Sólo con citar dos películas, Lo que el viento se llevó y Rebeca, cualquier cinéfilo echará la vista atrás cuando el dorado Hollywood se enseñoreaba de las pantallas cinematográficas de todo el mundo. En la primera de las cintas citadas, Olivia de Havilland, con su papel de Melania, halló la catapulta en 1939 para convertirse en una estrella del Séptimo Arte. Un año más tarde era su hermana Joan Fontaine quien daba también el salto preciso para ser otra de las actrices más admiradas de su tiempo. Ambas rivalizaron dentro y fuera de los estudios. Se odiaban a muerte.
Olivia de Havilland es entre sus colegas, con casi ciento tres años (que cumplirá D.m. en julio) superviviente de aquella lejana época hollywoodense, seguida por su buen amigo Kirk Douglas, al que lleva sólo unos meses de diferencia. Joan Fontaine, su hermana, un año menor, falleció en 2013, a los noventa y seis años. Ambas nacieron en Tokio. Su padre, el abogado Walter de Havilland se ganaba la vida en la capital nipona con su bufete, en tanto la madre, Lilian Auguste Rusel, era actriz. Un matrimonio inglés que se separó cuando sus hijas tenían muy corta edad. Entonces, a causa de la enfermedad de Joan, la madre decidió radicarse en los Estados Unidos. Y fue en California donde las pequeñas fueron creciendo. Lilian Auguste ejerció una influencia notable en ellas, sobre todo en la primogénita. Olivia y Joan se peleaban constantemente, la primera llegó incluso a maltratarla. Ya jovencitas, esa pugna infantil se acrecentó. Y cuando las dos se convirtieron en actrices, su enemistad no desapareció.
A la hora de adoptar un nombre artístico, Olivia de Havilland lo tuvo claro: se llamaría tal cual como en su pasaporte. Joan tuvo que buscarse un apellido y en principio usó el de Burfield, pero finalmente se decidió por Fontaine, que era el de su padrastro, tras la segunda boda de su madre, quien también lo utilizó una época, anunciándose como Lilian Fontaine.
Se cuenta que Joan Fontaine pudo haber sido la Melania de Lo que el viento se llevó, pero desechó el papel, que fue después a manos de Olivia. Ello encrespó más las relaciones de las dos hermanas. Y cuando Olivia de Havilland consiguió el Óscar por aquella película, tantas veces repuesta en las televisiones, Joan no la felicitó, dejándola con la mano derecha en el aire. Idéntica reacción de Olivia al ser premiada después Joan Fontaine por su interpretación en Sospecha, de Alfred Hitchcock, director que también le brindó otro éxito con la ya mencionada Rebeca.
Las anécdotas de desencuentros entre las dos excelsas actrices serían inacabables, excediendo el límite del presente artículo. Yo mismo tuve la oportunidad de entrevistar a Joan Fontaine cuando asistió al Festival de Cine de San Sebastián en 1982, corroborándome que no se trataban: "No, no tenemos ninguna relación en absoluto". Si hubo alguna vez la posibilidad de que se olvidaran de sus rencillas, la muerte de la madre acabó por impedir cualquier reencuentro amigable. Joan Fontaine recriminó a Olivia que no la llamara por teléfono cuando aquella se estaba muriendo. Le envió un telegrama, simplemente. Joan no llegó a tiempo del funeral.
¿Por qué se llevaron tan mal, por qué aquel odio interminable? Los celos de la niñez pudieron ser causa de ello, en principio. Queda dicho que la madre dedicaba más atenciones a Olivia. Y luego las maledicencias de unos y otros, declaraciones de ambas "poniéndose verde" mutuamente no facilitaron que enterraran el hacha de guerra. Para amargarle a Joan más su existencia, la única hija que tuvo se llevaba muy bien con su tía Olivia. En expresión de Joan Fontaine, ella se definía como un tigre y a Olivia le adjudicaba la figura de un león. Dos fieras enfrentadas siempre.
Sin embargo, fallecida ya Joan, Olivia la defendió a capa y espada cuando se enteró que en la serie de televisión estadounidense Feud: Bette and Joan, emitida hace un par de años, ambas salían malparadas en el guión, que se centraba más en otra pareja mal avenida, la formada por Bette Davis y Joan Crawford. Pero, contemporáneas salían también a relucir las dos hermanas. Y resulta que Catherine Zeta-Jones, que encarnaba el pàpel de Olivia de Havilland, pronunciaba en determinada escena la palabra "bitch" dedicada a Joan Fontaine. O sea, tratándola de puta. Y eso no podía aceptarlo la ya centenaria Olivia quien, desde su residencia en París, donde vivía desde comienzo de los años 50, emprendió una demanda contra la productora norteamericana de la película. Que perdió finalmente la veterana actriz.
Tanto una como otra gozaron de la fama cinematográfica entre los años 40 y 50. Luego, como solía ser natural, iban poco a poco siendo sustituidas en los repartos por otras actrices más jóvenes. Aun así, Olivia de Havilland rodó su última película en 1986, con un papel en Anastasia: el misterio de Ana. Después, como otras viejas glorias, terminó refugiándose en las series televisivas. Entre otros honores, en 2017 fue condecorada por la reina Isabel II, convirtiéndose en Dama del Imperio Británico. Al fin y al cabo era de nacionalidad inglesa. En cuanto a Joan Fontaine se despidió del cine en 1966 con Las brujas, más después siguió representando piezas teatrales, apareciendo asimismo en televisión, y hasta escribió un libro autobiográfico. En la antes citada entrevista que sostuvimos con ella en la capital donostiarra nos comentó que Rebeca, su más señalada película, no la había vuelto a contemplar desde el día de su estreno. "Pocos actores de los que yo conozco suelen ver sus películas", me añadió. Y entre otras cosas que he vuelto a recordar me comentó que ella representaba en el cine de su época papeles de una mujer amable, de una auténtica señora. Su elegancia, entonces a sus sesenta y cinco años, seguía estando presente, con sus cabellos recogidos en moño, algo en ella habitual.
Olivia se casó en 1946 con el novelista Marcus Goodrich, del que tuvo un hijo, Benjamin, muerto de cáncer en 1991. La pareja se divorció en 1953. Dos años más tarde contrajo segundo matrimonio con Pierre Galante, hasta divorciarse también, en 1979, unión de la que nació su hija Gisèle. Y Joan Fontaine tuvo cuatro maridos: Brian Aherne, entre 1939 y 1945; William Dozer, desde 1946 hasta 1951, con quien tuvo a su hija Debbie; Collier Young, nueve años desde 1952 y 1961, para finalmente matrimoniarse con Alfred Wright Jr. en 1964, durando su convivencia sólo cinco años. Luego, Joan adoptó una niña peruana, Martita, que le hizo sufrir mucho, hasta que se escapó finalmente de su casa.