran, es aquí lo más parecido al maravilloso mago de Oz del cuento de hadas que la humanidad va a encontrarse.

Llama la atención, sin embargo, que pese a ello y por encima de esa crítica (no particularmente velada) de una sociedad encerrada en sí misma, adicta al entretenimiento como si éste fuera droga, Ready Player One sea ante todo una propuesta de puro escapismo de esas que Spielberg todavía lleva a cabo de cuando en cuando. Por lo que, en efecto, aquí no hay cinismo sino una apuesta por entretener y comprender la realidad y su reflejo. La película comienza con una larga presentación en voz en off muy similar a la ideada por Cline en su libro (la mejor parte del mismo, o la única buena, por cierto) y continúa con una gigantesca carrera de coches en la que, efectivamente, se convocan a mil iconos de la cultura popular como el Delorean de Regreso al Futuro, King Kong o el T-Rex de Parque Jurásico. Pero Spielberg, evidentemente interesado en el gancho comercial de este cajón desastre pop, en la exacerbación fantástica que supone, pronto desvela sus cartas tras el mayúsculo espectáculo y nos propone el verdadero viaje, uno de marca "Spielberg" y no Ernest Cline: a diferencia de Ready Player One, el libro, la película no es una mera concatenación de referencias (pese a que el filme las incluya y adapte casi todas) sino un recorrido por la biografía, y sobre todo, la conciencia de Johnny Hallyday (Mark Rylance) visto –eso sí– a través de los ojos de un adolescente "fanboy" del futuro.

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Ready Player One | Warner Bros

Resulta evidente, por tanto, lo que Spielberg ha visto en la novela de Cline, aquello que le ha decidido a sustanciar una novela adolescente, y además una tan plana más allá del puro "high concept" como lo fue aquella. Spielberg trata el mundo virtual como un evidente escapismo, una huida, pero aquí no es un mero escaparate de referencias o un ejercicio de autocomplacencia, sino la encarnación en píxeles de ese mundo de cuento de hadas al que él mismo ha querido reivindicar para la audiencia a lo largo de su carrera. Ready Player One no es, por tanto, una cínica renuncia o un mirarse el ombligo, sino una exaltación que, eso sí, incluye un comentario crítico en la manera en que nosotros lo yuxtaponemos a la realidad "real" que sin duda enriquece el material original. Pese a ello, y gracias a Dios (Hallyday o Spielberg), no estamos ante un blockbuster ensayo sobre la realidad virtual en clave social (pese a que el desgraciado futuro en el que se ambienta da para ello), como tampoco un manifiesto de afirmación generacional para Baby Boomers o millenials; ni siquiera una reflexión (ni triunfal ni derrotista) sobre cómo lo "pop" -es decir, aquello que Spielberg y otros tantos convirtieron en verdadero hilo conductor de la cultura- ha ganado ya la partida en la sociedad contemporánea. Ese es, de hecho, el punto de partida de Spielberg, que no se molesta ni siquiera en cuestionarlo.

La película es un ejercicio de honestidad porque, en lugar de todo esto, solo quiere ser lo que revelan sus imágenes: un contenedor de imaginario pop en el que lo virtual se erige como escenario de la imaginación. Pero, sobre todo, un ejercicio de autoexploración del propio Spielberg, que utiliza a Hallyday, un genio repleto de miedos, como un espejo nostálgico en el que reflejarse de manera sentimental y melancólica. A Spielberg no le interesa tanto la historia de esos nuevos avatares de "goonies" que logran derrotar a una corporación malvada (no por casualidad el componente más impersonal de la historia) sino cómo este grupo se relaciona con la verdadera sustancia del filme, la historia que se descubre y que interpreta su nuevo actor fetiche, un (de nuevo) excelente Mark Rylance, y de cómo la vida, la identidad de la persona/autor, acaba resultando indisoluble de su obra (atención a esa pregunta final de Wade a Hallyday: "Si estás muerto, ¿de quién eres un avatar?"). Que una de las secciones más afortunadas del filme introduzca a los protagonistas dentro de El Resplandor, la película más popular de Kubrick (quien podría calificarse como el Hallyday de Spielberg) y que además no gustó particularmente a su creador Stephen King, no puede ser un recurso casual sobre la visión de Spielberg.

Todo esto el director lo formula en una propuesta voluntariamente leve, pero jamás ligera. La cantidad de referencias a la realidad más actual de las redes sociales (visible en los objetivos económicos de Nolan Sorrento, que considera esa nueva realidad un caos) y la forma de proporcionar información visual al espectador son producto de un narrador veterano y curtido, capaz de adaptarse y entender las nuevas formas de comunicación sin ningún problema, y definitivamente trasciende la mera sucesión de guiños. Que la cantidad de referencias visuales a personajes de otras películas o videojuegos haya acaparado (y acaparará) mil artículos periodísticos es solo el gancho comercial que Spielberg necesitaba para llamar la atención, y por cierto, él mismo tiene la dignidad de plasmar con entusiasmo y sin cinismo. Y como prueba, solo un dato: Ready Player One no es un mero concatenado de secuencias de acción y secuencias de diálogo entre ellas; estamos ante un filme en perpetuo movimiento que no imita la narrativa convencional de un videojuego como otros blockbusters contemporáneos. Esto es una película, y una que resulta clave para entender nuestra realidad, una obra épica en la que un director de 71 años se adapta, y habla, el lenguaje digital de los chavales de 16 para después traducirlo en gran, eterno, clásico, cine de aventuras. Es la única manera de hacer las cosas, tendiendo puentes entre el pasado y el futuro. Y de nuevo, ha sido él quien lo ha hecho en calidad de "entertainer".

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