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Juan Manuel González

Crítica: 'The old man and the gun', con Robert Redford

Es curioso que de todas las opciones posibles, Redford haya optado por una despedida amable.

"Si lo atrapas ya no podrás seguir buscando". La frase la pronuncia una niña, la hija del policía John Hunt encarnado por Casey Affleck, y pilla al padre con el paso cambiado. Por lo tanto no puede resultar casual, es imposible que lo sea, y representa perfectamente las bondades de The old man and the gun, filme basado en hechos reales (en este caso, la vida y obra del atracador Forrest Tucker, encarnado por Robert Redford) pero fundamentalmente concebido en torno a éste y su confesa despedida del cine. Que Redford, por tanto, haya elegido esta pequeña película como adiós no puede ser cosa baladí: cada frase, mirada y declaración de principios sucedida a lo largo de sus escuetos noventa minutos de metraje tiene una finalidad clara.

La película de David Lowery (a quien Redford debió fichar a raíz de su intervención en Peter y el Dragón) corre el riesgo, con ese tono entre burlón y melancólico, pequeño y modesto, de quedar en la misma tierra de nadie que tantas lánguidas películas indies que tratan de huir del artificio hollywoodiense. Pero al final esa es su mejor virtud: no tratar de dar pena y desde luego no convertir sus declaraciones en afirmaciones. El realizador de A Ghost Story, que apenas cuenta 38 años, comprende perfectamente las señas de identidad de la carrera de Redford y potencia hasta lo indecible el carisma y "flow" de un actor que es la pura definición del relax en cámara (solo fíjense en sus miradas a Sissy Spacek durante las charlas de café). A la vez, resulta fiel a sus intereses como cineasta, siempre más cercano al drama que a la epicidad pese a adscribirse en géneros bien reconocibles: en The old man and the gun sortea no pocas situaciones de potencial tensión con elipsis, para reforzar así una poderosa idea que subyace y mueve la película: Redford desaparece pero no se va a ninguna parte.

La imagen del actor, a caballo y recortado por una puesta de sol, es por tanto la película, pero también el puñado de minutos que se suceden después, la manera de terminarla. The old man and the gun podría haber sido un triste poema sobre la senectud, una historia sobre la enfermedad y el ocaso, en este caso del cowboy pícaro que parece encarnar Redford (su protagonista vive frente a un cementerio). Pero no lo es, como tampoco un thriller en constante búsqueda de tensión e intensidad, como podría desprenderse de la relación entre poli y ladrón que se establece en el largometraje. Todo ello encaja en ese cóctel que es la película, está en su ADN, pero la virtud de este filme es que esa relativa indefinición no se perciba como un titubeo narrativo. No hay fatalismo en un filme naïf y optimista perpetrado por dos cineastas, Lowery y Redford, bien compenetrados y cuya preocupación mayor es sumir al espectador en un extraño estado de placidez que jamás resulta aburrido y que está al servicio de una idea: el homenaje a su estrella y la idea de una determinada profesionalidad condenada a dejar de existir... pero verdaderamente insistente en sus códigos de conducta.

Rodada y planificada con sabor añejo, que no retro, y definitivamente ajena a reivindicaciones nostálgicas, The old man and the gun es una película alegre, tierna y bondandosa. Un thriller tierno, si ustedes quieren, pero nunca pegajoso. Redford no dejó lo mejor para el final, como su personaje parece prometerse a sí mismo, pero tampoco es una mala manera de irse.

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