Blaze Foley, músico de country rural fallecido en 1989, es el objeto de atención de este cuarto largometraje como director del actor Ethan Hawke. Blaze, la película, se mueve en los mismos circuitos casi marginales que recorrió su protagonista en vida: se trata de un ejercicio de insobornable independencia creativa, un ejercicio casi radical en los tiempos de cine industrial.
Alejándose de los modos del biopic musical más convencional, o incluso del musical, Hawke funde esos recursos hasta hacerlos casi irreconocibles en una obra que compone un mosaico narrativo complejo, que rompe todo el rato la linealidad del relato, y que adopta forma de cuento, o mejor dicho, de canción: por un lado, hay un narrador que aborda la última noche en la tierra de Blaze (por cierto, no se pierdan aquí el discreto cameo del propio Hawke) que le imprime cierto tono legendario al músico. Pero este esqueleto, este hilo conductor, sirve a Hawke para introducir derivadas de otros personajes presentes en su vida y, sobre todo, el relato de la historia de amor vivida con su joven amante Sybil Rosen, en cuyo libro se inspiró el guión escrito al alimón por Hawke y la propia Rosen.
El resultado es un biopic ficcionalizado pero de un romanticismo abrumador. Tanto que Blaze, al final, de una de las historias de amor más íntimas y tristes que hemos visto recientemente tanto como un retrato de la vida caótica y desordenada en los circuitos de la música country marginal en la América Profunda. A Hawke, como director, no le preocupa lo más mínimo traicionar las expectativas de un público que, quizá, considera como ejemplo de biopic musical la reciente Bohemian Rhapsody o la inminente (y superior) Rocketman. Pero le gustan las historias de músicos, y la música, y a ello se entrega al 100%. Blaze tiene una atmósfera apabullante, un ritmo absolutamente pausado y lírico, con Hawke permitiéndose incluso alguna cabriola de montaje dirigida a despojar de absolutamente toda épica el mosaico vital de este budista country.
Con un ánimo un tanto suicida quizá heredado de su amigo Richard Linklater (quien, por cierto, se reserva un papel haciendo de vaquero junto a Sam Rockwell y Steve Zahn), Hawke se detiene para escuchar las historias de Blaze, sus chistes y sus letras. El resultados son momentos de una intimidad apabullante, palabras que resuenan en el ánimo del espectador atento: cuando Blaze habla de la rareza y la realidad de la vida con Sybil (Alia Shawkat, vista en Arrested Development), o el montaje de ambos viviendo en el campo en el primer tercio del largometraje. El resultado es una película que vindica a su protagonista, encarnado por un alucinante por el también músico Ben Dickey, en una película independiente que arrasa con la mitad de los biopics musicales y dramas románticos que hayan visto anteriormente.