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Juan Manuel González

Crítica: 'Robin Hood', con Taron Egerton y Jamie Foxx

Vivimos en la era de las obras maestras o los bodrios absolutos. Robin Hood no es ninguna de las dos cosas, como la mayoría de los filmes que se estrenan.

Vivimos tiempos polarizados, y eso se refleja también en la recepción que se dispensa a las películas. En el caso de esta nueva Robin Hood, que narra los orígenes del mito con un marcado acento juvenil, el fenómeno se ha vuelto a repetir: la nueva versión del personaje que robaba a los ricos para dárselo a los pobres llega con el dudoso aval de un mediocre estreno norteamericano y unas críticas furiosas, pero el resultado final está lejos, muy lejos del bodrio anticipado. De hecho, es que simplemente no lo es. Es cierto que la película de Otto Bathurst, responsable de episodios televisivos de series como Peaky Blinders o Black Mirror, sin llegar a destacar en nada, ofrece algunos momentos ridículos y que su narrativa resulta un tanto irregular. Pero también que lo compensa con honestas dosis de espectáculo y un descaro que resulta perfectamente adecuado para la ocasión.

Por tanto, ni tanto ni tan calvo. Si una de las versiones más celebradas, la Robin Hood. Príncipe de los Ladrones de Kevin Costner, era la versión de Robin Hood para los tiempos de Jungla de Cristal (compartían incluso villano, Alan Rickman), la presente es la de la generación Fast & Furious, el cómic (las capacidades del personaje aquí se asimilan a las de Arrow de DC) y los movimientos populistas. Robin Hood, en este sentido, no pierde el tiempo y lo tiene más claro que muchos de sus críticos: la película tiene un montaje hilarante de entrenamiento poco después de los treinta minutos de metraje, introduce en el personaje cierto aire James Bond Jr. y además goza de un excelente comienzo, con una batalla que asimila las cruzadas a la guerra contra el terrorismo en Irak y en la que los cruzados manejan sus arcos como si de contemporánea artillería ligera se tratase. Se trata de la mejor secuencia de acción del filme, que ciertamente hubiera necesitado un final con más pompa.

Robin Hood, en todo caso, se ve bastante bien. La película incluso desdibuja la naturaleza del personaje, abrazando con gusto su naturaleza populista pero añadiendo notas de ambigüedad a su villano, el sheriff de Nottingham Ben Meldensohn (repitiendo su interpretación de Ready Player One). En la película, las motivaciones del malo son tan vulgares y personales que la propia película desarticula la crítica al capitalismo que se podría esperar de un filme que enfrenta a ricos contra pobres. En este caso, la superficialidad de la propuesta no hace sino ayudarla. Robin Hood no busca un dramatismo que no tiene, huye de discursos de fervor religioso y racial de rabiosa actualidad (y, por eso mismo, cansinos) y por tanto apuesta abiertamente por el escapismo del espectador. Una sabia decisión en un filme más de tantos (la banda sonora de Joseph Trapanese copia extractos de la de una de las secuelas de Transformers, un hecho ciertamente revelador) pero justificable en términos de entretenimiento.

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