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Las nefastas decisiones de la Academia: los Oscar ponen el último clavo en su ataúd

El cúmulo de malas decisiones y rectificaciones de la Academia ha sumido en la confusión los premios de Hollywood.

El cúmulo de malas decisiones y rectificaciones de la Academia ha sumido en la confusión los premios de Hollywood.
La gala de los Oscar, este domingo | Agencia

La 91º ceremonia de los Oscar ha conseguido este año lo imposible: que la calidad y atractivo de las películas que concursan (el año, hay que decirlo, ha sido flojo) así como los inevitables olvidos e injusticias (que los hay, y en abundancia) sean cuestiones absolutamente secundarias. Nos referimos al cúmulo de errores de organización, rectificaciones y amagos de una Academia francamente despistada a la hora de atajar la alarmante caída de audiencia (la edición anterior marcó un bajo histórico) y que por el camino ha ofendido, soliviantado o ignorado a miembros de la comunidad artística de Hollywood y, finalmente, al propio público.

Roma, Bohemian Rhapsody, Ha nacido una estrella, Black Panther, Green Book, Infiltrado en el KKKlan, El vicio del poder y La favorita tratarán de hacerse con el favor de los académicos en un año sin un claro favorito, y en el que las diversas asociaciones y gremios de la industria (PGA, SAG, DGA, ACE, WGA...) que podrían aclarar el destino de los premios han ido cada una por donde les ha dado la gana. Los productores prefirieron Green Book, los actores al reparto completo de Black Panther (¡!), los directores a Roma de Cuarón, los editores a La Favorita y Bohemian Rhapsody y los guionistas a ¿Podrás perdonarme algún día? y Eight Grade, que no figuran ni en película ni en director. ¿Y los Globos de Oro considerados hasta al hartazgo "la antesala de los Oscar"? La respuesta sería ¿y a quién le importan ya? Esos premios se dividen en película extranjera, dramática y cómica, y éstos fueron para Roma, Green Book y Bohemian Rhapsody, respectivamente. Con la particular idiosincrasia de las nominaciones de este año no ayudan demasiado.

Pero entremos en materia con el último y más vergonzante episodio de la larga cadena de errores académicos, el anuncio de que cuatro destacadas categorías (montaje, fotografía, cortometraje de ficción y maquillaje y peluquería) se entregarían durante la publicidad. La reacción, entre el asombro y el rechazo, fue inmediata. Que la Academia que dirige John Bailey, antaño destacado director de fotografía del que se ha pedido la cabeza en repetidas ocasiones, decidiera otorgar el premio a sus colegas en la publicidad causó vergüenza en un colectivo determinante en el resultado artístico de un film.

Pero ya lo habrán adivinado por el uso del condicional: apenas un día después, y pese a señalar en un comunicado que la decisión fue tomada hace meses en una reunión oficial (así como que las categorías excluidas rotaría cada año) la Academia dio marcha atrás y se volvieron a incluir en una gala cuyos responsables intentan a toda costa acotar a tres horas justas de duración.

Dos pies de página suspicaces en este asunto: tras el polémico anuncio hubo quien señaló que en las cuatro categorías excluidas en la retransmisión de la ABC (cadena perteneciente al conglomerado de la todopoderosa Walt Disney) el gran conglomerado del ratón no acumulaba nominación alguna... Y en segundo lugar mencionar, a modo de aporte patriótico, que marginar a cortometraje de ficción a la pausa publicitaria hubiera también relegado la presencia de un único nominado español, Rodrigo Sorogoyen por Madre, a una nota a pie de página dentro de la ceremonia que desgraciadamente seguirá siéndolo incluso si el responsable de El Reino gana la estatuilla.

Tenemos que hablar de Kevin

La segunda de las cuestiones tiene nombre y apellidos y se llama Kevin Hart. El pasado diciembre, y apenas unas horas después de haber sido anunciado como tal, el cómico renunció a presentar la gala después de que diversas asociaciones e internautas suspicaces escrutasen su pasado y recuperasen chistes homófobos de años atrás. La Academia trató de forzar la disculpa pública de Hart, que argumentó que ya lo había hecho en diversas ocasiones y que no lo haría más. El protagonista de Jumanji se bajó del barco dos días después, un 7 de diciembre, y los Oscar se quedaron sin presentador a poco más de dos meses de la retransmisión.

Por supuesto, la despistada Academia trató de ponerse las pilas y buscar un recambio, haciendo caso omiso de la campaña de Ellen Degeneres, que apostó simplemente por hacer caso omiso y recuperar a Hart. Muchas semanas después, el popular Dwayne Johnson, buen amigo de Hart tras películas como Un espía y medio o Jumanji, desveló que había rechazado el ofrecimiento de la institución.

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El cómico Kevin Hart | Cordon Press

Al final, los Oscar han aprovechado esa necesidad de recortar duración recortando, a su vez, la figura del presentador, a la sazón ésa que puede convocar o no a la audiencia un año donde la cosecha ha sido especialmente floja. Una decisión con un precedente muy poco célebre: la gala del año 89, iniciada con un número musical de Rob Lowe y recordada como una de las peores ediciones de la historia, acabando para siempre con la carrera del célebre productor Allan Carr (Grease).

