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Juan Manuel González

Crítica: 'Nación Salvaje', con Bella Thorne y Suki Waterhouse

'Nación Salvaje' tiene potencia, pero es tan manipuladora en su discurso feminista que al final acaba siendo "solo" un filme de terror.

'Nación Salvaje' tiene potencia, pero es tan manipuladora en su discurso feminista que al final acaba siendo "solo" un filme de terror.
Nación Salvaje | Versus

Hay un componente en esta Nación Salvaje de sano revanchismo contra el American Way, de pura adaptación de la icónica figura de las brujas de Salem, que resulta divertido. El filme relata el acoso (primero) y día de furia (después) de cuatro adolescentes acusadas de filtrar todos los datos privados de internet de los habitantes su pequeña ciudad natal, Salem. Suena interesante, y lo es, pero como todo producto elaborado en base a los discursos a la moda, Nación Salvaje toma esta prometedora excusa para dar pie a una suerte de "venganza feminista" que, paradójicamente, frena el alcance del filme y le pone fecha de caducidad. Suena divertido, y lo es convenientemente ficcionalizado (y la película, por muy rabiosa y agresiva que sea, lo está) pero el nuevo trabajo del director Sam Levinson tiene ciertos problemas...

La película muta de la comedia escolar al drama, y de ahí al terror, con una facilidad trepidante, y la puesta en escena de su director (análoga a la desplegada por Oliver Stone en Asesinos Natos, convenientemente adaptada a la era de Instagram) resulta por momentos deslumbrante y sin duda entretenida.

Pero he aquí que la sátira no es realmente el fuerte Levinson, director que no puede evitar hacer una cabriola de cámara cada vez que muere un personaje, por muy dramática que quiera resultar la escena, y que adapta su filme al culto por las apariencias y el "like" que en ocasiones sí, y en ocasiones no, quiere criticar. Nación Salvaje tiene el plano secuencia obligatorio si quieres hacer algo a la moda (absolutamente brillante, pero también todo un dispositivo anulador de la tensión en este caso) y roza también el límite de lo discursivo, con un personaje protagonista que cuenta (o más bien susurra sensualmente) la película al espectador, y finalmente rompe la cuarta pared por aquello de que la moraleja nos quede bien clara al salir del cine. Da la impresión de que prima en todo momento el ejercicio de estilo sobre las emociones, por mucho que la energía del filme atrape al espectador.

Pero que Nación Salvaje resulte hipnótica, histérica y entretenida en el plano visual y sonoro no es óbice para criticar la debilidad de su ideología: estamos ante una película que critica la doble moral americana pero que se permite todos los recursos estilísticos y facilidades para hacerlo; que dedica una hora entera de metraje a crear una situación insostenible con total efectismo (con hombres como los de Salem, normal que se les ejecute en el tramo final) para después liberar tensión justificada bajo la misma etiqueta de "defensa propia" que otras aventuras de, ya saben, "masculinidad tóxica" (la cita a la excelente Deliverance de John Boorman es inevitable, y Levinson no hace amago alguno de evitarla). El interesante "whodunnit" sobre quién filtró los datos de la población de Salem no interesa particularmente a nivel narrativo en este sano ejercicio de nihilismo grotesco que en el fondo resulta poco inquietante o irónico. No obstante, su nivel de locura y el poder que emana de su puesta en escena convierten en filme en un caramelo atractivo.

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