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Juan Manuel González

Crítica: 'Hellboy' (2019), con David Harbour y Milla Jovovich

El nuevo Hellboy continúa y a la vez reinicia las dos películas de Guillermo del Toro con un espíritu irreverente y violento.

La nueva película dedicada a Hellboy, personaje de cómic ideado por Mike Mignola, ha nacido en medio de una complicada encrucijada. No solo por existir en ese esquivo terreno a mitad de camino entre la secuela y el remake respecto a las dos películas de Guillermo del Toro, que por cierto también se tomaban sus licencias respecto al material original, sino también por tratar de compaginar su nuevo carácter macarra y desmitificador a un público que parece atribuir la autoría del personaje al consagrado realizador de La Forma del Agua.

Hay que decir que la nueva obra de Neil Marshall, autor menos "chic" que Del Toro pero firmante de una piedra angular del terror como The Descent y series B disfrutonas como Centurión o Doomsday (y de algunos espectaculares capítulos de Juego de Tronos) no acaba de resolver sus propios problemas, a los que en la versión española se suma otro adicional: lo que se estrena aquí es una versión suavizada, con menos violencia y vísceras digitales, quizá esta vez necesarias para reforzar la nueva identidad fílmica del personaje, cuanto más lejos mejor del cuento de hadas trágico del mexicano. Pero de ahí a que el filme se merezca el tremendo varapalo de crítica y público recibido en USA (donde la taquilla ha sido desastrosa) media otro abismo distinto.

Para empezar, esta Hellboy facturada por un inglés y ambientada mayoritariamente en Londres tiene acento británico y no mexicano. El espíritu trágico del personaje desaparece, en parte pero no todo, en un nihilista cóctel de leyenda artúrica y liturgia cristiana en clave de comedia negra de acción que asume su propia y bastarda naturaleza, no muy lejana a la del mestizo Hellboy, y que resulta ,en realidad, tan fiel al material original de Mignola como a las bases visuales sentadas por Del Toro. Su forma de abrazar lo grotesco, eso sí, es distinta, y se aprecia ya en el prólogo (una parodia de un cuento de hadas mágico) y dos minutos después la enuncia el propio Hellboy en... ¡un cuadrilátero mexicano!, algo que podría ser (si somos malos) una directa provocación al director a quien le han atribuido la autoría del personaje, y a quien no nombraremos más en este texto, o simplemente testimonio de los vasos comunicantes entre las tres ficciones, si preferimos una vía más analítica. En todo caso: "Yo escucho rock heavy y tu esa mierda de música hippy", dice Hellboy antes de la consabida somanta de palos al vampiro de frontera.

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David Harbour como Hellboy | Vértice Cine

Esas palabras percuten a lo largo de una aventura que avanza a trompicones, donde las piezas del pasado personal del chico infernal tratan de conjugarse con la nueva amenaza (Milla Jovovich, un tanto desaprovechada pero excelente) de manera torpe y apresurada, y en la que la causa-efecto y las casualidades se amontonan sin tiempo para una adecuada reconstrucción mental, si es que ésta es posible. Pero el filme tiene demasiados golpes de humor y tiroteos macarras, y un buen número de hallazgos visuales que mantendrán entretenidos a su audiencia, por no citar una concepción cínica, punk y nihilista de sus personajes que resulta refrescante si uno ajusta las expectativas. Marshall aún se reserva un par de golpes paródicos que ciertamente sentarán mal al fanboy Marvel: por un lado, incorpora un trasunto alucinógeno del Capitán América encarnado por el imposible Thomas Haden Church que refuerza el carácter pulp de la aventura, añadiendo notas de tebeo bélico, pero a la vez parodiando el efecto de la megafranquicia de superhéroes en el espectador actual; y por otro una parodia de la escena más icónica de El Laberinto del Fauno (de nuevo, Guillermo del Toro, a quien prometimos no nombrar) pero en una clave ciertamente distinta y abiertamente gore. Hay más todavía: el momento final donde Excalibur y Merlín entran en escena es una secuencia mal rematada y presentada, pero en esencia resulta sumamente desmitificadora y, por eso, receptora de todo el contenido que atesora la película.

Y es que entre tanto ruido resulta un poco difícil discernir el centro neurálgico del largometraje, aunque este tiene algo que ver con la represión del monstruo interior y cómo el rechazo a convivir con el mal (que existe y es evidente que existe) genera amenazas todavía peores. La aniquilación del monstruo (interior y exterior) no es la solución, nos dice el nuevo Hellboy, como tampoco la asunción sin reservas de una leyenda popular que, a su vez, queda reivindicada en nuestra sociedad. Hellboy es un filme de confección un tanto apresurada, desde el guión hasta su postproducción, profundamente imperfecto incluso en sus propios términos, pero es uno que asume su naturaleza de material de derribo con sinceridad y que tiene más que aportar de lo que se ha dicho.

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