En estas circunstancias... ¿qué escape tenía la Academia para captar audiencia? Solo la inclusión de una película de superhéroes como Black Panther como mejor película, con un total de siete menciones incluyendo mejor película, puede llamar la atención de ese público juvenil que ha dado la espalda a la ceremonia. ¿Cómo compaginar eso con las presiones de diversos colectivos como Me Too, Time's Up y, por supuesto, los "Oscars So White" de 2016, con semejante papeleta? La ocasión se la brindó Disney en bandeja con la primera película de superhéroes de color de la enorme franquicia de Marvel Studios.

Los Oscar y lo "popular"

Pero antes que eso entremos en el que fue el primero de los desbarres del año: la inclusión, el pasado mes de agosto, de una categoría de "mejor película popular" llamada a incluir grandes éxitos de taquilla (y que, como daño colateral, disociaría automáticamente a los grandes blockbusters de la categoría de "mejor película") en las categorías principales. Puristas y gran público coincidieron por una vez en algo: se trataba de un torpe intento de modernización destinado, en realidad, a captar a esa numerosa audiencia "millenial" que ha abandonado la retransmisión de los Oscar y la taquilla de las películas nominadas, cada vez más pobre. Y eso nos lleva directamente a otro factor: de las 10 películas más taquilleras del año, tres pertenecen directamente a Disney (Vengadores: Infinity War, Black Panther y Los Increíbles 2) y otras dos (Venom y Deadpool 2) están basadas en sus propiedades. El mismo conglomerado, ya lo hemos dicho, que emite los premios.

En realidad, y en el trasfondo de todo, dos factores: la presión de la todopoderosa ABC por modificar aspectos de la ceremonia, y el poder adquirido por una serie de coletivos sociales que han logrado que sus reivindicaciones tomen el poder en la selección y votaciones de las películas. Si la anterior directora de la Academia Cheryl Boone Isaacs aprobó una política de cuotas que incluyera minorías étnicas, Bailey lo continuó con un baile constante de (in)decisión que solo manifiesta las contradicciones que supone ponerlas en práctica. Y cuando se ha querido compensar el impacto en la audiencia de esas decisiones (que han otorgado un Oscar a la mejor película a obras poco comerciales como Moonlight o Doce años de esclavitud) lo ha hecho introduciendo de manera artificial películas populares como Black Panther dentro del grupo de nominados a mejor película. Uno de los trabajos más taquilleros de Marvel (vinculada a Disney, también propietaria de la cadena que emite los Oscar, ABC: saquen también sus propias conclusiones) pero marcado también por el sesgo de la raza: hace ahora un año, cuando el superhéroe negro de la Marvel vio los cines, la cinta fue saludada por la prensa americana como un paso adelante dentro de los derechos raciales en los EEUU (!¡).

Existen muchos otros elementos secundarias que emborronan la gala: obviar toda referencia al director Bryan Singer pese a incluir el biopic de Queen por sus, todo hay que decirlo, asombrosos resultados en taquilla (Singer ha sido acusado de diversos abusos sexuales a menores conocidas en la industria, y silenciadas, desde hace muchos años); la discutible opción de invitar a personalidades ajenas al cine para presentar premios (hasta siete, incluyendo a Serena Williams) obviando la tradición de que los ganadores del año pasado sean quienes presenten los premios de este año… E incluso la comprensible inclusión de Roma, la película del mexicano Alfonso Cuarón (ya premiado como director por Gravity), que también puede interpretarse como un mensaje de rabiosa actualidad, esta vez contra Trump y su famoso muro contra inmigrantes de la frontera. La película está basada en recuerdos de infancia del propio director en la colonia Roma de México DF, y se centra en una empleada doméstica sin formación al servicio de una familia rota, pero adinerada... que los académicos privilegiasen también la película solo podría interpretarse como un mensaje contra el presidente más odiado por la comunidad de Hollywood de toda la historia.

El otro debate

Una suma de vergüenzas que, en definitiva, han ayudado a tapar el otro gran combate que se lidia entre bambalinas. Los Oscar son una ceremonia que, en este mundo cambiante, líquido, ha visto cómo su importancia se diluía en apenas un puñado de años. Y que una película, Roma, producida por la plataforma de streaming Netflix (y por tanto estrenada directamente en los hogares de todo el mundo) figure ya por fin en categorías principales y se presente de postre como favorita, no es tema baladí.

Que tiemblen los estudios (Disney está preparando su propio canal, Disney+, y retirando contenidos diseminados por otras redes) y que tiemblen también los cimientos del cine, porque mientras este cúmulo de inutilidades ocurre, se produce, en la sombra pero evidente ya para todos, un cambio absolutamente trascendental en el consumo audiovisual. La prueba podría ser un hecho relativamente silencioso para el gran público: la incorporación de Netflix, tras no poca oposición y lucha, a la MPAA, o la gran patronal que aglutina a los grandes estudios de la industria del cine. Todo ha cambiado y los Oscar no saben ni de dónde les ha venido semejante alud de bofetadas. Como dijo el cómico Ricky Gervais, responsable de la gala de los Globos de Oro más polémica que se recuerda…

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